Lorena Bodas

Aguas Abajo

Lorena Bodas


De libros

10/04/2023

Contrastando informaciones sobre la reciente «moda» de adaptar libros para no ofender sensibilidades, Iván me cita una frase del ensayo que está leyendo, Fémina de Janina Ramírez: «La quema, destrucción o eliminación de libros tiene dos propósitos: destruir los objetos y eliminar su contenido de la memoria de la gente».

Como historiadora, que algo sabe de paleografía y de transcribir textos medievales, el cometido es traer a la caligrafía actual aquello escrito en letras tan raras como la gótica, albalaes o cortesana. Prácticamente todo lo anterior a la invención de la imprenta. Y se transcribe tal cual, sic, aunque parezca que la palabra o expresión es incorrecta. Esto permite a filólogos, lingüistas o historiadores saber cómo hablaban y se expresaban las personas que habían escrito aquellos documentos y, por tanto, sus coetáneos. 

Hasta no hace mucho, en casi todas las casas se podía encontrar algún ejemplar de El Quijote, El Lazarillo de Tormes, La Celestina o El Cantar del Mío Cid en lo que conocemos como castellano antiguo. Los que hemos estudiado EGB nos los leímos así.

La idea que quiero transmitir es que en los libros se refleja la sociedad y el pensamiento del momento. Hoy no pensamos igual que nuestros padres ni como hace dos siglos. Sustituir el título de una novela para no ofender, cambiar frases de un cuento clásico para hacerlo más inclusivo, adaptar una epopeya para hacerla más fácil, no es sino destruir documentos históricos que, como un monumento, son resultado de una época. A nadie se le ocurriría tallar unos pantalones vaqueros a la Virgen María de la fachada de la iglesia de Aranda para «actualizarla». Esas adaptaciones, desde mi visión de historiadora, no son sino una destrucción y eliminación de nuestro pasado, de nuestra memoria. ¿Por qué no dejamos los libros ya escritos como están y escribimos nuevas historias impregnadas de nuestros valores y compromisos actuales?