Dos asuntos me desvelan estos días. El primero, un gigante de 220 centímetros que me persigue desde el sábado en mis pesadillas. Sí, ya lo habrán adivinado, o quizás también hayan soñado con él. Tavares. Que tú le ves ahí tan simpático vacilando en twitter con nuestro San Pablo, y dices, ¡pues qué majete! Pero que nos amargó el sábado, nos lo amargó. Amigo Walter, podías haber elegido otro día para tu mejor anotación en el Madrid, 27 puntos, junto a siete rebotes, que a la criatura le parecieron pocos, y seis tapones. ¡Y justo ahí llega mi pesadilla! Estoy en una terracita al sol, levanto la cabeza y me encuentro con esos brazos infinitos y armados que nos destrozaron en la pista, como en mi secuencia onírica me destrozan mi ratito de vitamina D.

Que bien podía haber soñado también con Laso y Peñarroya, de los que soy fan. Pero cuando se ponen en plan bronca en los tiempos muertos (casi siempre con razón, como las madres) yo creo que nos cuadramos, sí señor, hasta los que lo vemos en el sofá.

Mi otro tormento, intentar comprender la fase de ascenso a Segunda. Me costó un rato, pero creo que ¡lo conseguí! Entre otras cosas, gracias a la clarividencia con la que hace unos días se contó por aquí. Me gusta mucho que los puntos de ahora se ‘hereden’ en la siguiente fase. Y por lo que veo, el equipo lo tiene metido entre ceja y ceja. Bien. Porque cuando consigues el primer gran objetivo, cuando pasas de pantalla (casi lo tenemos) existe el riesgo de relajarte, aunque sea sin querer. Y no se puede.

Cuando era niña siempre me gustó la fábula de la cigarra y la hormiga. Me identificaba más con la segunda. Y eso es lo que toca ahora, ser hormiguita, sacar brillo al liderato almacenando puntos que son un tesoro para soñar con mirar hacia arriba y que aquí no haya gigantes que nos taponen la luz de la ilusión. Aunque taponar nuestra ilusión es imposible.

PD: A la hormiga quizás le faltó un poco de generosidad, pero ésa es otra historia.