Alejandro Sarmiento

Cuerpo a tierra

Alejandro Sarmiento


Mil millones

29/09/2022

Acabo de enterarme por el cabreo que gastan esos señores de Salamanca, -tan circunspectos- que fueron beneficiarios a la chita callando durante algunas ediciones de un presupuesto de casi mil millones de pesetas para organizar durante apenas un par de semanas un festival. Ahora entiendo y me queda claro el nombre: El Facyl. 

Cualquier propuesta, cualquier política cultural necesita un plan, una agenda, una hoja de ruta que establezca prioridades, recursos y que asegure los derechos culturales para todas las personas. Un Plan Estratégico de Cultura elaborado con el auxilio democrático de los actores implicados y de la ciudadanía, que marque unas líneas objetivas y unos indicadores que sirvan de referencia y a los que apelar para hacer seguimiento de la gestión. Se fabrican grandes propuestas y se presentan rutilantes obras, que se vean bien, desde bien lejos, incluso, si es posible, desde el espacio. Perseguir unos objetivos que beneficien al sector, a los derechos culturales, a la diversidad, y que calen en el tejido ciudadano a largo plazo, no se puede resolver en dos palabras ni en dos días ni publicitarse con dos fotos. La estrategia de lo fácil, de lo inmediato en la gestión de la cultura es la estrategia del brillibrilli. Pero a pocos se nos escapaba que el proyecto no era otro que la visibilización de la imagen del poder. Así, sin más. El mensaje no era la cultura, era el mando.

Como los decorados duran lo que duran, y sobre el cartón piedra poco se puede sostener, la propia oscuridad palpitaba detrás de estos brillos y reclamaba salir dando voces. Los fuegos de artificio, las luces, se apagaron y la imagen se ensombreció con la cruda realidad. Vinieron los lógicos recortes, el desfile de genios con honorarios decrecientes y el aburrimiento de un público que veía cómo durante un par de semanas les venía un monzón de estupideces y el resto de días la nada en unos equipamientos públicos sin programación y sin objetivos. 

Pocas luces y muchas sombras las de ese Facyl personalista y de este viaje ansioso de Ícaro hacia el brillo. Esa es la realidad del Facyl y todos sus secuaces. El ejemplo de las consecuencias de apostar por festivales artificiales manufacturados por terceros y no por una programación cultural propia diseñada desde los equipamientos públicos, sostenible y consensuada con los agentes culturales y el territorio. En el fondo, lo que importa es la búsqueda de titulares que brillen sin duda, para que puedan exhibirse como conquistas cuando llegue el año electoral. Si llega.