Claudia Vicente

A vuelapluma

Claudia Vicente


Bill y Frank

10/02/2023

Si está pensando en ver The Last of Us, la serie de zombies de HBO, no siga leyendo esta columna porque le voy a hacer un spoiler; pero no nos engañemos, si está pensando en verla, seguro que ya la ha visto, porque con las plataformas digitales nos come el ansia viva y vamos al día. Y, si no ha pensado verla, puede seguir leyendo igual, porque lo que voy a contar va sobre la vida.

Pongámonos en situación, la serie está basada en un videojuego, que es donde contaría sus historias Arturo Pérez-Reverte si tuviera ahora veinte años, porque para él son el futuro de la novela, nada más y nada menos. La trama nos trae un tema que por desgracia conocemos muy bien, las pandemias, pero en este caso el enemigo es un hongo que, además de ser incurable, toma el control de la conciencia de las personas, vamos un auténtico horror de bicho. Una vez pasado el caos inicial, la ficción nos traslada a la sociedad que sobrevive 20 años después del brote, que como se pueden imaginar, es fatal. Infectados campando a sus anchas y humanos recluidos en zonas de cuarentena controladas por un ejército dictatorial horroroso, grupos de liberación terroristas, contrabandistas… una colección de lo mejor de cada casa, nada que nos pueda sorprender demasiado. 

Pero, en medio de todo este percal, en un rincón del campo, sobrevive Bill, uno de esos locos de las armas que creen en todo tipo de conspiraciones al que las circunstancias le han dado razón, y Frank, uno que pasaba por allí, cayó en una de sus trampas, y por el flechazo más bonito de la historia de la televisión se queda con él. Dos hombres que no tienen nada que ver, que conciben juntos una pequeña parcela de mundo ideal, protegida de todo lo que sucede en esa realidad pos apocalíptica. Una digresión maravillosa de la trama principal que nos da paz, optimismo y nos hace creer de nuevo en el amor y en las personas, pero solo en la ficción, porque en IMBD han entrado a defenestrar la serie en masa una banda de cenutrios a los que les molesta ver a dos hombres con barba besarse en la pantalla. Para que luego digan que el Orgullo no necesita reivindicación, y que internet no necesita regulación.