20 años después, muchos periodistas de esta ciudad aún podrían citar de memoria lo que escucharon en los momentos más duros del juicio contra Ismael Álvarez, el ex alcalde de Ponferrada, por acoso sexual a una de las concejalas de su grupo, con la que había mantenido una breve relación que él se negaba a terminar. Y aquel interrogatorio, vamos a decir desafortunado, del que era fiscal jefe del Tribunal Superior de Justicia de Castilla y León, José Luis García Ancos, cuestionando a la denunciante y sus motivaciones.
Todo aquello -la referencia a las empleadas de Hipercor que, según la argumentación del fiscal no tenían más remedio que aguantar que les tocaran el culo porque tenían que llevar el pan a sus hijos; Álvarez asegurando que, en todo caso, el acosado había sido él y cientos de sus paisanos manifestándose en la calle para apoyarle- ha vuelto como si fuera hoy, con el estreno de Nevenka en Netflix. El documental desvela mucho de nosotros como sociedad hace dos décadas. 
Dice Nevenka que su abuela le decía «eres guapa, lista y buena». El problema es que muchos no veían más que lo primero. Y cuando estalló aquel caso, al que todo el mundo puso su nombre y no el de su acosador, tuvo que marcharse de España. Dejó una semilla plantada, pero de crecimiento lento y como se puede comprobar, constantemente amenazada: pintadas sobre murales que reivindican el papel de las mujeres en la sociedad, placas en recuerdo a víctimas de la violencia machista vandalizadas, micros abiertos que dejan al descubierto comentarios vejatorios sobre actrices, algún partido político poniendo en cuestión, cuando no mintiendo directamente sobre el papel de las asociaciones feministas en la lucha por la igualdad. 
Son solo diez o doce segundos en el documental, pero ahí estaban Nati Cabello y otras luchadoras, dando la cara por Nevenka como lo llevan haciendo históricamente tantas mujeres por los derechos de todas. Tan molestas todavía para algunos como necesarias para todos.