Charo Zarzalejos

CRÓNICA POLÍTICA

Charo Zarzalejos

Periodista


Los temporeros

30/07/2020

Se habla poco de ellos. La realidad que nos circunda nos invita a estar preocupados por los múltiples y prematuros brotes de la COVID-19, la incertidumbre extrema en torno al futuro más inmediato nos paraliza a la hora de realizar planes y nos agobia la falta de trabajo y la anunciada y segura severa crisis económica. Con toda esta realidad convive otra más silenciosa que apenas si ocupa espacio en las televisiones y demás medios de comunicación. Y me refiero a los temporeros.

Son miles de personas procedentes de países más que deprimidos, en su mayoría estados fallidos y en los que la vida parece importar poco o nada. Son personas, hombres y mujeres, que vienen a nuestro país para la recogida de fruta, esa que tanto nos recomiendan los nutricionistas y que tanto nos gusta ver fresca y bonita en las estanterías de los supermercados.

Pues bueno, si no fuera por los temporeros, nosotros, los españolitos, a quienes al parecer nos duele la espalda con solo pensar en recoger un kilo de melocotones, no podríamos alimentarnos como nos gusta hacerlo. Ellos y ellas, los temporeros, pasan horas en los campos soportando temperaturas tórridas, alejados de sus familias y que vienen porque con lo que ganan, quizás tengan para vivir unos cuantos meses.

Los temporeros vienen a trabajar allí donde, al parecer, españoles jóvenes y robustos no quieren hacerlo y lo hacen en condiciones que nos deberían avergonzar. Sin vivienda diga, sin higiene segura... sin nada, casi abandonados a su suerte. Mal viven hacinados en cuchitriles inmundos y ¿saben?, se me cae la cara de vergüenza de sólo pensarlo.

España es un gran país, es verdad. Como todos, tiene sus carencias y sus motivos de orgullo pero el trato y condiciones de vida de los temporeros es un agujero negro, una vergüenza inasumible que parece hemos aceptado como algo inevitable, algo que ya forma parte del paisaje. Y no, no forman parten del paisaje. Son personas, hombres y mujeres, que por serlo son dignas de un trato justo y humano, de unas condiciones de vida que, efectivamente, garanticen su dignidad.

Hay que dar por hecho que en muchos casos este trato justo y digno se les dispensa por parte de quienes les contratan pero todos sabemos que son los menos. Nos preocupamos mucho del medio ambiente, que está muy bien y consideramos que la digitalización es algo urgente para poner en pie la economía española. Nos preocupa, con razón, el aumento de la obesidad en nuestros niños y nos quita el sueño el saber cuántos y cuántos españoles se van a ver en la calle una vez que acaben los ERTES.

Nada de esto nos debe de dejar de preocupar y a todo ello hay que atender pero si me dan elegir entre una playa más o menos limpia y un sólo temporero con mejores condiciones de vida en España, sin dudarlo, elijo lo segundo. Este dilema, en el fondo, es falso. No es necesario elegir. Basta con que por parte de los poderes públicos se establezca una estricta vigilancia para que estas personas sean tratadas como nos gustaría que nos trataran a nosotros en sus circunstancias; y empresario que no cumpla, que asuma las consecuencias de no dotar a sus trabajadores temporeros de la misma dignidad y cuidado que si daría si quienes recogieran la fruta fueran españolitos jóvenes y fornidos, que de estos hay muchos y comen encantados la fruta que recogen los temporeros.

Muchos de estos temporeros probablemente tengan la edad de nuestros españolitos jóvenes y fornidos que a escasos kilómetros de donde los que nada tienen y se dejan la piel para tener un poquito, celebran, de manera alegre e irresponsable, botellones ,que en muchos casos, -no digo en todos- pagan con dinero que reciben de los poderes públicos, es decir, de usted y de mí. Para recoger la fruta ya están los que nada tienen.¡¡¡Verguenza¡¡¡.