Los impuestos son necesarios, afirmación que se justifica en el mantenimiento y la calidad de los servicios públicos. Sanidad o Educación, dos pilares para nuestra sociedad, se sufragan con lo que cada ciudadano aporta a través de diferentes gravámenes nacionales, regionales o locales. Pero también la limpieza de las calles, el cuidado de los jardines, las actividades para mayores, el ocio juvenil, las acciones culturales,... todo lo que depende de las administraciones públicas. 

Por eso, siempre que anuncian a bombo y platillo que van a bajar un impuesto me huele a lavado de cara política. Ahora le ha tocado al IVA en muchos productos, que se suponía que a partir del 1 de enero iban a ser más baratos para el consumidor final. ¿Se ha cumplido? Puede ser, aunque yo no lo he detectado. ¿Se ha notado en el bolsillo del consumidor? Claramente no. 

Mientras, a los productores de materias primas, como agricultores y ganaderos, los costes de sus explotaciones les siguen subiendo y lo que les pagan por sus productos se mantiene o, incluso, baja, por lo que el resultado de su balance económico tiende cada vez más a negativo. 

Ahora que el concepto de economía circular es uno de los más escuchados, ¿no se podría haber articulado ayudas para los sectores primarios, que son los que nos surten de lo básico, para que puedan seguir haciéndolo? Eso habría tenido una mayor repercusión en la economía cercana. Porque de nada sirve que nos ahorremos cinco céntimos al comprar el pan cuando vemos que se cierran explotaciones por las pérdidas que acumulan. Tendremos el pan más barato, pero se cerrarán estos negocios, los jóvenes seguirán buscando su futuro en las ciudades y el medio rural quedará como un rescoldo del pasado por poner un parche en el bolsillo.