Estamos en un tiempo de incertidumbre. La pandemia, la situación prebélica en Ucrania, lo que nos pueda deparar la campaña electoral, hay un montón de circunstancias que pueden influir en nuestra vida y sobre las que prácticamente no podemos hacer nada para enfocarlas hacia uno u otro sentido. Y todo ello me mantiene en una zozobra inquietante, sin saber bien si acaba ya la crisis sanitaria de la covid y llega esa 'nueva normalidad' que me permita volver a viajar, a abrazar a mis seres queridos, a celebrar con los amigos y a alternar sin la molesta mascarilla.

Y entretanto, iniciamos una campaña electoral que también me sume en la duda. ¿Habrá un nuevo Gobierno autonómico estable, que pueda mantener durante cuatro años un rumbo hacia el bienestar de los castellanos y leoneses o volveremos a las urnas nuevamente antes de tiempo? Los pactos postelectorales se presentan complicados, duros y caros para el partido que consiga una exigua mayoría. Habrá que esperar hasta el 14 de febrero, pero la situación me deja un poco mustio.

Para más inri, Ucrania se ha convertido en un polvorín en el que una pequeña chispa puede ponerlo todo patas arriba. Y las consecuencias de una guerra, incluso de un distanciamiento entre los bandos, puede tener consecuencias para nuestro bolsillo. Los carburantes, el gas o la electricidad están dispuestos a subir aún más sus precios, mientras que la inestabilidad política puede llevar a una incertidumbre económica que dé al traste con una recuperación que ya se empieza a notar en el empleo y que parece que este año, si nada se tuerce, cogerá altura suficiente para volver a un escenario similar al que había antes de la pandemia.