La pérfida albión ha estado detrás de muchas de las fechorías que malograron nuestro imperio. Siguen sin devolvernos Gibraltar, conducen por la izquierda para llevar la contraria al resto del mundo y nos desprecian con el brexit. Tienen además un primer ministro que en cada fotografía parece recién salido de un after y su Familia Real acumula más escándalos que miembros. Pero seguimos mandando a la chavalería a las islas para chapurrear el idioma de Shakespeare, admiramos su música y nos hemos quedado boquiabiertos con los fastos del Jubileo de Platino de la Reina Isabel II. Son unos genios con el marketing, incluso al vender instituciones tan vetustas como la Monarquía. Sacan toda la fanfarria, su carroza de oro,... pero al mismo tiempo invitan a la fiesta a estrellas del pop, a lo más cool de la sociedad británica y su graciosa majestad aparece en un vídeo tomando el té en Buckingham Palace con el oso Paddington. En torno a la dinastía se hacen series tan maravillosas como The Crown, implacable con sus protagonistas y al mismo tiempo insuperable en sus guiones, interpretaciones y, sobre todo, en el buen gusto.

En España, este fin de semana, el Rey don Juan Carlos tenía previsto volver a Sanxenxo para asistir a las regatas que llevan su nombre. No estará porque, según dicen que han dicho, a alguien le incomodó su presencia de hace unas semanas en la localidad gallega y los aplausos recibidos. Aquí también se ha empezado a emitir un documental sobre los borbones -más dogmática y menos refinada que la serie de Netflix-, pero nadie imagina que Felipe VI pueda celebrar alguna efeméride como lo han hecho los Windsor. En nuestro país, se ataca a la figura del Emérito para desgastar a su hijo y sobre todo a la institución. La Monarquía erosionada desde el propio Gobierno. Definitivamente no somos británicos, y no lo digo solo por el acento.