Nuevo inquilino en el palacio de la Moncloa, nueva ley de educación al canto. Es automático. Son nueve reformas educativas de calado las que se ha puesto en marcha desde la implantación de democracia en España. Una auténtica sopa de letras... LGE, LOMCE, LOE, LOCE, LOECE, LOPEG, LOGSE, LODE y ahora LOMLOE. Ni el ínclito ministro Wert lo hubiera hecho peor y de forma más sectaria. Isabel Celaá ha rizado el rizo. Pasará a la historia como la ministra de Educación más doctrinaria, pero eso no es lo más grave. Todos los gobiernos, de derecha, izquierda o centro, han tratado de imponer, demostrando poca altura de miras, su modelo educativo a fuerza de escaños y no de consenso y eso, cuando se trata de un tema tan troncal es gravísimo y los resultados de la falta de un pacto de Estado sobre la educación los tenemos ahí. 
Mucho me temo -me gustaría equivocarme- pero la ley Celaá va a desandar lo poco que se había andado para conseguir que España salga de los puestos de cola en comprensión lectora y competencia en ciencias y matemáticas... en los que nos sitúa el informe PISA de la OCDE y reducir el alto porcentaje de estudiantes que no demuestran los conocimientos mínimos exigidos al acabar la escolaridad obligatoria. Al tiempo. 
La excelencia, el esfuerzo, la dedicación, el empeño y, si me apuran, el sacrificio, han tenido en todos los órdenes de la vida premio o reconocimiento, también en el de la educación. Pasar de un curso a otro con suspensos y otros despropósitos y ocurrencias de esta ley lanza un mensaje peligroso. Enhorabuena señora Celaá ha conseguido poner su nombre a una nueva ley educativa, pero ese minuto de gloria va a costar al país un retraso de años en el impulso del nivel formativo como valor añadido en una economía global del conocimiento.