Martín García Barbadillo

Plaza Mayor

Martín García Barbadillo


Pastillas

15/05/2023

El otro día, subiendo las escaleras del garaje de mi padre, vi en el suelo algo. Me detuve, me agaché y lo cogí. Se trataba de una pequeña pastilla de color rosa claro envuelta en su plástico, que era un trozo de blíster cuadrado perfectamente recortado.

Con la pastilla en la mano empecé a fantasear respecto a su utilidad. Tal vez era un antiinflamatorio o puede que un fármaco para el dolor de cabeza o la tensión. Le di la vuelta y, por detrás, se podía leer «Alprazolam, 0,5 mg». Sé lo justo de medicamentos, así que la pista no me sirvió de nada. Traté de buscar en internet con el móvil, pero en el garaje no había cobertura. ¿Sería para el estómago?...

Salí a la calle y, mientras jugaba con el blíster moviéndolo entre los dedos, me enteré por fin de lo que era: un ansiolítico, una pastilla para tratar la ansiedad (y el insomnio, las crisis de angustia, la agorafobia o los ataques de pánico y estrés intenso. Así, todo eso). Lo primero que pensé es que alguien igual lo iba a echar de menos. Estaba tan bien recortado que quizás era el único que llevaba encima quien lo perdió y puede que en algún punto lo fuese a necesitar de verdad.

Después me pareció muy significativo, aunque no tenga ningún valor estadístico, casi una metáfora, toparme con un fármaco en el suelo y que fuera para la ansiedad, esa epidemia del mundo moderno que no está provocada por virus ni bacterias, pero que nos tumba igual. Y es significativo, porque este país está a la cabeza mundial del consumo de ansiolíticos. Y no creo que nuestros problemas sean mayores que los de otros lugares del planeta, ni nuestra forma de vida más estresante o peor que la de otros territorios. Pero algo debe de estar mal (muy mal) cuando necesitamos recurrir de seguido a la química para apaciguar el espíritu, para conseguir calma, para portar las cargas de la existencia, para no quebrarnos.

Es probablemente esta carrera sin fin ni objetivo claro, esta rueda de hámster con látigos silbando para que corramos más en la que se ha convertido la vida, la que nos tiene en el filo, en el alambre, siempre a punto de caer. Y puede que fueran posibles otras vidas más sosegadas y otros recursos para resolver los problemas más de mirarnos a los ojos, de decirnos, de contar, de escucharnos, de llorar si toca, de ayudarnos. Y así, con el tiempo (puede que con mucho) andaríamos más tranquilos y uno al encontrarse una pastilla en unas escaleras sabría seguro que son vitaminas, que siempre vienen bien. 

Salud y alegría.