Acaba de empezar el mes de agosto más atípico de nuestras vidas. Este año, el coronavirus se ha convertido, de manera inesperada, en ese triste protagonista que ha influido de manera decisiva en nuestras decisiones cotidianas. El 90% de los españoles, según el CIS, viajaremos por España. A la hora de elegir sus destinos veraniegos muchos han optado por el rincón que los vio nacer o con el que poseen vínculos familiares o afectivos. Un verano histórico para nuestros pueblos: la mayoría de ellos más despoblados en los meses invernales, recobran estos días la vida de antaño. Y sin fiestas patronales. 
El medio rural aporta tranquilidad, sosiego y seguridad. No existen las aglomeraciones de las grandes ciudades ni la masificación de muchas zonas de costa. Serán muy frecuentes los paseos matinales por los caminos, aprovechando el frescor de las primeras horas del día, o compartir tertulia a la puerta de casa en las horas más tardías, cuando el sol se atrinchera en el horizonte. Seguramente, para muchos supondrá un lugar de reencuentro después de muchos años sin coincidir. 
Siempre que se regresa a los orígenes vuelven también los recuerdos de nuestra infancia, el contacto directo con la naturaleza, el canto de los pájaros y actividades que se llevaban a cabo en aquellos años que tanto nos marcaron.
Los que tuvimos la suerte de nacer en un pueblo somos muy privilegiados. Las vivencias de pequeño te nutrían como una enciclopedia. Eran los tiempos en los que no había móvil y las horas se pasaban ayudando en las tareas de campo a nuestros mayores. La vida social era más limitada, pero poco importaba.
Volver a su tierra de nacimiento será para muchos un ‘redescubrimiento’, por lo que ofrece este ambiente castellano que tanto atractivo humano y paisajístico posee.
El coronavirus nos ha abierto viejas sendas en este infausto 2020. Vamos a recorrerlas juntos. Nadie se va a arrepentir.