David Hortigüela

Tribuna Universitaria

David Hortigüela


Motivación y aprendizaje

05/05/2023

Se habla mucho de la importancia que tiene la motivación para poder aprender, pero no tanto de cómo generarla y de las variables que influyen. Está claro que, en la vida, en cualquier ámbito, es imprescindible sentirte motivado para alcanzar las metas establecidas. Esto cobra mucha más relevancia en la educación reglada, en la que es necesario atender a la diversidad del alumnado, tratando de conectar lo que queremos enseñar con sus intereses y conocimientos previos. 

Hace unos días debatíamos en clase sobre esto, y gran parte del alumnado me comentaba que sentían desmotivación ante muchas asignaturas. Algunos de los argumentos que establecían eran: sólo copias apuntes, muchos trabajos no tienen sentido, no veo que esto me pueda ser de utilidad, te la juegas todo en un único examen… Ante estas razones, que, por supuesto han de ser contextualizadas bajo la premisa fundamental de la implicación y la predisposición activa del estudiante, no podemos mirar hacia otro lado. La información está al alcance de cualquier persona, de forma inmediata, a través de cualquier dispositivo. Es por ello que uno de los roles del docente ha de versar en la manera en la que se transmiten esos contenidos y las estrategias metodológicas empleadas para ello. Aquí influyen diversidad de factores como la tipología de las tareas, las experiencias previas de los estudiantes, el contexto académico y la coordinación docente. Cuánto daño nos hace la frase: el alumno tiene que venir motivado de casa, yo sólo enseño. Y es que se nos olvida que la enseñanza no puede disociarse de la motivación. Es decir, que sin esta última no se pueden generar aprendizajes transferibles y perdurables en el tiempo. 

Todos hemos recibido en alguna ocasión clases o formaciones de una persona muy relevante en un determinado ámbito académico, que, si bien demuestra un conocimiento exhaustivo sobre la temática, la forma en la que lo transmite desde luego no es la mejor. Por ello, combinar contenido con didáctica es la manera más idónea para generar motivación, partiendo de la idea de que esta es un constructo que va mucho más allá de una diversión o disfrute puntual. La clave se encuentra en que esa motivación sea intrínseca, y que por lo tanto no se asocie a recompensas externas que poco tienen que ver con los objetivos de aprendizaje. 

Uno de los aspectos que más influyen en la motivación del estudiante es la competencia percibida, es decir, que tenga la confianza suficiente de que es capaz de lograr la tarea planteada. Cuando esto no sucede, se produce la indefensión aprendida, derivando en una pasividad del sujeto que desemboca en la desmotivación. Este estado es difícil de revertir, por lo que hay que tener sumo cuidado en qué tipo de tareas planteamos, qué relación tienen estas con lo que el estudiante ya ha trabajado y sabe y qué tipo de acompañamiento se dará a lo largo del proceso para que se vaya aprendiendo, no solamente al final. Es un error creer, y por desgracia demasiado habitual, que el alumno se motivará por aplicar la mal llamada 'innovación', rellenando nuestras clases de juegos, disfraces y recursos que poco tienen que ver con los objetivos de aprendizaje planteados. Flaco favor le hacemos al estudiante con esto a pesar de que parezca que se divierte. No debemos de perder nunca el objetivo de aquello que queremos enseñar, y para ello la implicación, reflexión y toma de decisiones del alumnado es fundamental.

Por lo tanto, y más en la universidad (con asignaturas cada vez más cortas), y partiendo de la premisa innegociable que tienen los contenidos y la generación de conocimiento, la clave se encuentra en no demandar tantas tareas (menos, es más), pero sí con el asesoramiento y la reflexión necesaria, permitiendo al estudiante conectar lo aprendido con su identidad personal, social y profesional. 

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