Juan Carlos Pérez Manrique

Estos días azules...

Juan Carlos Pérez Manrique


Fútbol

23/06/2021

En días de homenaje a Berlanga, coincidentes con competiciones futbolísticas, leo cómo el cineasta se había matriculado en la Facultad de Letras de la Universidad de Valencia con el único fin de formar parte de su equipo de fútbol con el que llegó a alinearse en alguna ocasión en torno a 1945 y de lo que se conservan fotografías en el Museo Berlanga. Después, en distintas películas suyas, este juego estará presente. 
El fútbol, que conecta y cohesiona a millones de personas, tiene una extensa proyección en el cine y en la literatura. En las artes plásticas, también. Con motivo del Mundial de Alemania en 2006, Adidas encargó al ilustrador Reidenbach el fresco de la estación de Colonia en el que representa 10 figuras del fútbol impulsando balones hacia un infinito celestial al que también conducen elementos arquitectónicos clásicos, tal como sucede en la Apoteosis de San Ignacio (Bóveda del Gesu, Roma, Andrea Pozo, 1685) que le inspira. Pero anteriores son los lienzos de Lawry, Carrá, Botero, Zárraga (el primero que pintó mujeres futbolistas) o Antúnez, de quien Neruda decía que tenía el alma llena de cosas útiles, por citar solo alguno de muchos ejemplos. 
Sus obras son whassaps que nos devuelven a una orilla lejana en la que, aunque el fútbol que se jugaba era peor, sin embargo, debía de ser más limpio. Whassaps que nos devuelven a los años de infancia y juventud en el que los postes de las porterías eran los jerséis dejados en el suelo; en los que hacíamos colecciones de cromos con la imagen de delanteros que llevaban el balón pegado al pie, salvo en el caso del jugador del cromo que añorábamos, el mejor, que llevaba el balón en su propio interior por lo cual nadie podría arrebatárselo; en los que íbamos al Plantío a ver jugar a los ‘Requejo, Olalde y Angelín’ que formaban parte de una alineación que recitábamos como si fueran versos de un poema de Rubén Darío; en los que mirábamos el marcador simultáneo donde aparecían los resultados de otros campos porque en otros sitios también era domingo y en los que escuchábamos la radio hasta que terminaban los partidos, igual que le sucedía a Gerardo Diego hasta que acababa su Racing. Porque, entonces, antes de que la voraz ola con su espuma de negocio y capitalismo salvaje llegara a las playas futboleras, el fútbol era estadio, periódico impreso y radio que, en una España silenciada, aquella gloria la narraba. Como los frescos de Pozo y de Reidenbach.