Martín García Barbadillo

Plaza Mayor

Martín García Barbadillo


Parques

21/12/2020

Creo haber leído, visto u oído que mañana reabren los parques infantiles de Burgos. O que los abrían, y luego no, y luego sí. O igual lo he soñado. No lo sé seguro porque, a estas alturas, es complicado estar al tanto de toda la normativa y uno ha optado, básicamente, por no hacer casi nada como método para no equivocarse.
Espero que, si las condiciones lo permiten, se pueda efectivamente volver a usar los parques, por todo lo que implican. Los espacios públicos de las ciudades son algo más que el lugar por el que se pasa para ir de un sitio a otro; constituyen el escenario principal de nuestra vida en común como sociedad. Al igual que en el teatro, la tramoya va cambiando el decorado según sea el contenido de la escena. Existen calles peatonales para encontrarse, paseos ajardinados para buscar la calma, plazas para ver pasar la vida… Y parques para jugar, claro. Antes había menos porque toda la ciudad era un parque; los niños desde edades hoy impensables la hacían suya en compañía de amigos y ausencia de padres. Después, colectivamente determinamos que la ciudad era peligrosa para ellos y les cortamos las alas; solo quedaban los parques como últimos reductos de libertad, aunque fuera vigilada. Los niños lo saben y lo aprovechan como solo ellos pueden.
Si uno tiene hijos pequeños sabe que cuando camina por la calle con ellos y pasa cerca de un parque con sus columpios, toboganes, castillos o lo que sea, es probable que le suelten la mano y se lancen corriendo en un impulso irrefrenable. Como las crías de mamífero que son, quieren jugar. Yo mismo paso cada mañana con mi hijo pequeño por un parque en el camino de ida al colegio y he vivido la escena de la fuga cientos de veces. Correr aunque sea para tirarse una sola vez por el tobogán, porque sí, porque lo anómalo sería no hacerlo. Pero hace tanto tiempo que los parques no se pueden utilizar que esto ya no nos ocurre. Los niños son más disciplinados que cualquier otro grupo y saben que si no se puede, no se puede. Pero ahora lo atravesamos como si estuviéramos en el parking de un centro comercial o algún otro espacio anodino; es como si el parque se hubiese vuelto invisible o hubiera perdido su poder mágico de atracción, aunque solo sea en forma de una mirada de deseo, a fuerza de no usarlo. Esto también nos lo ha arrancado el virus, el impulso de divertirse de los niños en la calle, que es la bandera de esa infancia que, como decía Rilke, es la verdadera patria. Pero, como todo el mundo sabe, los niños se recuperan rápido de fiebres y otros dolores. Y de este, esperemos que muy pronto, seguro que también. Salud y alegría.