Hay recuerdos de la infancia y de la juventud que no se borran de la retina con el paso de los años. Y el fútbol tiene esa capacidad de mover emociones colectivas como casi nada en esta vida. Aquel golazo de Juric contra el Real Madrid, el de Dani Pendín en nuestro último gran ascenso a la División de la Plata o aquel imborrable Iniesta de mi vida nos traen a la memoria algo que va más allá del deporte y que no es otra cosa que la celebración de una alegría común en la que las personas se olvidan de ideologías, de clases sociales y se muestran tal y como son.

Debo reconocer que hace ya tiempo que el fútbol de élite dejó de removerme por dentro, pese a no borrarme de los obligados vaciles con compañeros de trabajo y amigos cuando la ocasión lo requiere. Pero tengo que admitir que los días se van a hacer muy largos y los nervios irán en aumento a medida que se acerque la cita de este domingo contra el Bilbao Athletic.

Pese a algún que otro susto que nos dieron en Don Benito nuestros vecinos de Calahorra el pasado sábado, la temporada del Burgos ha rozado la perfección y solo falta poner la guinda al pastel. Habrá que luchar, competir, sufrir y que La banda de locos siga trabajando con la solidaridad de los grandes equipos.

Toda una ciudad estará empujando y los incondicionales de siempre, esos benditos aficionados de los que están a las duras y a las maduras, viajarán a Extremadura para dejarse la voz durante 90 o 120 minutos y meterse un palizón en la carretera. Volverán a hacernos sentir orgullosos y seguirán estando ahí pase lo que pase. Con Casellis, Novoas, Barriocanales, Quintanos o quien venga. No me importan lo que digan los demás, cada día te quiero más.