Mucho se ha hablado estos meses del comportamiento ejemplar que durante el obligado confinamiento han tenido los más pequeños de la casa. Niños y adolescentes han aguantado estoicamente sin moverse de casa, en muchos casos, ni para ir a la compra. Llegada la nueva realidad, que de normalidad no tiene nada, como ayer decía la periodista Julia Otero, nos encontramos con que el mercurio sube cada tarde por encima de los 30 grados y la mayoría de nuestros pequeños solo tienen un anhelo. Darse un gran chapuzón.
Sin embargo, la cosa no va a estar fácil, sobre todo, para los niños de los municipios que han decidido tirar la toalla antes de meterla en la mochila y decir que «por precaución», «ante un posible rebrote de COVID-19» o «por la salud de nuestros vecinos», las piscinas van a permanecer cerradas. La Junta de Castilla y León ha permitido un aforo del 75% en estos espacios de ocio, lo que en realidad permite la entrada de casi los mismos usuarios que en pasados veranos, dado que pocas veces alcanzan el cien por cien de su capacidad. A ello, los ayuntamientos o gestores de las instalaciones tienen que sumar mucha limpieza y desinfección y yo me pregunto, ¿dónde está el problema? ¿No hay parados dispuestos a realizar esas tareas de limpieza en baños y zonas comunes este verano? ¿Desconfían los alcaldes de la sensatez de pequeños y mayores para respetar las distancias obligatorias y las normas marcadas? Yo lo llamo dejación de funciones.
Dicen que les importa la salud de sus vecinos, pero si estos pueden permitirse viajar a las piscinas del pueblo de al lado, no pasa nada porque se contagien allí del virus maligno. Algunos dicen que los peques deberán buscar un ocio alternativo para las tardes del estío, en las que solo se soporta el calor bajo el agua. Será de nuevo un ocio en casa para muchos. Y desde luego no se lo merecen.