Juan Francisco Lorenzo

Pensar con los ojos

Juan Francisco Lorenzo


El Sencoísmo

01/03/2021

Tengo un joven amigo que ha creado una nueva religión: el Sencoísmo. Mi amigo no es que sea especialmente religioso, pero los avatares de la vida le han obligado desde muy joven a remar contra corriente frente a serios problemas de salud, convirtiéndole en una persona más reflexiva aún de lo que ya era. 
Cuenta, que ante su fragilidad en determinados momentos en el proceso de su enfermedad se sintió impulsado a buscar ayuda en alguien más poderoso, más fuerte que él, para poder afrontar su deterioro físico y emocional, aunque estaba bien acompañado de buenas lecturas, buenos amigos y, sobre todo, de su familia.
Las noches de hospital son largas y, si la incertidumbre sobre el futuro se cierne sobre ti, se hacen muy oscuras. Y si además, tus médicos te aportan como solución durante demasiado tiempo que tengas paciencia, crece tu impaciencia. Pero Senco, el dios del Sencoísmo vino en su ayuda y la ciencia le rescató. 
Senco es su Dios, es una idea, pero si tú tienes una idea esa idea existe, así lo explica él, y es coherente. No tengo espacio para explicar aquí el Sencoísmo, pero sí les diré que no es una religión con dogmas ni con respuestas para todo, no tiene gurús, jerarquías, templos, textos sagrados, sacrificios, premios o castigos, sólo da pistas sobre cómo vivir desde la amistad, el amor, la empatía, el altruismo, la sinceridad y la compasión e invita a dejar entrar a las personas en tu vida. Su símbolo es un trébol de cuatro hojas, y su objetivo orientar desde la experiencia sobre cómo vivir en circunstancias favorables y desfavorables: la salsa de la vida. 
Es una religión que enseña a vivir y, si sabes vivir, seguramente sabrás morir, y esto vale para todos. No te dice qué debes hacer, apela a la libertad, al buen uso del sentido común -de ahí su nombre- promulgando una calidad de vida directamente relacionada con la calidad de los vínculos que generamos. No es una religión divina, es humana, pero tan preñada de humanidad que diviniza. 
Mi amigo es un hombre-membrana: filtra lo que le llega, lo trasforma y lo devuelve purificado, hace alquimia con lo ordinario para poder apreciar lo extraordinario que se esconde tras las costuras de la vida. 
Gracias Gonzalo.