Se tacha a los políticos de cortoplacistas, porque siempre piensan en las próximas elecciones, nunca en las próximas generaciones. Por eso, entre otros asuntos, España jamás ha tenido un Pacto de Estado de Educación y la ley de ese ámbito se cambia casi con cada nuevo Gobierno. Con las nefastas consecuencias que se pueden comprobar en la calle. Quizá para espantar esos fantasmas o como un intento de huir hacia adelante, Pedro Sánchez se aferró a Gardel esta semana. Que 29 años no son nada. Y nos presentó la España de 2050. La suya, claro. Porque para Sánchez, la España de 2050 será sanchista o no será. 
¿Habrá toros en 2050? ¿Habremos ganado alguna vez más Eurovisión? ¿La familia Jurado-Carrasco-lo que sea seguirá ocupando horas en televisión? ¿Existirá ya la Superliga europea? ¿El Burgos habrá debutado en la Champions? Esas preguntas se me acumulaban mientras veía la presentación de una España del futuro en la que solo me quedó claro que habrá más inmigrantes, nos obligarán desde el Gobierno a comer menos carne y los vuelos cortos solo estarán disponibles para aquellos que puedan subirse en el Falcón. Vaya fiesta de país. Dan ganas de no llegar. Porque claro, ya me puse a pensar que para 2050, yo bordearé la jubilación, si es que ese concepto existe y si para entonces no está en los 70 o los 80 años. Ahí, no se lo niego, me dio un bajón, porque realmente no queda tanto: 29 años. Un suspiro. Lo cual significa que no soy tan joven como a veces quiero creer. 
Lo bueno es que luego me mandaron por WhatsApp la noticia de un periódico que decía que los adolescentes de 16 a 39 años comenzaremos a vacunarnos en junio. ¡Adolescente! Casi llamo a mis amigos para ir a echar unos quinitos en algún tugurio de los de antes. Luego me acordé que todos están cerrados. O convertidos en tabernas muy modernas. O en restaurantes veganos. Como en la España de Sánchez.