Con los actuales fríos, y las lluvias, parece que se nos ha olvidado el escenario apocalíptico de la sequía y las desmesuradas temperaturas del verano. Consecuencia de un calentamiento global que nos habla de que nos estamos cargando el planeta entre todos.  

A ese negro panorama medioambiental se ha sumado la progresiva y constante subida de los costes de la energía, de toda, que se refleja en unas facturas que asustan antes incluso de abrir el sobre (el único que nos llega al buzón, o ni eso a los que se hayan pasado a la factura electrónica).

Pues, con todo y con eso, llegan estas fechas y parece que una niebla de felicidad y consumismo navideño nos nubla el raciocinio. Ya no tenemos que ajustar el gasto energético a lo imprescindible, cambiamos la conciencia medioambiental por la sobredosis de iluminación, en calles, plazas, escaparates, viviendas,... con el consiguiente debate de cuándo hay que proceder al encendido navideño (ni tanto como en Lugo, que como sigan así Abel Caballero va a darle al botón en el puente de agosto, ni tan calvo como en Aranda, a oscuras hasta el día 5).

Comparto con el sector comercial que la decoración navideña anima las calles y propicia las compras pero ¿alguien ha pensado que se pueden poner las calles en modo navideño on sin luces? Algunos pueblos ya han empezado a hacer sus pinitos, con piezas de ganchillo, árboles con botellas de plástico o belenes creados por los propios vecinos. Reciclando materiales se pueden hacer decoraciones sin tanto gasto, ni para el bolsillo ni para el medio ambiente. 

Si no hacemos algo, a la cuesta de enero tendremos que sumar una elefantiásica factura eléctrica y un nuevo paso atrás en el consumo razonable de los recursos del planeta. y eso, señores, será un duelo entre la factura y la vida.