Javier Santamarina

LA LÍNEA GRIS

Javier Santamarina


Almas en pena de Inisherin

31/03/2023

Pese a los sesudos análisis de los expertos, creer que la convulsión social en Francia es digna de atención, refleja lo poco que se conoce la historia francesa y de su sangre caliente. En el Hexágono las cosas nunca han sido fluidas, ya que les gusta la efusividad salvo el pequeño periodo donde los tanques nazis dominaban el país y el ambiente social fue tranquilo. La reforma de pensiones es poco ambiciosa, cortoplacista y no resuelve ninguno de los problemas reales del país; pero ir más allá tal vez sea imposible para un francés.

La batalla está en la cadena de huelgas que pululan por Gran Bretaña. Nadie piensa que la pérfida Albión sea el mejor ejemplo de socialismo decimonónico, porque la City nos confunde. Haber sido una metrópoli, un pulmón financiero y la cuna de los seguros facilita los estereotipos, pero como Estado es casi una gota de agua con el modelo chino. Su estructura política permite gobiernos ágiles y fuertes, pero aporta el riesgo de las consecuencias de tener malos gobernantes. ¡Y llevan una mala racha!

El país no está en crisis por el Brexit como a la Unión Europea le gustaría pensar. Está en caída libre, porque desde la segunda guerra mundial optaron por el centralismo frente a la responsabilidad individual y comunitaria. Cada reforma política ha impulsado la transferencia dineraria a cambio de ceder la gestión de una actividad, lo cual permite que junto a Francia sea el Estado con mayor presencia asfixiante y empobrecedora.

Aquí es donde las cosas se complican. Nadie es tan brillante como para arrogarse todo el poder, ya que incluso los errores son oportunidades para aprender. En los modelos rígidos, el poder no delega sino que impone; no convence sino que dispone. La disciplina, algunos lo confunden con lealtad, es un requisito indispensable. La libertad requiere al dirigente aceptar que otros actores limiten su voluntad.

La izquierda, la clase política o los sindicatos rechazan este concepto- porque valoran mucho su criterio. Cierto es que un creciente número de ciudadanos prefiere- que otros decidan por ellos si con eso ganan en seguridad. Con el paso de los años, la fugacidad de nuestra existencia nos debería facilitar una reflexión más profunda de las metas y objetivos personales. Occidente ha hecho de la soberbia su carta de presentación, sin percatarse que históricamente era uno de los siete pecados capitales y un signo de debilidad.