Promesas vacías en un barrio olvidado

C. SORIANO
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Los barrios a examen (I) | Los vecinos del Crucero denuncian la falta de mantenimiento de algunas calles y expresan su malestar por la presencia de okupas en edificios como el de la fábrica de Lejías El Cid

La presidenta del Consejo del Barrio, Magdalena Aguilar, muestra el estado de la calle Los Colonia. - Foto: Luis López Araico

Este es un relato que suena a viejo, pero los vecinos no se cansan de reivindicarlo: el Crucero de San Julián es un barrio olvidado. Y, aunque la presidenta del Consejo de Barrio, Magdalena Aguilar, lleva años denunciándolo, lamenta que todo se deja a medias: alguna calle sin asfaltar, carreteras en mal estado, malas hierbas creciendo e invadiendo terrenos enteros, barandillas de metal oxidadas... 

Recuerda, emocionada, cómo era el barrio en el que vio crecer a sus hijos: «todo esto es una barriada que, en los años 50, hicieron entre todos. Los vecinos se unieron como si fueran una cooperativa, y aquí estuvieron trabajando». Es un vecindario, comenta, habitado por las familias de quienes construyeron esas casas, en el que hubo un tiempo en que todos se conocían, un lugar donde «hace 30 años, venías aquí y estaba toda la gente del barrio: las mamás con los niños, estos jugando en el parque... Ahora, no podemos venir porque hay botellones. Me emociono al pensar que mi nieto no puede venir a jugar aquí solo».

El Crucero tiene principalmente dos problemas que no pasan desapercibidos: el mal mantenimiento de la zona y la okupación.  En cuanto a este último, la situación es conocida por todos: un total de hasta seis familias llegaron a habitar ilegalmente en las casas unifamiliares de la calle Ángel García Bedoya, donde se enganchaban al agua y a la electricidad de la comunidad y causaban malestar a los vecinos. «Hubo hasta un incendio en el merendero que tenían abajo. Menos mal que fue a las dos de la tarde, porque si es por la noche, caen como pajaritos todos. Salía el humo y, claro, los garajes, como son en común... hubiera entrado en todas las casas». 

Ahora, tras seis años, han conseguido desalojar a todos los okupas. Pero el problema sigue: los ‘inquilinos’ se han movido a otras propiedades, causando, incluso, altercados con la Policía y los Bomberos. Sin embargo, el tema no se queda ahí. Hay preocupación sobre la gente que está habitando la antigua fábrica Lejías El Cid, abandonada desde 2008. Los okupas aparcan vehículos y dejan abandonados muebles, diferentes enseres y juguetes e, imagina la presidenta, habitan en la parte trasera, que es una zona de vivienda. Los vecinos, relata, lo que quieren es «por lo menos, que lo tiren. No queremos otra cosa».

Ahora, el problema que más preocupa al barrio es el estado en el que se encuentran los edificios y las calles. En mayo, se indemnizó a una mujer debido a una caída en una gran zanja en la calle Los Colonia. El suceso tuvo lugar en 2017 y, desde entonces, el lugar sigue sin arreglo. Pero ese no es un caso aislado, sino que, un mes después, en junio, el barrio volvió a ser noticia por su mala conservación. Los vecinos de un bloque de la calle Cortes tuvieron que ser realojados por el estado en ruina en el que se encontraba el inmueble. Los vecinos afirman que el muro de acceso a las viviendas llevaba, por lo menos, tres meses desprendido y exigen que el Ayuntamiento arregle el problema para que los residentes puedan volver a sus casas. La única solución, de momento, ha sido poner vallas de obra. 

En un paseo por el barrio se percibe que, realmente, es una situación general: «Nos han prometido que lo van a arreglar y se ha quedado todo en promesas». Hace cinco años, recuerda Magdalena, consiguieron que se adecentaran algunos de los espacios. Se colocaron baldosas nuevas e incluso se construyeron aceras en lugares de la calle del Duero y  Ángel García Bedoya, donde no existían. Pero las obra se quedaron a medias. Solo unos pocos lugares se han renovado y, de hecho, en García Bedoya, donde también ha habido una actuación recientemente, la intervención ha quedado incompleta.

El remate final está en el parque del Crucero, donde las malas hierbas se han adueñado de la zona y los jóvenes aprovechan que las familias han dejado de acudir para hacer botellones. «Ahora los niños se tienen que buscar otros sitios», lamenta. La presidenta señala que se trata de un espacio que refleja el estado del barrio: un parque que pasó de ser el lugar donde disfrutar las tardes de verano en compañía de los vecinos a ser un sitio descuidado, lleno de grafitis y con las botellas de alcohol de la noche anterior encima de las mesas. «Aquí, ahora viene gente que no conoces. Nos han echado de nuestro propio barrio».

Los vecinos, al encontrarse a Magdalena, le piden todos lo mismo: «¡A ver si nos hacen caso!». Su respuesta: «no será por no decirlo».