Martín García Barbadillo

Plaza Mayor

Martín García Barbadillo


Alcorques

16/05/2022

La palabra es bonita, posee una sonoridad potente: alcorques. Si, como era mi caso, desconoce su significado es casi aún mejor, le permite a uno imaginar cualquier cosa desde algún objeto antiguo de campo a un tipo de planta o fruto. Pero resulta que un alcorque no es nada de eso; son los hoyos que se hacen al pie de un árbol para retener el agua de la lluvia o del riego, según apunta la Real Academia. Vamos, los huecos que en la ciudad tienen los árboles alrededor libres de baldosas.

La pasada semana este periódico publicaba una foto de los alcorques de la calle Barrantes llenos de hierba y flores silvestres, frondosos y espléndidos en su explosión primaveral. En otros tiempos, esa profusión de plantas incontroladas hubiese llenado la sección de cartas al director de este diario y colapsado el teléfono del programa famoso de quejas de la radio, pero ahora no, porque resulta que está así a propósito. Sucede que el Ayuntamiento de Burgos lanzó la primavera pasada la campaña «Alcorques vivos: Nichos de Biodiversidad» con el objetivo de dejar crecer en esos espacios, a su bola, lo que tuviese que crecer. Con esta política, y en esta época, las calles lucen más coloridas y al parecer todo ese montón de biodiversidad ayuda a combatir las plagas de algunos árboles.

Pero lo verdaderamente llamativo de este gesto tan pequeño es que trata a la naturaleza de otro modo, con un poco de respeto. Las zonas verdes en las ciudades siempre han sido un simulacro de naturaleza, muchas veces ni siquiera una copia mala, sino más bien una domesticación. ¿Por qué no dejarla desarrollarse al menos en algunos espacios? ¿Qué tiene de malo que no esté todo perfecto, alineado y bien cortadito? Tal vez se diesen cuenta de esta vaina tras el confinamiento de 2020, cuando salimos a la calle y alucinamos lo que la primavera había hecho en nuestra ausencia. 

Bienvenido sea, aunque sea en porciones pequeñas, el campo en la ciudad. Solo falta, y lo decimos aquí una vez más, que nos soltemos el pelo y nos decidamos a ocupar, usar y disfrutar sin complejos el que ya existe, los jardines, al menos los cuatro días que se puede. Ayudaría pensar que no hay riesgo de llevarse una mierda de perro en la suela, la enésima, como le ocurrió a mi hijo pequeño el otro día. Pero esa es otra historia. 

Salud y alegría.