Ignacio Fernández de Mata

Los Heterodoxos

Ignacio Fernández de Mata


La peste

08/12/2021

Quienes solo conocen de la historia las lecciones escolares, no saben historia, en todo caso, algo de ideología. Desde las primeras leyes educativas del XIX, la historia escolar fue un programa de mínimos con el que construir ciudadanos, al menos eso se decía. En realidad, se trataba de que los niños salieran con la idea clara de que su país había existido siempre o era el sueño más hermoso, o las dos cosas. Se trataba de la nación, de la identidad.

La identidad es el gran constructo de la Modernidad y la principal bandera de la Postmodernidad. Los estados-nación, bajo los que seguimos viviendo, requerían que el pueblo -sujeto colectivo detentador de la soberanía nacional- se autorreconociera política e históricamente. Y así comenzó el proceloso asunto de la nacionalización de las masas, o lo que es lo mismo, la creación de identidad, para lo que la escuela jugaba un papel fundamental. Se quería/se quiere una comunidad eterna o cuando menos milenaria.

Con la creación de estas identidades nacionales se dejó de morir por el rey o la religión para empezar a hacerlo, a mansalva, por la patria. Desde entonces, las luchas más exaltadas por la identidad colectiva han servido para ocultar tensiones sociales, frustración y explotación. La simplificación identitaria -nos maltratan, nos roban, nos irrespetan…- ha servido para explicar cualquier conflicto. La identidad, su reivindicación, se convirtió en una baratísima fórmula-sucedáneo de la felicidad basada en el ejercicio del odio y la creación de barreras.

La mejor identidad es la que resulta inconsciente, de innecesaria reivindicación. Cuando más auténticamente se es se debe al ejercicio natural de la existencia y la práctica de la costumbre. La obsesión por ser habla de los desajustes vitales, de crisis del modelo, de una imposible fijación y definición. El noventayochista debate del ser de España jamás tendrá sentido o finalización.

El penoso espectáculo en Polonia, con esas ultraderechas tan obsesionadas con sus identidades que nadie puede vivir a su lado, muestra la fragilidad de nuestro mundo, el fracaso de la idea de humanidad. Y afecta a todas las parroquias ideológicas, es un signo de los tiempos: todo el mundo anda pendiente de etiquetas y autorreconocimientos hasta extremos ridículos. Y hay quien confunde esto con libertad o derechos. La obsesión por ser siempre implica el sometimiento de otros a pretensiones ajenas. Digámoslo claro, la identidad es una peste.
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