«Sin libertad no se puede hacer un trabajo limpio y honesto»

R. PÉREZ BARREDO / Madrid
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El artista Antonio López habla por primera vez del gran proyecto que hoy le ocupa: las nuevas puertas de la fachada principal de la Catedral de Burgos

El pintor y escultor, en su luminoso estudio. - Foto: Valdivielso

Hay caos maravillosos, como el que reina en el estudio de Antonio López. Aunque constituya algo indescifrable, podría asegurarse que en cada estancia domina la armonía y la belleza, por más que se amontonen los caballetes y los lienzos, las esculturas y los bocetos en orgiástico revuelo. El aroma del membrillo inunda cada esquina y la luz se posa con exactitud en cada cosa, como si detrás estuviera la mano sabia y precisa de este artista único, un  hombre  afable y cercano que mantiene intacto su apasionado idilio con el arte.

Antonio López, que dejará la huella contemporánea en la Catedral con las nuevas puertas de la fachada de Santa María, habla para DB de este proyecto, pero también de arte, de la vida, de la libertad, de la belleza...

La neblina gris de la contaminación que tantas veces aparece en sus cuadros panorámicos de Madrid parece haber hecho una excepción en el jardín de la casa-estudio de Antonio López, flanqueada de membrillos barnizados por el beatífico sol de la tarde, que se enseñorea de sus frutos de octubre entre las tupidas hojas. A cada paso, el artista se agacha a recoger los que han caído tras un golpe de viento para luego depositarlos con mimo en el alféizar de una ventana, como rematando un bodegón en el que no existiera el tiempo. No suele mirar hacia atrás el artista español vivo más importante, aunque el hombre de 84 años que es hoy mantiene intacta la pasión por el arte que se despertó pronto en el talentoso joven que llegó hace muchos años a la capital con un hatillo de sueños. Sigue entregado al arte que ha sido y es su vida. Trabajando a diario, horas y horas, aunque admita sentirse cada vez más cansado. 

Antonio López es el artista que dejará la huella artística contemporánea en la Catedral de Burgos con las nuevas puertas de la fachada principal del templo, la de Santa María. Su cercanía y sencillez desarman cualquier mito alusivo al carácter de muchos genios. «El proyecto avanza», musita exhibiendo una sonrisa que hace iluminar por un instante sus pequeños ojos azules. Es consciente de los plazos tan justos con los que trabaja, pero lo que más le preocupa es el resultado. «Queremos que quede muy bien. Tener que terminarlo en una fecha, con el añadido de los problemas que van surgiendo, dificulta el trabajo, que no sólo depende de mí. Esta es una obra en la que hay involucradas muchas personas que trabajan conmigo. La escultura empieza con el creador y acaba en una fundición», señala el artista.

Antonio López está convencido de que con el esfuerzo, el trabajo y la lucha el resultado será el soñado. No le impone el lugar en el que irá su creación, por más que se trate de un templo único, modelado a través de los siglos por otros artistas en estilos muy diferentes. «La responsabilidad del artista es hacer una obra que valga la pena, que aporte algo, esté donde esté». Reconoce, eso sí, que esa amalgama de estilos condiciona su obra. «Pero hay que intentar que lo condicione para bien; que esta intervención en un construcción de esa grandeza engrandezca también tu trabajo». 

Siente orgullo el maestro de que se pensara en él para este proyecto. «Los artistas vivimos de la respuesta que encontramos en la sociedad. Sin ello, no tiene significado nuestro trabajo». Responsabilidad, orgullo, temor también. Cada obra es un mundo, pero Antonio López tiene una máxima que se impone ante cualquier nuevo desafío: «Yo necesito trabajar con libertad, como si lo hiciera para las puertas de mi casa». El proyecto ya ha dado el salto del boceto y se halla en la fase de modelado, explica. «Ya lo estamos pasando al lenguaje y al tamaño del relieve. Lo estamos haciendo en pasos, dadas sus enormes dimensiones. Ahora estamos, por trozos, avanzando en el tamaño definitivo». Dentro de un mes, avanza, una de las tres hojas que componen las puertas de la fachada se llevará ya a la fundición. «Para que eso suceda nos tiene que gustar. Si me gusta, si considero que es un trabajo interesante para ese lugar y por sí mismo, me quedaré tranquilo».

Un proyecto como el que Antonio López se trae entre manos será escrutado al milímetro. Ensamblar una obra contemporánea en otra que está compuesta de estilos que van del gótico al neoclásico pasando por el renacentista y el barroco puede provocar reacciones muy dispares. «No hemos intentado ser audaces. Hemos intentado hacer algo diferente; algo que renueve un poco la iconografía existente, que se ha quedado anclada en los siglos pasados y no se ha renovado por la propia Iglesia, que no se ha sentido esa necesidad, que se bastaba con lo que tenía».

Libertad para mirar. Se niega Antonio López a explicar su creación. «A la gente no hay que decirle lo que tiene que mirar, lo que tiene que encontrar. No hay que avasallar a los demás. Estamos haciendo algo para un lugar que es para todos. No tiene por qué gustar a todos. Es una puerta por la que puede entrar cualquiera. Pero no se puede decir lo que tiene que ver o cómo tiene que mirarlo. De la misma forma que yo he tenido libertad para crear, hay que dejar libertad a quien contempla la creación. Beethoven no decía cómo había que escuchar sus sinfonías, no daba ninguna indicación. Lo que se trataba en este proyecto era de hacer algo que tuviera que ver con nuestro tiempo».

Se sitúa Antonio López al margen de cualquier polémica que pueda suscitar su creación. El suyo es el lenguaje del arte. «En el mundo del arte, desde que empecé en él hace muchos años, he vivido situaciones polémicas. En la Antigüedad había un lenguaje común, para todos: para los que sabían, para los que no sabían… Cuando surgieron diferentes lenguajes en el arte todo cambió. En la ciencia eso no ha pasado. Si ahora aparecen varios países ofreciendo una vacuna para el virus, será mejor la que mejor cure. En el arte, se habla, se habla, se habla… Hay que actuar con valentía, sin soberbia, sin creerse que uno es mejor que nadie. Ofreciendo lo que tú puedes dar. Si te lo piden, como es el caso».

El arte, subraya Antonio López, «tiene que aportar. Siempre ha sido así. Hablamos de las puertas de una gran templo. Aportarán belleza, sentimiento y misterio. Por ellas van a pasar gentes que creen más, que creen menos, que creen de una manera y de otra. Eso es lo que hacía grande al arte antiguo: era para todos. Tan para todos, que todavía, miles de años después, vamos a Egipto a ver cosas que aún no sabemos muy bien qué significan. Pero están llenas de grandeza y nos dicen muchas cosas, cosas que atañen al misterio del mundo, de la vida. Eso es el arte. Yo ofrezco lo que tengo y lo que soy. ¿Qué es? No lo sé muy bien. A mí me gusta hacer mi trabajo, y cuando me lo propusieron tuve el presentimiento de que podía decir algo. De lo contrario, lo hubiera rechazado. Es, a mis 84 años, el primer trabajo que hago para la Iglesia».

Asegura el artista que cuando Fra Angelico, Giotto, Velázquez o Zurbarán pintaban, eran la voz de la sociedad. «Eso ha sido siempre así, desde Altamira. Siempre había alguien que ponía voz a la tribu. Y había una forma general básica común en cada época, en Mesopotamia, el Egipto, en Grecia, en Roma, en el Gótico… Los artistas iban descubriendo las cosas, el estilo, avanzando… A partir de los siglos XVI y XVII el arte ya es una torre de Babel. Puedes elegir». No tiene temor. Ni siente vértigo. «Sé que lo podemos hacer. Sólo tengo miedo al plazo, porque desde el principio dije que era poco tiempo. Ojalá lo hubieran propuesto antes. Para la vacuna del virus no hay plazos, aunque todos queremos que se haga cuanto antes. Lo importante es que funcione la vacuna y las puertas estén bien. Pero vamos a respetar el plazo. Todos estamos trabajando en ese objetivo», apostilla.