Un Castillo de basura cada fin de semana

G. ARCE
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Hasta media tonelada diaria de botellas, bolsas de plástico, vasos y bandejas de comida es lo que los botellones descontrolados dejan en los pinares y las zonas de recreo del cerro de San Miguel

Un Castillo de basura cada fin de semana

El Castillo de Burgos y su entorno verde sufren un atentado ecológico cada fin de semana. No hay forma más contundente de denominar a los cientos de kilos de botellas, vasos, bandejas de comida, mascarillas, papeles y bolsas de plástico que quedan desparramados por las faldas del cerro de San Miguel tras las noches de viernes y sábados de botellón y desenfreno. El fenómeno es ya viejo, aunque se ha recrudecido con las limitaciones de aforos, los cierres en la hostelería y el toque de queda de los últimos meses de pandemia.

El paseo a primera hora del día por el entorno de la vieja fortaleza los fines de semana y festivos ofrece un panorama desolador y deja indicios claros de que las noches bajo los pinos han sido muy largas. Y no solo es la basura abandonada en las laderas y campas del cerro de la ciudad, sino los continuos desperfectos en el mobiliario de la zona, principalmente en los vallados de madera de sus senderos, escaleras y zonas de aparcamiento, destrozados a patadas por los energúmenos alcoholizados. También, en un claro mensaje a la estupidez, la emprenden con las papeleras y con los focos que iluminan las murallas de la fortaleza.

Este es el panorama que se encuentra todos los fines de semana Abderrahim Chahir, Abdul para los amigos, profesional de la limpieza de la empresa Semat que acude a su particular campo de batalla al volante de su pequeño camión de recogida en torno a las 7 de la mañana. 

Los últimos días, los de las vacaciones de Semana Santa, han sido particularmente duros para él pues han sido constantes los vertidos de los botellones celebrados en las laderas de la fortaleza, en el campo de fútbol de San Esteban, en las traseras del Vagón del Castillo, en el entorno de la fuente de la Encina y en los alrededores del Centro de Divulgación de Aves, donde el vallado que delimita el acceso a este edificio no aguantó la brutalidad de unos bestias. El listado de rincones inmundos a recoger es largo.

Para colmo, cada vez aparece la basura en los lugares más escondidos y remotos del cerro, entre los pinos y la maleza, allí donde es más difícil que aparezcan por sorpresa las patrullas de Policía Local que vigilan este lugar y donde no existen papeleras [tampoco sería lógico colocarlas] y donde es casi seguro que tampoco se iban a llenar visto lo visto.

Abdul afronta el trabajo de limpieza del cerro de San Miguel desde hace muchos años, la mayoría del tiempo solo o con un compañero de apoyo. Recoge promenorizadamente la basura hasta las diez de la mañana mientras contempla como este lugar singular e histórico es visitado y paseado a primeras horas del día por los primeros turistas y los vecinos de la ciudad acompañados de sus mascotas. 

«La imagen es desoladora un fin de semana tras otro», reconoce dolido este trabajador de la limpieza, máxime cuando se repite una y otra vez y los autores de este atentado -despreocupadas cuadrillas de jóvenes en su mayoría- no parecen darse cuenta del flaco favor que están haciendo a la ciudad, a su cinturón verde y a sí mismos.

«Depende de los fines de semana y del tiempo que haga, pero hay muchos domingos por la mañana que cargo entre 300 y 500 kilos de desperdicios en el camión tras más de tres horas de trabajo». Hay incluso una cuadrilla -rememora- que deja todos los desechos de botellón recogido en bolsas, sabedora de que hay alguien por la mañana que las hace desaparecer. Así un fin de semana y el siguiente... 

Todo su empeño diario, matiza este trabajador de Semat, queda reflejado en los informes diarios que traslada a la dirección de su empresa y que, a buen seguro, serán conocidos en el Ayuntamiento. También los vecinos del entorno son conscientes y agradecen este esfuerzo y el cuidado en dejar las cosas como no deberían haber dejado de estar. «Hay algunos que se paran a hablar conmigo, que ya me conocen con los años y que me echan en falta cuando ven que la basura se desborda».

Algunos de esos visitantes asiduos del Castillo muestran su queja y perplejidad por lo que está ocurriendo fotografiando las huellas de los botellones con sus teléfonos móviles. Son decenas de instantáneas como las que ilustran estas páginas. A buen seguro, si un domingo visitan el cerro de San Miguel antes de que se limpie podrán repetir estas imágenes.