Puede parecer un titular un poco 'fuerte' de entrada, igual hasta tétrico, pero así llaman al 1 de noviembre en México y otros países latinoamericanos. Me gusta esa definición, franca, sencilla, directa; y su colorista y sociable celebración, mezcla de una visión más espiritual y alegre heredada de la cultura indígena y de ciertas aportaciones españolas. En nuestro país es también una unificación de celebraciones, bautizada hace siglos por la Iglesia como Día de Todos los Santos, pero que hunde sus raíces en los ciclos de cosechas romanos y en ritos celtas.

El denostado Halloween, con sus calabazas iluminadas y los disfraces de fantasmas o esqueletos se remonta asimismo a ese lejano origen celta que pasó a los Estados Unidos con los emigrantes de las islas británicas.

Hoy nos parece que ha conquistado el mundo y culpamos a la globalización. Es verdad que algunas de sus manifestaciones festivas están muy presentes, pero no me extrañaría que en un futuro se impongan las celebraciones latinas del Día de los Muertos, que van creciendo en popularidad. Ya se ven locales de ocio o escaparates con decoraciones de calaveras, esqueletos y flores de papel típicas de esas culturas.

En realidad siempre hemos sido globales.  Los grupos humanos, cuando se han trasladado de un sitio a otro, bien por mejorar sus condiciones de vida o por imponerse a otros, se han llevado consigo y han extendido en los nuevos territorios sus conocimientos, ritos, costumbres, artes o tradiciones. Entre ellas, la demostración de respeto a los fallecidos.  Unos se han mantenido y otros han cambiado y así sigue ocurriendo, aunque quizás a mayor velocidad por el uso masivo de las nuevas tecnologías.

Aquí aún conservamos la tradición de embellecer y cubrir con flores nuestros cementerios. Suelen ser estos días muy familiares. Y en casa no faltan los buñuelos de viento y los huesos de santo. No todo se ha perdido.