Algunos secretos de la longevidad

A.G.
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Tienen a sus espaldas años de trabajo duro, crianzas, privaciones y muchas ausencias. Pero aquí siguen con humor, con valor, con agradecimiento y con reflexiones muy sabias sobre la vida que los más jóvenes deberían escuchar

De izquierda a derecha y de arriba abajo: Prudencia Pereda, Emilia Saiz Lara, Julián Sanz y Petronila Manrique. - Foto: Patricia y Luis López Araico

Tres nonagenarios y una centenaria burgaleses que se han contagiado de covid y lo han superado detallan algunos de los secretos de su longevidad, entre ellos, las ganas de vivir, una buena genética y un historial de hábitos saludables.

Prudencia Pereda, 92 años. 

«Yo todos los días me levanto con ganas de comerme el mundo» 

Prudencia Pereda, 92 años.Prudencia Pereda, 92 años. - Foto: Patricia

Cuajadita de rosas tiene la fachada de su casa Pruden -en los papeles, Prudencia Pereda, natural de Lences y vecina de Cornudilla- que hace un mes y pico cumplió 92 años como 92 soles y que a pesar del confinamiento y de haber pasado la covid hace tres meses, sigue cuidando las flores con el mismo mimo de siempre, razón por la cual están tan estupendas que parecen de postal. Esta mujer, que nació en el año del crack bursátil de Nueva York, es energía pura. «No me puedo estar quieta», es lo primero que dice después de invitarnos a pasar a su casa y de hacer una broma detrás de  las cortinillas de la puerta autodefiniéndose, entre risas, ‘la vieja del visillo’.

Se mueve con un aire que ya quisieran para sí muchas de cuarenta años menos, todavía cocina (nos recibió con un exquisito y contundente arroz con leche), no perdona la misa del domingo y le encanta pasear por su pueblo, lo que desde enero hace del brazo de Liliana, la mujer colombiana con la que vive de lunes a viernes y que no puede evitar una sonrisa cada vez que Pruden hace uno de sus ocurrentes comentarios sobre los personajes del corazón, su costumbre de cantar por la calle  o sobre que su piel «es como la de una vaca pinta» por las manchas. 

Es muy parlanchina y dice que tiene muchas ganas de vivir. ¿El secreto de tanta fortaleza? Se queda pensando... «Pues que no lo sé, hija, yo todos los días me levanto con ganas de comerme el mundo».

No se achantó ni cuando se contagió de covid y eso que está operada del corazón y tiene varios achaques. Liliana, que también estaba contagiada, pasó la cuarentena en Burgos y Pruden quedó al cuidado de  sus hijos que estaban pendientes de ella y le pasaban la comida por la ventana. «Pues aquello me lo tomé con filosofía... ¿Qué otra cosa podría haber hecho? Todos los días cuando me levantaba llamaba a mi hija para que no se preocuparan y luego pasaba el día tranquila. Un día me caí y no tenía el teléfono a mano ni nada para avisar a nadie. Pero me dije, ‘tú tienes que salir de esta, Pruden’, así que me apoyé entre dos sillas y conseguí levantarme e ir a la cocina a ponerme hielo en las rodillas, donde me di el golpe». La forma en la que cuenta cómo le explicó a sus hijos que se había caído es tronchante. «Cuando se lo dije me preguntaron que qué me había pasado y les contesté que había dormido con un negro... por el moratón que tenía en las rodillas».

Todos las noches después de ver un rato la televisión con Liliana, Pruden se acuesta bajo una imagen del Sagrado Corazón de Jesús y al lado de otra de Jesús de Medinaceli, de las que es muy devota -también de la Virgen del Carmen- y a las que nunca les faltan rosas frescas. «Mi consejo para llegar a los 92 -dice tras pensar un rato- es estar conforme con las cosas que te trae la vida». 

Emilia Saiz Lara, 90 años. 

«La vida hay que llevarla con fe, paciencia, sabiduría... y saberse cuidar»

Para Emilia Saiz Lara, de 90 años recién cumplidos, los días del confinamiento fueron duros, como para tantas otras personas mayores. Ella estuvo mucho tiempo sin contacto directo con su familia -«me sentía como secuestrada, como raptada», recuerda con un punto de angustia- y después de contrajera el coronavirus, tuvo que quedar aislada en la habitación de la residencia donde vive. Pero durante todo este tiempo no estuvo sola ni un minuto. Sus dos hijos le mantuvieron «informada de todo lo que pasaba y tranquila» y su nieta Beatriz le llamaba a diario por teléfono para que ella pudiera escuchar la misa a través de Youtube y le contaba todos los días un cuento. Pero todos, todos. Es decir, desde el 14 de marzo, cuando todo se puso patas arriba, hasta bien entrado junio y las medidas de seguridad comenzaron a relajarse Bea le explicó una historia diferente. Porque Emilia, que nació en Villanueva Matamala el mismo año en el que se proclamó la Segunda República, adora las palabras. De hecho, durante mucho tiempo ha llevado un diario en el que escribía las vivencias tanto de su niñez y juventud como de la residencia en la que vive, la de San Agustín, de la Diputación,  donde se siente tratada «como si estuviera en un hotel de cinco estrellas».

Recuerda su infancia como una época bonita, es escenario donde doña Luisa y don Prudencio fueron sus profesores de las primeras letras y donde el recreo se celebraba en las eras. «Cuando acababa yo enseguida iba a clase, otros se quedaban jugando por ahí», recuerda esta mujer, que no ha parado ni un momento en su vida. Además de escribir, plasmando sus recuerdos -entre otros el de su marido, Guillermo, un gran peón caminero, tan bueno en su trabajo que hasta le dieron premios, y el de sus ocho hermanos con los que vivía en una casa humilde- a Emilia siempre le ha encantado dibujar y coser colchas, cojines y todo tipo de prendas para las que se ha dado siempre mucha mañana. «Ahora sigo activa, me visto yo sola aunque tarde más tiempo porque soy muy perfeccionista y me gusta que todo se haga bien», cuenta.

Ahora que las cosas están más tranquilas, que está vacunada y que parece que todo va volviendo a la normalidad, le gusta pasear con su nieta, con la que mantiene una relación muy especial. Charlamos el jueves pasado en un banco de la plaza de San Agustín, donde se presenta de punta en blanco, con una chaqueta malva cuajada de flores y un collar de perlas con pulsera a juego. Está algo nerviosa pero muy contenta de salir en el periódico para explicar cómo se ve la vida a los 90 años. «Creo que hay que ser una mujer en condiciones y comportarse siempre y creo que el secreto de cumplir años es saber llevar la vida con fe, paciencia y sabiduría... y, sobre todo, saberse cuidar. Yo nunca he fumado ni he bebido ni una gota».

Julián Sanz, 92 años. 

«Creo que mi madre me cuida desde el cielo. Por eso tengo tantos años»

Nació en 1929 en Castil de Carrias, un pueblo que ya no tiene ningún vecino, y se crió en Villafranca Montes de Oca. De pequeño fue pastor y más adelante se convirtió en un industrial que abastecía de todo (carne, pescado...)a las tabernas de los pueblos, por lo que Julián Sanz se pasó literalmente toda su vida dedicado a su negocio: «He trabajado como un burro, alguna noche que estaban los jóvenes de farra me cruzaba con ellos de tanto que madrugaba». Ahora disfruta de su merecido descanso en la residencia de mayores de la Fundación Caja de Burgos en compañía de su esposa, que no está tan bien de salud como él. Porque Julián, delgado como un junco y ágil como si tuviera cincuenta años menos, está perfectamente de salud. «Ahora mismo me iría a caminar 15 kilómetros, hasta Fuentes Blancas, incluso, sin ningún problema, pero tengo que acompañar a mi mujer».

Su vida no ha sido un camino de rosas, sufrió varios percances graves con la moto y el coche, ha tenido operaciones y su único hijo falleció con apenas 12 años de un fatal accidente al zambullirse en el río, pero aquí está y le sigue mirando de frente a la vida. «Yo creo que mi madre o algún otro ser me está protegiendo desde el cielo, por eso he cumplido tantos años porque si no ni yo mismo me hubiera creído que llegaría tan lejos».

Petronila Manrique, 100 años. 

«Siempre he sido muy rebelde porque tengo personalidad propia»

Todavía quedan en el salón de la residencia en la que vive, la de Fundación Caja de Burgos, los globos y las flores con las que hace apenas unos días celebraron el cien cumpleaños de Petronila Manrique, nacida en Arlanzón en 1921. Es una mujer muy divertida y ocurrente a la que se le adivina un carácter: «A los 40 me quedé viuda y salí adelante con mis nueve hijos y aquí estoy. He sido siempre muy luchadora y por ello, muy feliz. Siempre fui rebelde pero no porque tuviera mal genio sino porque tengo personalidad propia y lo que a mí me gusta, no haciendo daño a los demás, no me gusta que me lo quiten».

Dice de ella misma que es «charlona» y que le gusta ver la televisión -se enganchó con la serie ‘Mujer’ de Antena 3- y que cuando está cansada apaga la luz y se tumba «a la bartola». No le da miedo morirse: «¡Qué va, no le tengo nada de miedo a la muerte. Pero sí le digo al Señor que no me haga sufrir y que no haga que me tengan que lavar y dar de comer, no quiero ser un estorbo para nadie, así que tengo la esperanza de que un día van a entrar en la habitación y me van a ver dormidita».

Pero mientras llega ese momento, Petronila disfruta mucho de la vida. Todos los días los hijos le van a buscar a la hora del vermú y ella no perdona el marianito. Quizás ese sea el secreto de haber llegado a cumplir un siglo.