Martín García Barbadillo

Plaza Mayor

Martín García Barbadillo


Canal

07/06/2021

El fin de semana anduve por el tramo burgalés del Canal de Castilla, y digo anduve porque no conseguí zarpar en el barco que lo recorre al no reunirse el mínimo de personas necesarias para la travesía (10); así están las cosas. En cualquier caso, y ya que estaba allí, lo recorrí sobre mis alpargatas y la verdad es que es curioso. No es un lugar que impresione a la vista, ni impacte o deslumbre; precisamente su virtud es la contraria: su sostenibilidad y adaptación al medio. Es un río en un lugar en el que antes no había nada; si alguien se acercara sin conocer su historia, puede que lo tomase por un cauce natural. Pero es una obra construida por el ser humano persiguiendo una idea, a priori, loquísima. 
Como es sabido, se empezó a levantar en el siglo XVIII para llevar el trigo de la meseta a los puertos del Cantábrico y crear regadío. Aunque no se terminó, suma más de 200 kilómetros y a su alrededor surgieron pueblos y una verdadera industria que vivía de su actividad.
Con el pleno sol de las cinco de la tarde, que yo padecí, es imposible no imaginarse a un paisano en, pongamos, 1755, cavando a pico y pila en medio de estos paisajes pelados, vacíos hasta agotar la vista de horizonte, con fe ciega en que por ahí circularía el agua y después las mercancías. Hay que tener mucha fe.
Este proyecto, uno de los últimos que intentó levantar a Castilla del agujero histórico en el que lleva siglos postrada, recuerda a otras empresas que parten de una ambición y voluntad parecida, como la que llevó el ferrocarril de costa a costa en Estados Unidos, visto en mil películas. Hasta el paisaje evoca a los territorios del Oeste americano: uno circula en línea recta por carreteras secundarias rodeado de sobrecogedora nada y parece estar en Oklahoma. De repente, se topa con el canal que es un oasis (todo lo que puede ser en esa zona áspera) y alucina con la vida o el sonido incesante de los pájaros, refugiados (o huidos) en su sombra. Ese canto probablemente acompañaba barqueros, muleros y escluseros ( bonitas palabras) en su faena diaria de su mundo extinguido.
El siglo XXI, en cambio, lo único que ha llevado la ingeniería a lugares como este son bosques de aerogeneradores; filas de aspas que se mueven en coreografía, no necesitan a nadie que las maneje y visten al paisaje de una soledad, si cabe, más profunda. Y, para colmo, no dan sombra. Serán los tiempos. Salud y alegría.