Incansables

ANGÉLICA GONZÁLEZ
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Las personas mayores están en el punto de mira del coronavirus y lo saben. Y precisamente por ello siguen cuidando y cuidándose. Unas están confinadas con hijos y nietos, otras en soledad, y las hay enfermas y sanas. Aquí, algunas de sus historias

Rosa Planchuelo y Marcos Mussons, de 73 y 71 años.

Han criado hijos y nietos, han trabajado -mucho- en unos tiempos en los que las cosas no eran fáciles, han sobrevivido a una posguerra y a una dictadura, fueron el sostén de las familias y prácticamente de la sociedad entera en la gran crisis de 2008 y ahora, cuando deberían disfrutar de un merecido descanso, las personas mayores se han convertido en el colectivo más azotado de la pandemia del coronavirus, con unas cifras altísimas de enfermedad y fallecimientos. Muchas tienen miedo y no lo ocultan, se saben grupo de riesgo, y por eso están cumpliendo disciplinadamente el confinamiento, recetan paciencia para los que no entienden la vida sin estar todo el tiempo haciendo algo y rezuman sentido común y una sana resignación. No todos tienen las mismas circunstancias -los hay que conviven con una enfermedad grave o son cuidadores-, pero sí una actitud ante la vida parecida. Por eso conviene escuchar lo que dicen, darles el sitio que se merecen y, de alguna manera, acompañarlos en estos días duros en los que no se pierden la hora de los aplausos. En esta ocasión, la ovación es para ellos.

Para personas como Lourdes Villares, enfermera jubilada que en octubre cumplirá 80 años y que está viviendo esta crisis no solo como ciudadana común sino como sanitaria a la que le hubiera encantado estar en primera línea: «Me acuerdo mucho de mis compañeras y estoy en contacto con algunas, lo están dando todo y se merecen con creces el homenaje que la gente les hace a las ocho de la tarde. Yo no fallo ningún día». También se acuerda Lourdes de tantas personas que viven en las residencias de ancianos y que están enfermas y asustadas. Ella, que durante algunos años se dedicó a la política y fue responsable de los servicios sociales de la Diputación, tiene muy claro que hubiera estado «muy cerca de mis ancianos, al pie del cañón». La pandemia le ha cogido sola en su casa pero no desconectada: «Hablo todos los días con mis hijos y con amigos y ahora estoy en contacto con gente de la que hacía mucho tiempo que no sabía nada. El otro día hablé con una hija de una prima y me dio un vuelco el corazón». Echa mucho de menos a sus nietos -«mis cuatro joyas»- pero dice que lleva muy bien la cuarentena. «Me entretengo y me da tiempo a todo: cocino, coso, leo, doy gracias a Dios porque estemos todos bien y rezo muchísimo. Le pido a mi marido, que ya nos dejó, que nos ayude desde el cielo».

(Más información, en la edición de papel de hoy de Diario de Burgos)