Editorial

Tres meses de guerra que solo dejan pérdidas humanas y económicas

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El primer ataque contra una nación europea desde la Guerra de los Balcanes en la década de los 90 cumple tres meses, en los que sin duda Rusia se ha apoderado de territorios significativos alrededor de Crimea, que ya se anexionó en 2014 y ha logrado aislar completamente a Ucrania del Mar de Azov, tras asegurar el control de la estratégica ciudad de Mariúpol. Sin embargo, Putin pinchó en su intento por tomar la capital ucraniana, Kiev, y ahora parece haberse atascado también su ofensiva en el este. Pocos éxitos en el campo de batalla para las tropas rusas, que inició el conflicto con la idea de hacerse con la mayor parte del territorio en pocas semanas y que ahora se enfrentan a una guerra de desgaste con un final incierto.

Los militares del Kremlin no contaban con las fuertes defensas ucranianas que, apoyadas en las armas enviadas por Occidente, han frenado el avance de las tropas extranjeras e incluso han repelido fuera de sus fronteras a los rusos en algunas zonas. No obstante, lanzando una mirada más allá del actual escenario bélico solo se abren dos posibilidades, una victoria contundente de uno de los dos contendientes, algo que no parece posible, o una salida negociada a la guerra, lo que en estos momentos también se contempla como algo lejano. Habrá que esperar, pero parece que un final dialogado es lo más sensato y lo único posible.

Estos tres meses desde el inicio de la invasión rusa han dejado miles de muertos en territorio ucraniano, sin embargo, aunque la pérdida de vidas humanas es lo más grave, los daños también han sido muy importantes en el ámbito económico. Además de Ucrania, que ha visto destruido gran parte de sus infraestructuras y tejido productivo, Rusia está sufriendo como nunca las sanciones adoptadas unánimemente por la Unión Europea y Estados Unidos. Las previsiones indican que este año la contracción de la economía rusa será la más importante desde principios de siglo, cuando Putin inició su primer mandato.

Las negativas consecuencias de este conflicto impactan de lleno también en España. Las exportaciones y las importaciones a ambos países generan pérdidas, los precios energéticos se disparan a causa del boicot al gas y petróleo ruso, la inflación se mantiene en máximos y el coste de los suministros sigue creciendo en dos dígitos. Todo ello en un momento en que se comenzaba a percibir la recuperación económica tras la pandemia, situación que se ha revertido con una amenaza incluso de crisis alimentaria si la guerra se prolonga durante muchos meses más.

La única consecuencia positiva es la unidad mantenida por los socios europeos y el refuerzo de la OTAN con la próxima incorporación de Suecia y Finlandia, ambas cuestiones con las que seguramente no contaba Putin.