Vigía del valle del Duero

J.Á.G.
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Roa de Duero, construida en una elevada loma, se perfila no solo como una villa con historia y monumentalidad, sino también como experiencia arqueológica y, sobre todo, como un espacio donde disfrutar de la enología y la gastronomía.

Roa: Vigía del valle del Duero - Foto: Alberto Rodrigo

Roa de Duero, en el corazón de la Ribera burgalesa, comparte con Burgos el nombre de su paseo más principal, el Espolón, aunque no esa verticalidad ni las exclusivas panorámicas que lo convierten además en mirador. La antigua Rauda se asienta en un cerro que es balcón y vigía del valle del Duero. El Puente Mayor, de tres ojos de medio punto y generosa amplitud, salva el río desde los idus romanos. Así de llegada, antes de callejear, es obligado el paseo por esa atalaya pavimentada para empaparse aún más de esos impresionantes paisajes verdes, de majuelos y cereal, moteados acaso por esos bosques de ribera y pinares milenarios del entorno.

Desde esta balconada, orientada al sureste, a lo lejos se otea, en los días claros, hasta la sierra de Guadarrama, pero más cerca se vislumbra el Riaza ya moribundo que presta sus aguas al caudaloso Duero cerca del piélago, la ermita de San Roque e incluso, más a lo lejos, la de la Virgen de la Vega. Como dice el alcalde, David Colinas, la villa es una villa atractiva para ver, recordar y degustar, porque efectivamente a su historia, arte, rincones, paisajes… se suma su gastronomía y los caldos de más de una quincena de bodegas de una denominación de origen que tiene su icónica sede en las faldas de la loma. También el turismo enológico tiene aquí un referente esencial a través de la Ruta del Vino Ribera del Duero, un consorcio que está promocionando la comarca.

Dentro y fuera de esa Rauda vaccea y romana, atravesada por la calzada que unía Clunia y Astorga, se ha ido solapando en 2.500 años una agitada historia, de razzias, revueltas, saqueos, incendios, pero también tiempos de riqueza y florecimiento comercial. También fue escenario en el que se fraguó una milenaria Castilla, se repoblaron reinos y también acogió a esa heroica y guerrillera España que luchó por la independencia durante la ocupación francesa. En el mismo mirador del Espolón -no muy lejos de una curiosa y pesada bombarda del siglo XIV- se rinde recuerdo con busto incluido al cardenal Cisneros, que fue amortajado en la villa, durante su infructuosa espera de Carlos V. Al ilustre prelado le dio tiempo a componer unos versos dedicados a Roa.

Otro de los personajes que ha quedado unido a la historia de Roa por firmes y épicos lazos fue, sin duda, Juan Martín Díaz, el Empecinado. Junto al cura Merino guerreó por estos lares y liberó la localidad de la ocupación gala, aunque después repuesto el absolutismo con Fernando VII, fue encarcelado y vilmente ahorcado en 1825. Hoy tiene su monumento en el parque de La Cava, que es otro de los espacios más populares y queridos por los raudenses, que desde siempre rinden culto a su persona.

Beltrán de la Cueva, valido de Enrique IV y señor de la villa por concesión real, goza de preeminencia en el propio escudo de la villa y en pétreos blasones esculpidos en las portadas de la excolegiata de Santa María y de la ermita de San Roque: "Quien bien quiere a Beltrán, bien quiere a su can". Afectos y desafectos andaban por medio, según cuenta la leyenda, y los munícipes de entonces, al parecer, quisieron dejar claro que si alguien deseaba estar a bien con el noble, debía estarlo también con su villa.

Roa ahora capea como puede el goteo de la despoblación en el medio rural. Sigue siendo un municipio industrioso, de algo más de 2.000 almas, hospitalarias, nobles y también jaraneras y es que, como dicen, la ocasión la pintan calva. A falta de tejido industrial suficiente y mayores rentabilidades de los cultivos y de las explotaciones agropecuarias, ha convertido la vitivinicultura -que siempre fue comercio y oficio próspero en Roa- en eje fundamental de su desarrollo socioeconómico, también turístico.

Antes de visitar alguna o realizar algunas de las muchas rutas naturales por senderos que recorren el municipio y tienen como compañero de viaje al Duero y su afluente, el Riaza, nada mejor que darse un paseo por esa Roa monumental y callejear para contemplar los restos de esa muralla medieval que ordenó levantar, con ordenanza de por medio, la reina Violante, esposa de Alfonso X, el Sabio. La misma soberana desde la cercana Peñafiel reglamentó también en 1295 la vendimia y el pastoreo de las viñas. Este asunto, teatralizado y novelado, se rememora en una recreación histórica que organiza en verano precisamente la Asociación Juan Martín, el Empecinado, uno de los colectivos -hay varios, amas de casa, grupo de danzas...- más dinámicos de la villa. De la recia fortificación de 1.630 metros de perímetros y un grosor de muros de tres metros, costeada por el vecindario y que supuso una obra colosal, han sobrevivido algunos paños al paso del tiempo y de la inmisericorde piqueta de pasados desarrollismos urbanísticos mal entendidos.

Una visita indispensable, sin duda, es la excolegiata de Nuestra Señora de la Asunción,un templo del siglo XVI y uno de los edificios más emblemáticos de la Roa urbanita. Situada en la Plaza Mayor, presume de primigenias trazas románicas y portada gótica. La sobriedad no oculta que esta iglesia fue otrora colegiata y tuvo predominancia eclesiástica. En el altar mayor, neoclásico, sobresale no obstante su Cristo gótico. Sus tres capillas adicionales ofrecen muestras de una imaginería sobresaliente y admirar ese grupo escultórico de la adoración de los Reyes Magos atribuido a Gil de Siloé bien vale una misa. La pila bautismal, por cierto, es románica.

No es el único templo de Roa. En el noroeste se levanta el dedicado a San Lorenzo, pegado a la muralla y que popularmente era conocido como la iglesia de los judíos. Su localización, su traza arquitectónica y su torre almenada evidencian su carácter también defensivo. En su interior conserva dos de las tres naves originarias, que atesoran los Cristos de San Esteban y de Durón, además de sargas y una atractiva imaginería. Este año, a causa del coronavirus, los raudenses no han podido entonar Los Sayones, cantar que relata la pasión y muerte de Jesús, atribuido al mismísimo Lope de Vega.

Fuera del casco se sitúan las ermitas de San Roque, en el barrio del mismo nombre, y de Nuestra Señora de la Vega, a cuatro kilómetros de la villa. En ellas se celebran entre mayo y septiembre romerías y rogativas. La patrona de Roa no es la Virgen del Rocío, pero casi. Los fieles acercan a sus hijos pequeños a la carroza procesional para que los bendiga. Hay otro elemento singular en el patrimonio sacro, se trata de la Cruz de san Pelayo, un conjunto escultórico situado sobre una colina, en la que, según la leyenda, el santo ermitaño tuvo la premonición de que Fernán González vencería a los moros en esta belicosa línea del Duero.

Viñas con historia. Puestos seguir recorriendo el casco histórico de Roa, en la plaza de España, no puede pasar desapercibido ese monumento a la Vendimiadora, justo y debido homenaje a quien llevó el peso en su conacho del trabajo en casa y también en la viña. La singular arquitectura castellana -piedra, adobe y entramado de madera arriba, en esta sucesión- y, si se permite, algo de desidia, observan en la antigua y desangelada alhóndiga, una solariega construcción, hoy en manos particulares, que data del siglo XVIII y fue almacén de grano y lagar comunal donde los viticultores hacían el ancestral churrillo.

Otra de los referentes históricos relacionado con la cultura de la vid está extramuros de la villa, saliendo por la puerta de San Juan, la única de las seis que se conservan se alza la icónica torre y el complejo que es sede del Consejo Regulador de la Denominación de Origen. Las obras permitieron no solo integrar el ruinoso hospital de San Juan en la trama urbana, darlas utilidad y abrir el espacio a disfrute de la ciudadanía. Rectangular y con pequeñas ventanas redondas, esta torre vigía de la calidad y honestidad de los caldos ribereños fue inaugurada por el rey emérito donde Juan Carlos de Borbón, se ha convertido también en emblema y timbre de gloria para la villa, que comparte con algo más de una quincena de bodegas, que conforman una ruta local que discurre por todo el entorno y entra en la villa a través de una vinoteca y una enoteca, además de los bares, propiamente dichos. Algunas de las bodegas, por ciento, se ha acogido al consorcio Ruta del Vino Ribera del Duero y organizan visitas guiadas y catas en sus instalaciones.

Si el turismo enológico tiene en Roa uno de los puntales, con el vino como embajador cultural, también lo tiene la gastronomía ribereña, en la que destaca sobre todo el lechazo asado en horno de leña. Hay más restaurantes y mesones en la ruta gastronómica, pero dos de ellos, El Chuleta y el Nazareno, se llevan la palma. Hay otra tradición culinaria en la villa muy singular y es el bacalao al estilo taberna , que se degusta no solo en los establecimiento hosteleros sino en casas particulares y 'chocos' en invierno, pero sobre todo en Semana Santa, dando además origen a unas jornadas y un reñido concurso.

Roa, desde siempre, ha sido jaranera y festiva. Es de esperar que este año, el coronavirus no trunque las fiestas de Nuestra Señora y San Roque, a mediados de agosto, en las que además del misas y procesiones solemnes, se mantienen las becerradas y suelta de vaquillas. Además, en el coso se celebra una de las ferias taurinas más señaladas después de la de Burgos y Aranda.

Rauda Vaccea. Si la viña es cultura, no es menos la arqueología y Roa de Duero tiene, después de más de 500.000 años de ocupación humana, vestigios, algunos ocultos aún bajo la loma en la que se asienta el caserío, que acreditan su remoto pasado y su precocidad en el cultivo del vino. La antigua Aula Arqueológica, en la que se exponían algunas piezas halladas y se refería el pasado más remoto de la villa, se ha cerrado y hoy es sede del Archivo Municipal, pero extramuros de Roa, junto a la sede de la la D.O. Ribera del Duero, se levanta el parque arqueológico Rauda Vaccea, que en realidad es una ventana abierta al mundo, un enorme centro de interpretación y exposición ubicado en el sitio exacto del yacimiento. Su visita, muy interactiva y dinámica, es, sin duda, obligada por cuanto permite interpretar los acontecimientos históricos, arte, patrimonio… y su relación con el espacio físico y el paisaje.

En una sucesión de escenarios y civilizaciones que ocuparon este territorio, desde las sociedades prehistóricas primero cazadoras y después recolectoras, sin duda muy parecidas en usos y costumbres documentadas en Atapuerca, hasta la vida de las primeras comunidades que desarrollaron la escritura, el urbanismo, la agricultura, ganadería y la vitivinicultura.

El visitante, como en el Cayac ataporquino, de la mano de un monitor especializado observa, escucha y también experimenta distintas actividades propias de los habitantes de aquellos períodos. Cómo se hacía fuego, con qué y cómo cazaban nuestros antepasados, qué comían, cómo se vestían, pero también permite conocer cómo era una casa del castro vacceo o una domus romana y ponerse en la piel de los pobladores nativos y de los invasores…

*Este reportaje se publicó en el suplemento Maneras de Vivir el día 6 de junio de 2020.