El SARS-CoV-2 visto desde el VIH

A.G.
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Estaban allí cuando llegó el sida, un síndrome desconocido que hacía que jóvenes veinteañeros murieran con patologías gravísimas. El médico Juan Francisco Lorenzo y la enfermera Valvanera Mozoncillo recuerdan cómo fue aquella pandemia

Valvanera Mozoncillo y Juan Francisco Lorenzo, enfermera y médico que vivieron el sida en Burgos desde sus comienzos. - Foto: Alberto Rodrigo

Se considera 1981 la fecha ‘fundacional’ del sida porque el 5 de junio de ese año se dieron a conocer a los medios de comunicación los primeros casos de un extraño síndrome que afectaba a hombres jóvenes homosexuales, a los que les provocaba graves tumores y enfermedades crónicas. En aquel momento el internista Juan Francisco Lorenzo solo había visto esa patología -que se empezó a conocer por unas siglas casi impronunciables, HTLV3 o ‘virus asociado a la linfoadenopatía’- en revistas científicas. Apenas dos años después la tuvo en su planta, la octava izquierda del Hospital General Yagüe, de la que ya no se iría nunca. Los primeros recuerdos de la enfermera Valvanera Mozoncillo, que estuvo allí también desde la primera hora, codo con codo con Lorenzo, tienen que ver con una serie de pacientes con problemas oculares, víctimas de una epidemia producida en Burgos por una partida de heroína infectada de candidiasis, sobre la que luego escribiría un libro el oftalmólogo José Luis Pérez Salvador: "Al poco tiempo, esos mismos muchachos, que fueron bastantes y muy jóvenes, nos llegaron diagnosticados de VIH. Eran todos heroinómanos".

Casi 40 años después, estos veteranos -ambos jubilados aunque Lorenzo ejerce de forma voluntaria de médico consultor para la covid en las residencias de ancianos- recuerdan el impacto que supuso aquella enfermedad tan nueva y analizan los parecidos y las diferencias que tuvo con respecto a la actual pandemia provocada por el virus SARS-CoV-2: "El primer punto en común que tienen las dos pandemias es la ignorancia absoluta que tuvimos cuando apareció el virus del sida y la que se ha tenido ahora con el coronavirus, el no saber a qué nos estábamos enfrentando. En 1981 fue la primera vez que la especie humana entraba en contacto con el virus del sida y el año pasado, la primera vez que lo hacía con el SARS-CoV-2".

Dicen ambos que miedo no, que era pánico lo que sintieron al principio los profesionales que se enfrentaban a aquellos pacientes antes de que se conocieran los mecanismos de transmisión, que, por suerte, fue pronto: "Enseguida se supo que era una enfermedad transmisible, es decir, que hay que hacer algo para adquirirla (como tener relaciones sexuales sin protección) y no infecto-contagiosa como es la covid". Aún así, se tenían que proteger con gafas, batas, mascarilla y guantes -"los guantes fueron nuestra gran arma", recuerda la enfermera- igual que ahora: "Aquello era nuestro equipo de protección individual porque los pacientes vomitaban, escupían, tenían hemorragias bruscas... y había accidentes como pinchazos con jeringuillas o salpicaduras, yo en una ocasión me corté con una cuchilla con la que había rasurado a un paciente. Por suerte, nunca tuvimos ningún contagio".

Lo mismo que ha ocurrido ahora -muchos profesionales sanitarios cuentan cómo la covid ha cohesionado profundamente a los equipos que trabajan con pacientes gravemente afectados- el VIH/sida unió mucho a las enfermeras y a los médicos de la octava izquierda. "Hubo quien se marchó, porque esta enfermedad no era para todos, pero los que nos quedamos estuvimos muy unidos y es hoy aún el día en el que me encuentro con enfermeras con las que trabajé entonces que me dicen que fue una de las mejores épocas de su vida profesional", afirma Mozoncillo y Lorenzo lo corrobora.

Unidad ante el desastre. No solo crearon un equipo sólido entre ellos sino que hicieron una piña con sus pacientes y sus familias que dura hasta hoy mismo, cuando se encuentran por la calle con los padres de algunos de los jovencísimos toxicómanos a los que atendieron y se saludan con un hondo afecto. Eran pacientes aquellos muy singulares, primero por su escasa edad y después porque estaban muy tocados con tumores o infecciones gravísimas. Pero tenían siempre un chiste para las enfermeras o se preocupaban por su aspecto y pedían ir a la peluquería o ‘las armaban’ siempre que podían escapándose para conseguir sus dosis, escondiendo jeringuillas debajo de las almohadas o detrás de los espejos del baño y hasta metiendo la mano en los bolsos de las enfermeras. "Eran jóvenes y graciosos y empatizábamos mucho con ellos, a veces, incluso, nos consolaban ellos a nosotras y cuando se ponían malos solo querían ingresar allí. Lorenzo les disculpaba siempre todas sus cosas; reconozco que el ambiente que se vivía nada tiene que ver con el de la soledad que ha impuesto a los pacientes en los hospitales la covid. Una vez, las compañeras de la derecha nos dijeron que les habían vaciado las carteras y yo tenía claro quién había sido: cuando entré en la habitación muy enfadada me contestaron ‘¿pero a vosotras no os falta nada, no?’. Nosotras éramos su familia y éramos intocables", rememora Mozoncillo entre risas.

Cómo no serlo si en la octava izquierda no se juzgaba a nadie, no se hacían preguntas indiscretas (o se hacían de modo que no ofendieran, "tuvimos que aprender a sacarles información de forma muy sutil", dice Mozoncillo, y se les acompañaba sin prejuicios. Porque el sida tuvo otra parte que no se resolvió en los laboratorios: el estigma, que aún dura en algunos sectores, y que también se está conociendo en estos tiempos de covid aunque no con la virulencia de aquellos, en los que las historias clínicas de los pacientes del Yagüe llevaron durante años una vergonzantes pegatina fosforescente para que se supiera quién tenía sida o un barrio entero se opuso a la apertura de una casa de acogida.

"También ahora ha habido un poco de señalamiento, quizás más al principio, al saber que una persona había dado positivo, se preguntaba que con quién habría estado o qué habría hecho, pero nada que ver con aquello, se les llamaba ‘sidosos’ y todo el mundo se alejaba, y hay que pensar que el sida estaba relacionado con la heroína y la homosexualidad, un tabú enorme que no se vive con la naturalidad de ahora", explican ambos profesionales.

Es increíble la memoria de Valvanera Mozoncillo. Recuerda los nombres de todos los pacientes, el número de la habitación en la que estaban y las circunstancias de sus muertes. Hubo tragedias tremendas, igual que ahora, con familias que perdieron a varios miembros "aunque, por suerte, aquellos no murieron solos sino siempre acompañados por su gente, que fueron sus grandes apoyos, sobre todo las madres, que fueron un pilar impresionante, me acuerdo mucho de ellas, que estaban hartas de la guerra que les daban pero que lucharon por sus hijos a brazo partido".

Ahora los pacientes con VIH/sida tienen una buenísima calidad de vida (si cumplen los tratamientos) y han pasado de tomar una treintena de pastillas al día a depender solo de una o dos y, próximamente, cuenta Lorenzo, tendrán a su disposición una inyección que les servirá para medio mes. Por eso entre las reivindicaciones de los colectivos afectados -que ese fue otro de los grandes hitos, la creación de entidades que lucharon por los derechos de las personas enfermas y las ayudaron ya que muchas vivían en la pobreza y el desarraigo social- ya no está la de la vacuna, como sí es algo imperioso y profundamente necesario contra la covid-19.

Ambas pandemias han afectado a las relaciones personales. La del sida, profundamente. Juan Francisco Lorenzo siempre dice que es una de las enfermedades que más toca a lo más humano: el amor de pareja, de madres a hijos, de hijos a padres, la sexualidad, la amistad, la muerte: "La covid se está cobrando muchísimas vidas, es cierto y muy tremendo, pero nosotros estuvimos casi quince años -hasta que llegaron los tratamientos antirretrovirales- viendo morir de sida constantemente a chavales de veintitantos". Así, opina que el hecho de que, por el momento, se hayan restringido los acercamientos personales no es más que una estrategia sanitaria pero que en el sida hay muchas decisiones de intenso calado ético: "Si vas a mantener relaciones sexuales con una persona, por ejemplo, tienes que decirle que tienes sida".

Otra diferencia que reconoce con la covid es que ha tocado mucho más al conjunto de la sociedad y que el nivel de tristeza que se percibe es brutal comparado con el de aquellos años, ya que el sida no afectó más que a un determinado grupo de personas: "El impacto social, el miedo y la tristeza generalizados son tremendos ahora con la covid, que ha llegado, además, cuando el sistema sanitario estaba exhausto por los recortes -no como entonces, que tuvimos todos los recursos que pedimos- y lo está destrozando con cosas como la consulta telefónica, que sigo sin entender cómo puedes ir al supermercado o al banco pero no a la consulta del médico. La medicina no se puede hacer por teléfono".