Cuando Burgos fue musa de los diarios de Edith Wharton

C. MARTÍNEZ
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Hace 110 años, la escritora norteamericana ganadora del Pulitzer por 'La edad de la inocencia' pisó por primera vez la provincia, a la que volvió en varias ocasiones buscando inspiración para sus libros de viajes

La novelista nació en Nueva York pero vivió gran parte de su vida en Europa.

La primera vez que la escritora norteamericana Edith Wharton pisó España tenía cuatro años. Era 1866, y en Una mirada atrás contaba que del viaje solo guardó en su memoria recuerdos fortuitos como los tintineos de las campanas, las posadas escuálidas, la pobreza, las aceitunas y sobre todo, «una incurable pasión por la carretera». 

Nacida en 1862 en el seno de una familia pudiente y bien posicionada de Nueva York, Edith se ahogaba en su propio medio social, privilegiado económicamente pero asfixiante y repleto de convenciones y etiquetas. Utilizó la literatura como arma contra las ataduras de su entorno en obras como La casa de la alegría, publicada en 1905, donde mostró su desapego con una actitud irónica. Su éxito le permitió ser una mujer independiente, y gracias a tener una habitación propia pudo escribir y elegir su vida.  

En 1885 se casó con Teddy Wharton, con quien no compartía amor pero sí pasión por las aventuras, y comenzaron a viajar por Italia y Francia. Era la edad dorada para los extranjeros, que buscaban en el viejo continente el patrimonio artístico y la historia que no encontraban en América. Edith decía sentirse viva solo cuando estaba en movimiento, así que decidieron establecerse en París, donde la escritora entabló una gran relación de amistad y admiración mutua con Henry James. Allí añadió a su trayectoria novelística la literatura de viajes, que iba al compás de su biografía y le llevó de nuevo a la península en 1912, año en que comenzó a preparar su divorcio.

Sin embargo, Wharton no recordaría esa época en sus memorias por su matrimonio fallido, sino por su trayecto a España con dos amigos. Buscaba comparar sus recuerdos infantiles con una nueva percepción. Era de las primeras mujeres en tener coche propio, al que llamó George en honor a la escritora George Sands. Los avances en movilidad del nuevo siglo le permitían transitar por carreteras secundarias, conocer lugares desconocidos y salir de los destinos más turísticos. Por su naturaleza inagotable, llegó a ser llamada «águila dorada», un apodo que fue ocurrencia de Henry James.

La versatilidad del automóvil le condujo aquella primavera de 1912 a Burgos. «Las carreteras eran notoriamente malas, los mapas eran pocos y poco fiables, las posadas de los pueblos sospechosas. Sin embargo, me sorprendió agradablemente el ver que estábamos siguiendo la ruta que Teophile Gautier había hecho setenta años antes, y que prácticamente nada había cambiado» escribió en sus memorias. 

La mirada de los americanos hacia España era producto de una romantización de su aspecto todavía medieval. «Estos lugares eran demasiado irreales, demasiado seguros, apartados de las vías del tren, de los tablones de anuncios, de las exasperantes estaciones y de todos los signos de la estresante vida moderna, como para que hicieran añicos nuestras ilusiones»  anotó Wharton en un esbozo de Un viaje en coche por España. Tras esta visión nostálgica del paraíso perdido se escondía el retraso de un país que había perdido las últimas colonias, se encontraba en tensión constante con Marruecos y experimentaba día a día un eco cada vez más alto del descontento social.

Dos años después volvió a coger el coche para visitar los lugares más remotos de Cataluña y Aragón, ver una descuidada cueva de Altamira y acudir por primera vez al cine en Bilbao. La razón por la que conocemos estos hechos es que los relató en unas cartas enviadas desde el burgalés hotel Norte y Londres, donde se alojó con uno de los amores de su vida, Walter Berry, a quien asociaría desde entonces con el lugar. Sin embargo, tuvo que volver a Francia ante la inminencia de la Primera Guerra Mundial. 

De nuevo en Burgos. Cuando la provincia volvió a ser el blanco de las expediciones de Wharton en 1925, ella ya se había consagrado como gran escritora gracias a su novela La edad de la inocencia, con la que obtuvo el Premio Pulitzer en 1921 (siendo la primera mujer en recibir este galardón ) y que años después sería llevada a la gran pantalla por Scorssese. En esta ocasión, escribió sus impresiones sobre sus recorridos por carretera en su diario Último viaje a España con W. 

Se propuso realizar el Camino de Santiago en coche como una peregrina ilustre e ilustrada, esquivando los clichés extranjeros sobre los españoles para lograr una búsqueda espiritual a través del arte románico y no dar la espalda a los problemas del país. El viaje tuvo para ella un poderoso significado, ya que volvió a tener como acompañante a Walter, quien moriría poco después.

El 7 de septiembre de 1925 Edith entró a Burgos tras dejar las carreteras riojanas. Se detuvo un día en la capital para admirar Las Huelgas, la Cartuja de Miraflores, y «la fachada de conchas de la preciosa casa de peregrinos» en el Hospital del Rey. Pese a que su escritura está impregnada de influencias góticas, la catedral no tuvo cabida en sus impresiones, quizás porque sentía  más atracción por lo románico. 

Su intención era ir «parando una y otra vez para retomar y seguir las huellas cansadas de los viajeros medievales». Y ese camino les llevó a Santo Domingo de Silos. Wharton recuerda en su diario la encantadora bienvenida de un padre benedictino que les enseñó el claustro. «Grandes e  informes edificios conventuales en una colina desértica, matorrales frondosos, encinas y una villa construida sobre piedra áspera y salvaje rodeando las puertas del monasterio. No he visto nada igual» dejó por escrito. 

La sed de belleza no dejaba descanso. Dedicó la siguiente jornada a descubrir nuevos pueblos burgaleses en lo que resumió como un día perfecto. A las 9 de la mañana llegó a Sasamón para admirar «una gloriosa fachada gótica». Allí confundió las figuras del retablo con cuatro mujeres, que creía que estaban «iluminando la escena». Sin embargo, no pudieron recorrer el interior de la iglesia porque toparon con un funeral. De modo que pusieron rumbo a la de Castrojeriz, cuyo exterior comparó con el Escorial por su finura y fortaleza. El interior, en cambio, era «de un gótico exquisito, con columnas que se despliegan conformando bóvedas de palmeras en la cubierta». 

La soledad de los campos amarillos parecía conmover a la americana, tal y como dejó por escrito en un ensayo de 1928, recopilado por la Universidad de Santiago como Regreso a Compostela: «Vastas extensiones de España han estado sin árboles durante mucho tiempo, tan completamente desnudas de vegetación que uno siente que debe haber muchos campesinos en la Vieja Castilla y León que han vivido y han muerto sin haber visto nunca un árbol». 

Los diarios de Edith Wharton eran el embrión de un proyecto de libro de viajes, similar a los que había realizado anteriormente sobre Italia, Francia o Marruecos. Sin embargo, murió en 1937 con tres candidaturas al Premio Nobel y una obra inacabada. Su legado son 15 novelas, 85 cuentos,  grandes relatos sobre viajes y hermosas citas como esta: «La vida es la cosa más triste que existe, después de la muerte; sin embargo, siempre hay nuevos países que ver, nuevos libros que leer, otras mil maravillas diarias ante las cuales admirarse».