Antonio Pérez Henares

LA MAREA

Antonio Pérez Henares

Escritor y periodista. Analista político


Cazador y ecologista, sí, animalista, no

14/02/2023

Soy cazador. Como hijo y nieto de campesinos, entendí la caza como algo cotidiano, al igual que vi el sacrificio de los animales para consumo como algo consustancial a la vida. Desde niño supe que para comer jamón es inevitable tener que matar al cochino. Soy cazador y soy conservacionista y ecologista, lo uno por lo otro y lo otro por lo uno. Mis maestros fueron Delibes y Felix Rodríguez de la Fuente y los siguen siendo hoy mis amigos ecólogos que han logrado la salvación del oso pardo y del lince. Considero el animalismo un extremismo aberrante en su discurso y en sus métodos impositivos y dictatoriales que pretenden el exterminio de libertades y derechos. Y me siento insultado, como se sienten cientos de miles con quienes comparto el colectivo cinegético, escarnecidos y señalados en conjunto como maltratadores y tachados de asesinos.
Este señalamiento gratuito y contumaz, incitador al odio y la exclusión, es un delito. Un gravísimo delito. Es algo intolerable, que viola todo Derecho y toda dignidad personal. Si tal se hiciera en cualquier otro segmento de población, supondría un escándalo y provocaría la mayor de las repulsas. Pongamos que hablo de emigrantes o que hablara de judios.
En todo ámbito, condición, etnia, sector y colectivo hay canallas. Hay quienes abandonan a sus perros y hay quienes los hieren y matan. Y sobre ellos ha de caer con la mayor dureza la justicia y el castigo. Como individuos, como delincuentes, han de ser juzgados y, si culpables, condenados como responsables personales de unos actos infames. Pues claro. Pero cada uno y uno a uno y de todos lados. Campo o ciudad, monte o carretera, sean cazadores o no hayan tenido ni un tirachinas en su vida en las manos.
Es una total falsedad el proclamar además que los perros de caza han quedado desprotegidos. Las leyes están ahí, el Código Penal, ahora agravado, y bien hecho está, afecta a todos los que lo violan y protege sin excepción a todos los perros de todo tipo de violencia y maltrato. De lo que se les ha excluido por fortuna es de este dislate que no traerá sino consecuencias perversas.
La mentira es su arma predilecta para imponer sus delirios y propagar sin descanso sus calumnias repetidas hasta convertir las falsedades en consignas. Las cifras objetivas y contrastadas desnudan las falacias. En el abandono de manera estruendosa. El porcentaje de perros de caza en el total de casos resulta ser mínimo, aunque el colectivo cinegético tiene bajo su custodia una ingente cantidad de canes que salta el millón de ejemplares, comparado con el que se produce año tras año de mascotas. Los estudios y cifras están ahí para quien quieras verlos, aunque se prefiera seguir con la monserga.
Me crie de niño con un mastín y una perrigalga mestiza. He tenido, en cuanto pude disponer de un lugar adecuado, siempre un perro viviendo y durmiendo a mi lado. Mi buen Lord Jim, que me convirtió en "hermano por parte de perro" de mi admirado Manu Leguineche, al ganarlo junto al suyo en una partida de mus haciendo pareja y pudiendo gracias al yo ganarle luego a algo, pues ni con el naipe ni con la tecla pude nunca, pero si hacerlo en el cobro de la pluma, y mi pequeño Mowgli protagonizan uno de mis libros "El diario del perro Lord" y descansan bajo la más hermosa sabina para acentuar mi recuerdo. El Thorin, con dos hermanos, guardias civiles, y no es broma, vino de cachorrillo recién destetado a compartir mis largas soledades montunas en la pandemia y ahora me mira exigiendo su paseo urgiéndome a acabar cuanto antes estas líneas.
Ni él ni yo, ni todos esos cientos de miles, que compartimos esos vínculos y lazos de afecto, vamos a consentir que se insulte nuestra amistad por quienes, humanizándolos hasta el ridículo, el "niñiperro" es el resultado, a ellos los degradan y a nosotros su delirio nos pretende llevar a la pesadilla. Pero ni ellos ni nadie me van a enseñar a quererlo. Yo a él como "mi" perro y él a mí como "su" humano.
Mi novela, "La mirada del lobo", que quiere recrear ese momento del helado Paleolítico en que el lobo se acercó a los fuegos primigenios de los hombres y se anudó el vínculo de alianza que hoy persevera y se hace cada vez más fuerte, lleva por delante esta dedicatoria: "A los mendigos, que en las hostiles aceras de los bosques de cemento siguen durmiendo al calor y cobijo de sus "lobos"
¿Saben ustedes que con esta ley, a quienes, tan en soledad han quedado, se les podrá prohibir y arrebatar esa única compañía que les queda?