Manzanas para vivir y sentir la historia

J.Á.G.
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Medina de Pomar, antigua capital de las Merindades y hoy su municipio más populoso, es una ciudad moderna y dinámica que quiere poner en valor su patrimonio cultural y su entorno natural para impulsar su desarrollo socioeconómico.

Manzanas para vivir y sentir la historia - Foto: Luis López Araico

El puente de Medinabella, sobre el río Nela, marca la divisoria entre los municipios de Villarcayo y Medina. Según nos acercamos a la ciudad de los Condestables se hacen más cercanas las dos imponentes torres del alcázar de los Velasco, desde las que también se divisa esa fértil huerta medinesa, con sus campos e invernaderos de lechugas recién plantadas, también si acaso algunas vacas pastando en los prados cercados por urbanizaciones y algunos unifamiliares sin acabar. Son las heridas de la crisis del ladrillo. A pesar de ello, en verano multiplica por varios dígitos su población flotante y este año, a pesar del coronavirus, no será menos.

El casco histórico y en general el callejero urbano medinés destila un intenso sabor medieval. Recorriendo su abigarrado laberinto de rúas y plazas, nutridas de un blasonado y generalmente bien conservado caserío, se siente verdaderamente la historia. Otros tres bienes de interés cultural avalan la monumentalidad. Se trata del alcázar, el monasterio de Santa Clara y la torre de Návagos, una pedanía situada a algo más de 13 kilómetros de la ciudad. Aunque todos los caminos conducen a la torres, la plaza de Somovilla es sin duda el centro neurálgico y comercial y ahora, además, es el inicio de una atractiva y ocurrente ruta cultural en las que el hilo conductor son unas llamativas manzanas -por eso de los 'pumares' que dieron apellido a la ciudad-, y que convierten el paseo en una singular y amena experiencia, incluso en un día nublado y pasado por agua.

Once lustrosas manzanas, sobre soporte metálico y en cuyo reverso muestran otras tantas obras pictóricas realizadas por artistas locales -han aportado cuadros que se exponen también en las calles a modo de galería urbana- forman esta singular 'oca' turística. Por la calle Mayor, cordón umbilical de la ciuda, se sube y se baja según convenga. En su inicio hay sorpresa y noticia, en una sencilla casa se encuentra el rastro medinés de Ernesto Che Guevara, cuyo abuelo materno dejó un hermano en la villa cuando emigró a Argentina. En esta rúa se encuentra también la Casa de Cultura, un edificio blasonado donado por el historiador Julián García Sainz de Baranda. A media calle, la plazuela del Carmen, además de regular el tráfico, es escaparate también de esa rica arquitectura tradicional y en ella se rinde homenaje a Juan de Salazar, fundador de Asunción, capital de Paraguay. No es el único conquistador. Juan de Garay, fundador de Buenos Aires era también de estos lares.

El siguiente hito toca ya de lleno en la Medina medieval y fortificada. Una doble muralla, hoy visible en algunos tramos, protegía la ciudad. Entre sus puertas quedan la de Oriente y de la Cadena, enclave dominante de las defensas del barrio castellano. Sobre el arco está la torre del antiguo alcaide. La de Ronda o del Perdón, completa la lista, aunque dos portillos, desde el exterior, permiten subir a la zona de Tres Cantones.

Pero antes hay que hacer parada obligada en la plaza del Ayuntamiento, otro de los puntos neurálgicos y marco para el mercado semanal de los jueves. En ella, al norte, aguarda una asoportalada casa consistorial, un edificio proyectado por el arquitecto burgalés José Calleja en 1897. En el salón de plenos destacan las pinturas del techo y las murales de Julio del Val. No es la Capilla Sixtina, pero merece la pena admirarlas junto a los cuadros que cuelgan de las paredes. La calle Fundador Villota, que es en realidad prolongación de la calle Mayor, y sus casas con amplios miradores tienen también manzana, aunque la más icónica de esa banasta turística medinesa es la que marca el soberbio y rehabilitado alcázar de los Condestables.

La pétrea atalaya de los Velasco se sitúa en el extremo de la calle Santa Cruz y desde el siglo XIV vigila la ciudad. La fortaleza, mandada construir por Pedro Fernández de Velasco, fue testigo mudo de luchas y banderías entre esta familia y los Salazar. Visible desde los cuatro costados de la ciudad destacan sus dos sólidas torres cuadrangulares -de distinta altura, por cierto - y entre ambas un cuerpo central donde se sitúa el salón noble, que se utiliza como salón de actos y sede de los cursos de verano de la UBU, entre otros muchos usos. En la parte superior se conservan los restos de un fino friso mudéjar y medallones con los escudos de los Velasco y los Sarmiento. Una cuidada escenografía recrea la vida social en los siglos XVI y XVII.

El alcázar tiene un enorme interés no solo por su arquitectura, su chimenea original, arquerías, escalera de caracol, un husillo que conectaba con la terraza del cuerpo central sino también porque acoge en su interior el Museo Histórico de las Merindades. Es una visita obligada para conocer, también de forma amena e interactiva, el patrimonio cultural y natural de la ciudad y la comarca a través de mapas, maquetas, expositores, fotos… En las distintas plantas y salas el complejo alberga documentos y manuscritos -entre ellos el Albalá por el que Enrique II entregó la villa a Pedro Fernández de Velasco acabando con su fuero regio-, restos y piezas arqueológicas de enorme importancia, entre ellas una boca de fuente romana del siglo III o la inscripción de la consagración de la iglesia de Mijangos, del siglo VI. Patrimonio e historia, etnografía -una escuela de los años cincuenta- y bellas artes suman más salas a un museo que embelesa, también por su terraza, desde la que se ve no solo el entorno sino la sierra de la Tesla, los montes de la Peña o lejanas cimas de la cordillera cantábrica. ¡A las altas torres altas de Medina de Pomar. Al aire azul de la almena, a ver si ya se ve el mar! ¡A las torres mi morena!, escribió Rafael Alberti en un bello poema que dedicó a la ciudad. También cuenta con salas para exposiciones temporales.

Historia y fe. Una manzana más, en este caso sacra, se fija en calle de la Santa Cruz, situada justo encima de la plaza del Ayuntamiento, en lo más alto de la ciudad la iglesia parroquial, gótica y con tres naves, que descansa sobre la misma muralla. Una escalinata permite accede al pórtico que protege la sobria puerta neoclásica. Ya dentro, el maravilloso retablo gótico del altar mayor, con doce tablas con escenas de la vida de Cristo y San Juan Bautista, traído de la iglesia de Salinas de Rosío sustituye desde hace poco al originario, que era neoclásico. En los laterales, se encuentran los sepulcros con estatuas yacentes bajo arcosolio de los Salinas y de Pedro Ontañón, embajador perpetuo de los Reyes Católicos. Los altares laterales con Jesús en la Cruz y la Dolorosa, además de los lienzos del siglo XVII que cuelgan de los muros del templo merecen atención. En esta rúa hay excelsas muestras de esas blasonadas casas y palacetes de familias de poderío.

Y si hablamos de tipismo nada mejor que seguir hasta la plazuela del Corral, donde se encuentra un buen tramo de la muralla interior que rodeaba la ciudadela y que sigue la línea del arco de la Cadena. La escalinata conduce a la calle Roca Mayor, donde se conservan las ruinas del oratorio de San Felipe Neri. El mirador de Rocamayor, con falsa ventana a la plazuela del Corral, tiene un especial encanto para muchos medineses y visitantes, pero ahora está cerrado a causa del vandalismo. Habrá que esperar a que se rehabilite y restaure la balconada, destrozada ya en dos ocasiones, y se adecente, en breve, el entorno. La idea es poner videovigilancia para evitar el gamberrismo. La siguiente manzana tiene raíz en la calle Antonia Torres, en la que sigue siendo evidente la muralla y los volúmenes de las traseras de la iglesia de la Santa Cruz. Cuentan que los atardeceres son especialmente sugerentes. En un pequeño parque se puede ver el busto de la reina regente María Cristina, la que otorgó el título de ciudad a Medina en 1894.

Las dos últimas manzanas rondan las calles de Laín Calvo y de Nuño Rasura, los primeros jueces de Castilla. En ellas se alinean a distinto nivel y se soportan, con dificultad, bellas casas, aunque algunas necesitan urgente rehabilitación. Bajo ellas, el arco de la Judería, que daba acceso a la poderosa aljama medinesa. Los comerciantes aprovechan el desnivel de las dos calles para colocar sus tenderetes puesto que al cerrar los portones los cristianos tenían prohibida la entrada. Al final de la calle Nuño Rasura, de vuelta a la plaza de Somovilla, se la preciosa iglesia de San Pedro, restaurada y abierta de nuevo al culto.

Santa Clara y el románico. Dejando ya las manzanas, a unos diez minutos del centro, merece la pena también visitar tres edificios singulares de esa Medina más fervorosa. En primer lugar la iglesia de Nuestra Señora del Rosario, patrona de la ciudad, que está rodeada de dos parques, el propio y el de la Chopera, que contornea el río Trueba. No muy lejos, por el paseo de la Virgen, se llega al monasterio de Santa Clara, otra de las joyas de Medina y que está habitado desde su fundación, en 1313. Fue un proyecto ambicioso de Sancho Sánchez de Velasco y de su esposa doña Sancha en el que se aunó iglesia, monasterio y un soberbio panteón familiar, a mejor gloria de la familia.

Participaron en la construcción de este enorme complejo monacal, maestros de la talla de los Colonia, Bigarny o Diego de Siloé. También Gregorio Fernández, cuyo Cristo yacente se muestra con orgullo como la obra más importante que atesora este cenobio. Además de su iglesia, la capilla de la Concepción, sacristía, claustro, sala capitular y, por supuesto, es obligado visitar el formidable Museo de Santa Clara, al que se puede acceder ayudado de una audioguía. La gira termina, por cierto, en la cratícula un coqueto y rococó comulgatorio. Por cierto, el complejo monacal dispone de hospedería. Las ruinas del anejo hospital de la Veracruz, por cierto, han sido consolidadas y ya no desdicen en el conjunto.

Casi pegado al monasterio, pero de propiedad municipal, se encuentra la ermita de San Millán, un pequeño templo románico que data del siglo XII, posiblemente la construcción más antigua de Medina y ahora un centro de interpretación del románico de la comarca de Merindades. Además de admirar su arquería y canes exteriores, en el interior destaca el ábside y el primer tramo o de la iglesia -sobre el resto se levantó una vivienda particular- se ofrece un completo recorrido e interactivo virtual por todas y cada una de las iglesias, ermitas y monasterios del norte burgalés.

Es una potente herramienta para promocionar las cinco rutas distintas que permiten conocer el legado románico y comprender la evolución de este estilo a través de paneles, maquetas, fotografías, mapas, explicaciones y también una pedagógica proyección videográfica que introduce en materia al visitante.

Nunca en tan poco espacio es posible sentir los latidos de tanta historia, porque Medina de Pomar es más que la ciudad, son también esa treintena de pueblos en su entorno que atesoran enormes atractivos y que , sin duda, exigirá otra visita para admirar sus monumentos y disfrutar de sus atractivos naturales.

 

*Este reportaje se publicó en el suplemento Maneras de Vivir el día 20 de junio de 2020.