Toque a rebato en la escuela rural

I.P.
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CGT presenta un informe sobre el presente y los retos de pervivencia de estos centros, con alta interinidad. El 40% no tiene comedor

Vera de Diego (derecha), maestra y afiliada al sindicato, presentó los datos de la encuesta hecha el año pasado. - Foto: Luis López Araico

Agonizante, voz de alarma, riesgo de desaparición o una pregunta tan común como ¿cuánto tiempo le queda a la escuela de mi pueblo? fueron las expresiones más repetidas en la primera de las tres jornadas organizadas por el sindicato CGT sobre la escuela rural. 

En varias intervenciones se presentaron algunas conclusiones, se hizo un diagnóstico poco esperanzador sobre su supervivencia y se pusieron sobre la mesa algunas demandas, la más importante es la financiación y mayor apoyo por parte de las administraciones para mantener al menos las que hay actualmente, 32 entre centros agrupados y los de educación infantil y primaria, considerando como escuelas rurales las existentes en las localidades de menos de 5.000 habitantes, según explicó Vera de Diego, maestra del CRA Rosa Chacel de Pedrosa de Valdeporres, afilada al sindicato y que dio cuenta de los resultados de la encuesta realizada en esos colegios durante los meses de mayo y junio del pasado año. 

Como el resto de participantes en la jornada inaugural, De Diego hizo hincapié en que el presente y futuro de la escuela rural está ligada al de los pueblos, cada día más despoblados, por lo que el futuro de la mayoría es incierto. En todo caso, centrándose en la situación actual se refirió a sus principales debilidades, como son el alto porcentaje de interinos tanto en colegios como institutos «que provoca una inestabilidad en cuanto a la continuidad de muchos proyectos, metodología y forma de trabajar con los chavales», la falta de comedor en el 40% de las escuelas rurales o el porcentaje, también rondando el 40% de obligatoriedad en él puesto de dirección. Por el contrario, destacó que más del 90% de las AMPA están activas, se involucran en los centros y hacen de enlace de estos con el pueblo.

Pero no todos son inconvenientes en estas escuelas. Como maestra de una y también así lo constata la encuesta, De Diego destacó la atención más personalizada al tener menos alumnos, el potencial que da poder trabajar en un entorno natural o una mejor adaptación a las necesidades de los alumnos. En todo caso también incidió en que  se conoce poco lo que se hace y pasa en la escuela rural, tanto a nivel educativo como de los derechos de los profesionales. 

Por su parte, José Manuel López, director del IES de Villarcayo, hizo referencia a la dispersión de la zona, con alumnos de pueblos en un entorno de 75 kilómetros, la interinidad de la plantilla y la lucha cada final de curso por mantener el ratio para retener  los ciclos de FP.  

También intervino en la primera jornada Clara Sánchez, interina del colegio Simón de Colonia de Aranda y que ha impartido clase en pueblos más pequeños. Entiende que al igual que el mundo rural está en decadencia, lo están sus escuelas.

Pero lanza un mensaje de esperanza, sobre todo después de la pandemia, y cree que es buen momento para reforzarla y «crear empleo en el mundo rural y asentar población a través de la educación rural», porque donde haya niños, habrá maestro, añadió, convencida de que hay muchos profesionales que quieren estar en los pueblos.   

En representación de los padres, intervino Elena Oña, del AMPA del colegio San Salvador de Oña, quien  pide más financiación y atención a la escuela rural para que «sobreviva», y para que la calidad de la educación mejore «y podamos vivir en los pueblos, como muchos queremos, y creemos en este modelo».       

Por el propio título de su ponencia, La escuela rural a rebato, evocando ese toque de campanas que da la voz de alarma en los pueblos, Javier Palacios, inspector de Educación de Burgos, se mostró pesimista sobre el futuro de la escuela rural, incidiendo en que «a los pueblos vamos a disfrutar o ver patrimonio, pero no nos quedamos a vivir». También planteó si es beneficioso o no para 3 ó 4 niños estar en ese centro, «donde quedan desocializados». El reto, añadió, es mantener lo que hay.