«Jugar al fútbol sin porterías no mola»

R.P.B.
-

Pablo Pérez España, de 11 años, denuncia que el campo de fútbol de su barrio, Parralillos, está sin postes ni largueros desde hace meses. Ha registrado una queja en el Ayuntamiento

Pablo, con su inseparable balón, en un recinto deportivo desierto desde que no hay porterías. - Foto: Jesús J. Matías

Se llama Pablo Pérez España y tiene once años. Es un futbolero tremendo: hincha y socio del Burgos CF (también es merengón), le vuelve loco el juego de la pelota. Sueña en redondo a todas horas, y nada le chifla más que patear una pelota ya sea solo, con su padre, con su hermano, con sus primos o con sus amigos, con los que comparte la misma pasión. Tiene la suerte de vivir en un barrio, el de Parralillos, que cuenta con unas canchas deportivas estupendas, donde él mete todas las horas que puede. Sucede que en la pista dedicada al fútbol, el mal estado de las porterías (siempre se ha jugado de lo lindo en ese campo) obligó al Ayuntamiento a retirarlas por una cuestión de seguridad. Esto fue en primavera. Pues bien: estamos en agosto y aún no han sido sustituidas por unas nuevas o por las mismas ya arregladas. Y claro. Nada ha vuelto a ser lo mismo. «Así no se puede jugar bien al fútbol. Sin porterías no mola, es una mierda», sentencia sin pelos en la lengua un enfurruñado Pablo. «Cuando se estropeó una canasta, enseguida la arreglaron. No sé por qué no han hecho lo mismo con las porterías», insiste el chaval.

Su desazón y cabreo al ver que pasaban las semanas y el campo permanecía huérfano de postes y largueros ha llegado a tal punto que decidió mover ficha. ¿Y qué podía hacer? Su madre, de idéntico carácter combativo, le instó a elevar un queja legal en el Consistorio. Y así lo ha hecho Pablo esta semana: la demanda de restitución de las porterías de su parque ya obra en el registro municipal. «Espero que me hagan caso», dice con maravillosa ingenuidad, desconociendo que en palacio las cosas acostumbran a ir despacio, y que el 'vuelva usted mañana' de Larra todavía tiene predicamento en la administración de este país.  

«Es vergonzoso que hayan pasado ya varios meses con la cancha así. Está transcurriendo el verano, que es cuando más tiempo tienen los chavales para jugar, sin que puedan echarse un mísero partido en condiciones», subraya el padre de Pablo, orgulloso de la rebeldía de su hijo, que no dudó en aceptar salir en el reportaje, en dar la cara acaso para sacarles los colores a quienes deberían haber hecho bien su trabajo hace mucho tiempo. El malestar de esta encantadora criatura es compartido por la numerosa muchachada que suele reunirse en las canchas a practicar deporte, y él mismo asume que habla en nombre de todos. 

«Aquí jugamos muchos, pequeños y más mayores. O mejor dicho, jugábamos. Ahora sin porterías la pista nunca hay nadie», apunta con desconsuelo. Corretea Pablo con el balón en los pies sobre la cancha vacía. En esas, suelta un derechazo que se cuela por la escuadra de una portería imaginaria. La realidad le saca de su ensoñación cuando ve que el balón golpea los barrotes mudos del perímetro del campo, y ni siquiera festeja el chicharro. Observa el balón con abatimiento y hastío. «¿Hasta cuándo vamos a estar así?», se pregunta Pablo. Habrá que esperar: la pelota, ahora, está en el campo del Ayuntamiento.

ARCHIVADO EN: Parralillos, Burgos CF