Las guardianas de la memoria

Ángelica González.
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Tres trabajadoras de la Asociación de Alzhéimer cuentan cómo es el día a día en el centro acompañando a las personas que van perdiendo sus recuerdos

Las guardianas de la memoria - Foto: Miguel Ángel Valdivielso

Todos los años por estas fechas, a la psicóloga Raquel Moreno le toca hacer memoria. Hace ya 25 años que  la Asociación de Familiares de Enfermos de Alzheimer de Burgos  (Afabur) comenzó su andadura -en abril celebró esta efemérides con un concierto en el Teatro Principal y otros actos- y unos pocos menos que se puso en marcha, en la calle Loudun, el primer centro de día para la atención específica a este tipo de pacientes que dirige la propia Moreno desde el principio. Años después llegaría el de la calle San Julián y los talleres de memoria, que cada vez son más necesarios: «¿Ha cambiado el perfil del paciente? Pues yo creo que no demasiado. La edad media está en unos 80 años aunque hemos tenido gente desde 50 -los menos- y hasta los 100. Lo que sí notamos es que cada vez vienen antes, que son más jóvenes cuando se les diagnostica, lo que tiene que ver con la detección precoz, que está muy bien. Y también, que sigue habiendo más mujeres que hombres». 

Siempre, desde el principio, ha habido más mujeres entre las pacientes y entre las cuidadoras y gestoras de la asociación. Es la realidad de Afabur, idéntica a la de muchas otras entidades que ofrecen  cuidados porque históricamente es a lo que se han dedicado las féminas. Las mujeres son el motor de este colectivo y solo hay que ver cómo se inicia la actividad diaria para comprobarlo. Son las 10 de la mañana y los pacientes comienzan a llegar (algunos -poquitos- llevan en el centro desde las ocho, en una suerte de programa de madrugadores para que las familias puedan conciliar). Muchos de ellos del brazo de sus hijas o de sus esposas o de las monitoras que les acompañan en el autobús. Y les reciben otras mujeres que les llaman por sus nombres y en un tono muy dulce les dan la bienvenida: son las cuidadoras, la psicóloga, la administrativa y hasta la trabajadora social, cuya función es básicamente acompañar a las familias en el proceso de gestionar los recursos existentes para cuidar a quien ha recibido este diagnóstico tan brutal.

La auxiliar de Enfermería María Llorente y la trabajadora social Carmen Río son casi tan veteranas como Raquel Moreno pero las tres aseguran estar tan entusiasmadas con su trabajo casi como el primer día. «Esto tiene mucho de vocacional. Si no, sería imposible hacerlo», reflexiona María, que desde hace doce años se ocupa -junto con otras ocho cuidadoras- de que los usuarios de la calle Loudun estén limpios e hidratados, que coman, que hagan actividades que les permitan mantener su capacidades el mayor tiempo posible o de que den pequeños paseos por el largo y soleado pasillo del centro de día. Para ella, lo peor de su profesión es cuando los pacientes debido a su enfermedad presentan actitudes violentas: «Esos momentos en los que hay que vestirles o asearles cuando están agresivos son muy duros». Pero estos malos ratos los compensan de sobra, dice, el resto del tiempo, cuando ve que gracias a sus cuidados están contentos y tranquilos: «Es un momento muy bueno cuando ves que te dan las gracias porque les pones un simple vaso de agua. Me encanta poderles ayudar en el día a día».

María ha elegido hacerse una foto con Blanca Arroyo, una de las usuarias con las que tiene más feeling. Y aunque ha llegado renegando, después de un poquito de charla con María y de pasear arriba y abajo se muestra más tranquila y sonríe un poco. La auxiliar -al igual que todas sus compañeras- conoce  la biografía de cada uno de los pacientes y eso le permite poder trabajar de la mejor manera posible: «Me gusta saber lo que han sido, dónde han trabajado, qué cosas les gustan... es muy importante para no perder la perspectiva y cuidarles de la mejor manera, nombrando su pueblo o su barrio, por ejemplo, ellos parece que se encuentran más cómodos».

La psicóloga Raquel Moreno aparece en la imagen con Delfina Ortiz, que es «una señora maravillosa como todas las que vienen aquí y, además, es una de las más veteranas». Tiene una demencia leve-moderada que se va manteniendo en el tiempo aunque Moreno no se atreve a afirmar que sea por la intervención de los profesionales del centro de día ya que cree que influyen muchos factores: «Aunque tengan el mismo diagnóstico cada enfermo evoluciona de una manera diferente. En este caso, en el que la enfermedad no está avanzando a pasos muy agigantados no es solo porque viene aquí sino porque su familia le mantiene activa, en casa participa en todas las tareas que puede, se va de vacaciones con los hijos... cosas que igual otras familias también querrían hacer pero no pueden por el estado de los pacientes». (Más información en edición impresa)