Fernández Magdaleno: "¿Qué hijos vamos a dejar al mundo?"

Ical
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Entrevista con el pianista vallisoletano Diego Fernández, que recibirá el Premio Ical al compromiso humano por Valladolid

Fernández Magdaleno, pianista. - Foto: Rubén Cacho (Ical)

Diego Fernández Magdaleno (Medina de Rioseco, 1971) comenzó a tomar clases de piano y de vida con el pianista Miguel Frechilla cuando era un niño. Desde aquel primer contacto con su maestro, literatura y música se convirtieron en la gran pasión de su vida, empujándole a un laberinto del cual, felizmente, nunca vería la salida. Su mirada crítica y reflexiva sobre la sociedad que nos rodea trasciende las partituras, y su perseverencia y obstinación en dar voz a los compositores españoles contemporáneos (ha protagonizado más de 300 estrenos absolutos de música española para piano de más de setenta compositores) le valió en 2010 el Premio Nacional de Música en la categoría de Interpretación.

En ‘Razón y desencanto’ (2008), la última de las entregas publicadas de sus diarios, subraya: «Debería estar practicando es la frase que más me he repetido desde los once años». ¿Cuándo tuvo claro que la música sería su camino profesional?

Siempre he tenido claro que quería dedicarme al piano y a escribir. Son dos facetas que no puedo disociar de mi propia vida. No recuerdo haber querido hacer otra cosa. Me sorprende cuando mis alumnos, de 17 o 18 años, no saben a qué dedicarse. Yo les pregunto si es porque les gustan muchas cosas, pero resulta que no, que es porque no les gusta ninguna. A mí me parece imposible comprenderlo, me resulta inconcebible que a alguien de 17 años no haya nada que le apasione hacer. Cuando yo era estudiante también había personas que tenían dudas, por supuesto, pero no en un número tan alto.

¿Esa falta de vocaciones férreas puede estar relacionada con la incapacidad de concentración a la que nos abocan las nuevas tecnologías?

Hay una evidente falta de capacidad de concentración, se ha escrito mucho sobre ello. Frente a la generación de multitud de estímulos muy cortos aparecen la lectura, la música o la pintura, que necesitan tiempo y silencio, dos de los factores que más escasean para las personas actualmente. Leer de la primera a la última letra un libro, en el cual no hay hipervínculos, imágenes ni sonido, muchas personas lo consideran casi imposible. Ha habido un cambio. Recuerdo que mi madre me decía: ‘No puedes leer el libro hasta que no hagas los deberes’, porque el libro era el premio. Ahora mismo el premio es la PlayStation. Mi hijo acaba de cumplir trece años y le gusta mucho el violín, pero lo que quiere es jugar a la Play; el premio siempre es el juego. Si no hay tiempo y no hay silencio es imposible que reflexionemos sobre nada. Las personas, desde que existen los ‘smartphones’ y las tabletas, se han convencido de que se pueden hacer dos cosas a la vez, y es mentira. No se pueden hacer dos cosas a la vez bien. Se pueden hacer mal, eso sí.

Su mentor, Miguel Frechilla, defendía una enseñanza musical integral. ¿Es algo viable dentro del sistema educativo actual?

Hay que intentarlo. Yo al menos lo intento. Cuando aprendes a tocar el piano o cualquier otro instrumento hay cuestiones técnicas que es imprescindible conocer, pero la música no es algo que esté aislado del mundo, sino vinculado con él, y esa sensación de vinculación es fundamental para entenderla. A veces se necesitan otros lenguajes que enriquezcan el tuyo. Además la música es algo intangible, de lo cual no se puede hablar, así que los profesores siempre estamos buscando metáforas para explicar lo que queremos. Insertar la música en un ámbito artístico, literario o filosófico es muy importante. Miguel Frechilla por ejemplo era un hombre que dibujaba extraordinariamente bien, hacía grabaciones en Super8 fantásticas, pintaba óleos, escribía artículos… Tenía un talento extraordinario y, de alguna forma, se aclaraba pensando. Como dice Gamoneda, yo solo sé lo que sé cuando me lo dicen mis propias palabras. Miguel tenía muy clara esa manera de escribir para saber lo que piensas y es algo que aprendí con él.

Vivimos tiempos en los que la figura del maestro y la pedagogía viven cierto desprestigio, y valores como la autoridad y el respeto parecen en desuso. ¿Cómo siente esa realidad usted que se ha formado en el extremo opuesto?

Es un cambio radical. Para mí la figura del maestro es indispensable, porque un maestro no solo enseña una técnica, sino que es un modelo, un espejo, es alguien que te eleva. La motivación no es producto de la magia, lo que motiva sobre todo es ver el avance y estar en un camino en el que hay alguien que te está acompañando y que tira de ti porque tú quieres ir hacia él, no porque te arrastre contra tu voluntad. Uno tiene que tener una idea, un proyecto de vida, y en ese proyecto de vida el maestro cumple una función esencial. Carlos Castillo del Pino decía que un maestro lo es con independencia de lo que enseñe, porque aprendes constantemente de ellos. A mí por ejemplo me interesa mucho el teatro y el cine, y siempre he leído muchos textos sobre interpretación en ambas disciplinas porque me aportan muchísimo en mi visión de la interpretación musical.

Existen ciertos prejuicios hacia la música clásica, algo doblemente acusado en el caso de la música contemporánea. ¿Cómo se podrían romper esas fronteras imaginarias con el gran público?

Como decía Alberto Posada hay mucha gente a la que le gusta más reconocer música que escuchar música, porque es un placer natural estar en un territorio donde hay escasa incertidumbre. En el caso de la música contemporánea uno entra a un concierto para escuchar algo que en ocasiones nunca antes se ha interpretado, y el nivel de incerteza es total. De todos modos, el mayor prejuicio al que debe hacer frente la música contemporánea es que es toda igual o que responde a una estética concreta, algo que no es cierto. La diferencia entre unas composiciones y otras es abismal, sin embargo la mayoría de la gente cree que la música contemporánea es un todo, algo que no sucede en otras artes como el cine. Ese prejuicio es muy difícil de eliminar.

¿Cómo valora el auge del individualismo que vivimos estos días, donde parece que cada uno vive en su pequeña isla, de espaldas al resto?

Yo tengo Twitter, Facebook, canal de YouTube, Instagram… todo, pero hay que entenderlo como un canal, no como algo sustantivo sino como un camino que te sirve para difundir tu actividad. Hay personas que sienten que están completas en ese mundo y para ellas el mundo de las redes es el mundo absoluto; eso lo que hace es que haya mucha gente encerrada ahí. Consideran que ahí está la libertad y viven presos de eso, y creen que son mucho más autosuficientes de lo que en realidad son. Es algo que percibo sobre todo en la gente joven.

Siempre ha sido muy crítico con el sistema educativo, y ha llegado a lamentar que «se parece cada vez más a una fábrica de producción en serie». ¿Es reversible esa situación? ¿Habría forma de cambiar la dinámica hacia la que vamos?

Sí es viable pero es muy difícil. Siempre lo más atractivo es pensar en fórmulas mágicas para lograr las cosas. Yo, por ejemplo, he adelgazado 57 kilos en los últimos tres años; cuando me preguntan cómo lo he conseguido y digo que con una dieta la respuesta es: ‘Ah, claro’, porque la gracia sería adelgazar sin ningún esfuerzo. En la educación pasa mucho eso también, siempre se dicen cosas que quedan muy bien sobre el papel y el papel lo aguanta todo, pero en realidad no hay nadie que haya tocado bien el piano sin estudiar muchísimo. Y nadie es nadie. Si dices que hay que estudiar, que trabajar, que tomar decisiones, te dicen: ‘Claro, bueno, así cualquiera’.

La elaboración de un programa para un concierto es un ejercicio de equilibrio y diálogo intergeneracional entre creadores de distintas épocas, estilos o nacionalidades. ¿El diálogo es una de las grandes carencias del mundo contemporáneo?

Hoy prolifera la radicalidad en muchos planteamientos, que generalmente se basan en la anulación de la postura contraria en lugar del enriquecimiento mutuo. Es algo que se evidencia con la proliferación del fenómeno del ‘zasca’, algo que a mí me hace mucha ‘gracia’ porque yo lo que siempre he pensado que lo que había que hacer en la vida es todo lo contrario: cuando tu punto de vista está muy alejado del contrario, tienes que aproximarte con una delicadeza especial. Responder con un ‘zasca’ es muy fácil, lo difícil es argumentar con afecto. Ahora prolifera una sensación de que hay que anular lo demás y vetarlo. A mí me parece sorprendente: como no me gusta esto, que no se produzca, y además lo quiero en nombre de la democracia y de la libertad y la igualdad. Es increíble.

¿Música y poesía pueden ser herramientas contra la crueldad humana?

La música y la poesía nos hacen mejores mientras duran. Es decir, que cuando alguien está escuchando una música maravillosa, puede pensar en una ofensa y perdonarla, pero cuando se acaba la música ya no la perdona. Yo creo que la música y la poesía nos ponen en un camino mejor pero ese camino hay que andarlo y hay que trabajarlo, y hay que desear ser mejor persona para poder serlo. Ser mejor persona es un trabajo, hay que aprender a perdonar en lo pequeño, a seguir perdonando más. Algo que me enseñó Pedro Aizpurúa es que por encima del perdón está ser capaz de no sentirse ofendido.

¿El nacimiento de su hijo multiplicó su preocupación por el mundo que dejaremos a las siguientes generaciones?

Cuando nació Pablo me cambió todo el mundo, claro. Me creó muchos miedos nuevos que no sentía. En ese momento surge una relación única con una persona que no tiene comparación posible con ninguna otra. Sobre la pregunta, siempre se habla mucho de que hay que pensar en el mundo que vamos a dejar a nuestros hijos, pero tampoco estaría de más pensar en los hijos que vamos a dejar a nuestro mundo. Si todos trabajamos para que nuestros hijos se parezcan más a Catalina Montes que a Boris Johnson, seguramente el mundo será mejor.

En sus diarios trasluce un cierto desencanto con la clase política. Esos escritos recogen su sentir hace quince años pero parece que la cosa no ha ido a mejor…

La política necesita lo mejor de la sociedad, y cada vez sucede con más frecuencia lo contrario. En el Congreso de los Diputados en Madrid, a día de hoy, es fácil encontrar a personas que no tienen ni idea ni siquiera de Historia de España y eso es insólito. Es una vergüenza. Viendo los debates parece que estás en una pelea del patio de colegio, con un nivel intelectual ínfimo y con un nivel de violencia, agresividad y desprecio hacia el otro terrible. Además, la política tritura a todo el mundo que se acerca a ella, así que cualquier persona que tenga una capacidad jamás entrará ahí porque lo triturarán. Al final solo quien ha nacido ahí es quien está al frente. Gente a la que le han salido los dientes en el partido y que llega a ser consejera, analfabetos a la que no contrataríamos nunca. La degradación política es terrible y no se trata de algo anecdótico, sino de un horror para la sociedad.