Ignacio Camarero

Dibujos de Ciudad

Ignacio Camarero


De pedales y piedra

21/08/2021

Catedral-Catedral. Así de fácil. Poco más de ocho minutos de contrarreloj individual. Primera etapa de la vuelta ciclista a España. Dos mil veintiuno. Burgos. Víspera de la Virgen. La ciudad hervía. Catorce mil doscientos metros de vallas unían Santa Águeda con La Paloma pasando por El Castillo. Una caravana mediática interminable agotaba la Plaza del rey San Fernando y El Espolón. Y toda la hostelería había colgado en la puerta el cartel de no hay billetes. Era la fiesta perfecta. Este año, además, el verano burgalés quiso caer ese día. Catorce de agosto. Calor y moscas. Más de treinta y cinco grados a la hora del vermú. Aun así, me senté. Quería mirar la ciudad. Bullicio. Tensión. Emoción de sentirse mundo. Conseguí un pedazo de sombra en la terraza de El Momento. La antigua Posada. Buena gente al otro lado de barra. Allí coincidimos todos. Don Antonio atravesó la plaza de Santo Domingo. Caminado bajo un sombrero Panamá. A toda velocidad. Hablando por el móvil. Con la misma intensidad que exhibe en cada partido el Cholo Simeone. Rafa Gómez, un freelance de la fotografía deportiva acreditado por los de Javier Guillén, se incorporó a nuestra mesa al olor de un torrezno. ¡La organización de la de Burgos no tiene nada que envidiar a la de España...! Olé, señor Moral, don Marcos. Viva el director de la Vuelta de la Diputación Provincial. La retransmisión de la etapa comenzó a las seis de la tarde. Tres helicópteros de televisión lo sobrevolaron todo. Calle Vitoria. Santander. Laín Calvo. Salida y entrada. La puerta del Perdón competía en belleza con la de Sarmental. La Catedral y la Vuelta. Romeo y Julieta. Dos amantes al encuentro de una búsqueda imposible. Ochenta y seis años de historia ciclista al abrigo de ocho siglos de piedra medieval. Al día siguiente, en los mentideros, también a la hora del aperitivo, se disparó la pandemia de envidia. Qué difícil es reducir el número de tontos por cada cien mil. Una lengua venenosa discutía la oportunidad sanitaria de la competición al lado de un tuerto yo pero tú ciego, que reclama la paternidad de la idea. Así que me volví a la terraza. Tocaba brindar. ¡Va por el octavo centenario...! Gritó alguien de mi cuadrilla burbuja. Y por la Fundación.