Sensaciones en la capital de las viejas merindades

J.Á.G.
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Villarcayo mantiene atractivos para realizar, cuando las autoridades sanitarias lo permitan, una detenida visita. Al emblemático Archivo de las Merindades, torre del Corregimiento y Casa Consistorial se añade la 'catedral' gaudiana de Santa Marina.

Sensaciones en la capital de las viejas merindades - Foto: Miguel Ángel Valdivielso

Villarcayo, capital ahora de la Merindad de Castilla la Vieja, es junto a Medina de Pomar eje dinamizador de una comarca que está apostando fuerte, desde hace muchos años, por la promoción del turismo en todas sus facetas y por la cultura del veraneo típico y tópico, pero que se ha convertido, junto a la industria agroalimentaria y de servicios, en árnica contra el despoblamiento.

Hay mucho que ver y muchas sensaciones de las que disfrutar, también en esa treintena de pedanías bendecidas por la historia, el arte y por la naturaleza. Bien merece otro viaje para descubrirlas con los pies en el suelo, recorriendo sus senderos y paseando por sus calles para descubrir sus rincones, monumentos y parajes. En 170 kilómetros cuadrados se emplazan unos pueblos -Bisjueces, Villalaín…- en los que se vertebró también esa milenaria Castilla de Laín Calvo y Nuño Rasura. Necrópolis como la de Peña Horrero, cruceros, iglesias y ermitas así como torres, palacios, blasonadas casonas… se suman a exuberantes espacios naturales.

Villarcayo, etimología que algunos estudiosos creen ver la suma de villa de Arcadio, es una localidad poliédrica. Es como una de esas matrioscas rusas. En su interior hay muchos y pequeños villarcayos, empezando por el urbano y el socioeconómico, concentrado en su polígono industrial, siguiendo por el del patrimonio histórico y artístico, el medioambiental y natural y acabando por el del ocio, deportes, gastronómico y el jaranero. No son pocas las fiestas y romerías en el municipio…

Más allá del puerto de La Mazorra, tras atravesar el desfiladero de Los Hocinos se abre esa llanada de entrada a la comarca de Merindades. Pasada la pedanía de Villalaín, con la perspectiva al fondo de la sierra de la Tesla, es obligado hacer en este cruce de caminos parada y fonda para visitar la villa y capital. Un destructor incendio durante la segunda guerra carlista redujo a cenizas casi todo el caserío. Esto y un urbanismo un tanto desaliñado durante los años del desarrollismo mal entendido cambiaron su faz, pero en la calle Santa Marina y en otras zonas de esta menesterosa urbe aún se conservan algunas de sus antiguas y casonas y palacetes blasonados con los escudos de los Isla y Dánvila… que nos acerca a esa Villarcayo que fuera cabeza de las Merindades, por otorgamiento del rey Felipe II en 1560.

Una 'catedral' gaudiana. La modernista iglesia de Santa Marina, patrona de la villa, nos despierta de esa ensoñación histórica de piedras de sillería, arcos de medio punto, retablos… La del siglo XVII, que se quedó un día pequeña para acoger a los fieles. De ella solo queda la pila bautismal y la cruz parroquial, obra de Juan de Horna. El nuevo templo se hizo para un aforo de 760 personas, adecuado ya a la entidad que había adquirido Villarcayo. Es esto hace algo más de medio siglo.

Su rompedora factura arquitectónica y, sobre todo, sus coloristas vidrieras y vitrales, invitan a traspasar sus puertas para admirar esta iglesia que acampa en pleno centro de la villa y que sigue removiendo conciencias y pareceres.Obra del arquitecto burgalés José Luis Gutiérrez Martínez, pero fue, sin duda, el polifacético y recordado artista zamorano Luis Francisco [Quico] Prieto quien dio forma y contenido a esta basílica. Las vidrieras se consideran entre las más grandes de Europa, con 210 metros cuadrados. Su primera fase se ejecutó en 1968. Entonces se instalaron las del hastial, donde destaca el Pantocrátor y a su alrededor escenas de la Creación. En 1990 llegaron nuevas vidrieras con el Tetramorfos, que representa a los cuatro evangelistas, y otros diez círculos sobre los Mandamientos. Su hija Carmen concluyó el proyecto en 2009 con los vitrales del presbiterio.

Cemento y vidrio, en perfecta armonía, convierten a Santa Marina, sin duda, en la iglesia más vanguardista y rompedora. Eran los años sesenta y los nuevos cánones litúrgicos posconciliares marcaron la traza arquitectónica de un templo que quiso ser, al margen de la polémica suscitada, un faro de fe y de acogida. Esas evidentes influencias de ese gótico gaudiano, marcadas en la Sagrada Familia, se evidencia en este templo en forma de tienda beduina, de enorme y acogedor pórtico, plantada entre los fieles y con un singular minarete cristiano que apunta al cielo. Ese juego de luces y sombras de las vidrieras y vitrales merece también observarlo, cuentan los fieles, en una visita nocturna.

No muy lejos, en la misma Plaza Mayor, una soberbia y asoportalada Casa Consistorial, sede del corregimiento que agrupó a las siete merindades, casa de justicia… tras la caída de los Condestables de Castilla, es de obligada visita. El histórico edificio, que ha sufrido distintas modificaciones y restauraciones, evidencia la edad de oro de la villa, su poderío y, desde luego, prosperidad. Pegada al Ayuntamiento y a los juzgados, se levanta la 'torre del reloj', que fue antigua cárcel. En uno de sus lados han sido impostados sobre la pared los escudos de las siete merindades de Castilla la Vieja que un día se unieron para ser más grandes. Una magnífica fuente ornamental y el templete, además de varias estatuas urbanas -Villarcayo se sumó a la fiebre escultórica- adornan este espacio sobre el que gira buena parte de la vida y la diversión festera de los villarcayeses, que se concentra en los meses de julio y agosto.

En sus bares y restaurantes, algunos con mucha historia, se puede disfrutar de una magnífica cocina y despensa, en la que brillan con luz propia la morcilla y el chorizo que lleva con mucha honra el nombre de la villa. Esta última chacina es el relleno de su típica rosca. La repostería artesana y su variada huerta están muy presentes en los expositores. Una nota de color y fiesta la pone su singular licor de guindas desde que popularizó hace casi un siglo un hostelero de la villa, Anacleto Varona, y cuya degustación es obligada en la verbena que lleva el nombre del fruto, el 17 de julio, y también, se trasiega, como es de rigor, durante los días festeros.

Historia entre paredes. La localidad también acoge el antiguo archivo de Las Merindades, inaugurado en 2009 y que fue objeto de una amplia reforma interior. El edificio blasonado, que también da cobijo acoge en su planta baja la Oficina Municipal de Turismo, es memoria viva y custodio de la historia. En las tres plantas se distribuyen y atesoran cientos y cientos valiosos legajos y documentos del Corregimiento y de las antiguas merindades de Castilla la Vieja así como del propio consistorio villarcayés. Después de los archivos capitalinos del palacio de Castilfalé y de San Agustín, será sin duda el más completo de la provincia. Investigadores y escritores acuden asiduamente para recabar y consultar la documentación de sus fondos, aunque de momento está algo complicado porque no tiene archivero. Además, en la planta tercera hay espacio para exposiciones y también sala de consultas, en la que se muestran algunos documentos singulares.

Olvidarse de hacer una visita a la ermita de San Roque, patrono de la villa, sería imperdonable para cualquier visitante. El pequeño templo, que se encuentra junto al parque de las francesas y que tiene detrás el viejo cementerio, es el más antiguo, desaparecida la primigenia iglesia de Santa Marina. Cuenta que esta ermita, construida en tiempos de Carlos III por un voto de villa y agradecimiento al santo por salvar al pueblo de una epidemia, se levanta sobre las ruinas de otra dedicada a San Pedro. Su estilo arquitectónico está referenciado en el neoclasicismo, pero matizado. De su interior, que cuida con mimo la Asociación de Amas de Casa desde hace años, cabe destacar la imagen de siete pies del santo en madera de nogal y olmo, del siglo XVIII. También sobresale una colorida vidriera.

La villa, tranquila y hospitalaria, como el municipio en su conjunto, que suma 160 kilómetros de superficie, ofrece inmejorables condiciones para ese turismo activo y de interior, pero también para un plácido y tranquilo veraneo. No en vano, esta y otras poblaciones, como es el caso de Medina de Pomar, Valle de Mena, Espinosa, Trespaderne..., disponen de un enorme parque de viviendas de segunda residencia familiar de burgaleses, pero sobre todo de vascos y cántabros por la proximidad.

 

*Este reportaje se publicó en el suplemento Maneras de Vivir el día 16 de mayo de 2020.