Fallece Manuel Arce Porres, el 'niño de la guerra'

R.P.B.
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Natural de Oña, creó la Fundación Nostalgia, con la que logró que se les reconociera como víctimas.

Manuel Arce, en su casa de Madrid, en 2016 - Foto: Alberto Rodrigo

Hace cinco años, durante el homenaje que se tributó en Óbninsk, cerca de Moscú, a los niños de la guerra -aquellas 3.000 criaturas que fueron enviadas a la URSS para ser puestas a salvo de las bombas durante la contienda civil que desangraba España- Manuel Arce Porres, natural de Oña, fue un hombre feliz: estaba rodeado de quienes habían compartido con él una epopeya sin parangón, y todos le procuraban todo tipo de atenciones y cariños porque nunca fue uno más: ejemplo de superación y de coraje, de dignidad y decencia, Manuel pasó de perder las dos piernas en un accidente y ser un niño tullido en la Rusia amenazada por el nazismo a estudiar la carrera de Medicina y convertirse, treinta años después de haber salido de su país, en uno de los primeros neurorradiólogos que tuvo la sanidad pública de España. Con la llegada de la democracia, creó la Fundación Nostalgia, colectivo que porfió durante años para lograr que el Estado español reconociera a aquellos 'niños' como víctimas de guerra y tuvieran derecho a una prestación económica. «Cuando al fin lo conseguimos pensé: ya me puedo morir tranquilo», confesó en cierta ocasión.

Así, tranquilo y en paz, dejó ayer de existir Manuel Arce Porres. Tenía 93 años y residía en Madrid. Siempre afable y bienhumorado, este burgalés se dedicó en cuerpo y alma a dignificar la memoria de un colectivo que sufrió como pocos la crueldad de la guerra y el miserable olvido: escribió libros y artículos, dio charlas, conferencias y entrevistas en las que contaba, para que nunca se olvidara, la brutal experiencia de aquel contingente de criaturas, de aquella legión de pequeños refugiados que integraron una operación de evacuación sin precedentes en la historia universal. Fue uno de los protagonistas de Huérfanos del olvido, espléndido documental dirigido por el cineasta LinoVarela, imprescindible para conocer este episodio marginal de la historia.

Manuel Arce tenía 8 años cuando llegó a Leningrado junto con otros 1.500 niños.Siempre recordó que fueron recibidos como héroes, con enorme cariño y emoción.  Creían todos que aquella exótica aventura duraría cosa de dos o tres meses; que los republicanos ganarían la guerra y regresarían a casa con sus familias. Pero la perdieron. Y mientras los pequeños expatriados que habían sido enviados a otros países sí pudieron volver a España, los que habían recalado en la URSS no pudieron porque allí estaba Stalin, el gran ogro, el enemigo. Ninguno pudo volver hasta pasados veinte años. Pero la URSS cumplió su compromiso y cuidó de todos con mimo y dedicación: fueron magníficamente educados por profesores rusos y españoles, perfectamente alimentados. Disfrutaron del privilegio de tener juguetes, de practicar deportes en invierno y en verano. Cuando se hicieron mayores, pudieron estudiar carreras universitarias. Eso sí, entre medias les tocó padecer la II Guerra Mundial, donde pasaron todo tipo de penurias. Manuel sufrió un accidente en el que perdió las dos piernas. Su hermano César, que ya era mayor de edad durante la contienda, se alistó voluntario para luchar contra los invasores alemanes, perdiendo la vida. 

A la conclusión del infierno Manuel Arce estudió Magisterio primero y más tarde Medicina. Cuando pudo volver a España lo hizo, pero fue tan difícil la adaptación que regresó a Moscú. Trabajó diez años en el Instituto de Neurocirugía de aquella capital, donde se especializó en neurorradiología. Tres décadas después de salir de España, decidió volver para quedarse. Casado conMaría Sánchez Puig, nacida en Rusia de padres exiliados españoles, Arce trabajó en el Hospital de La Paz de Madrid hasta su jubilación en el año 1982. 

Volvió muchas veces a su tierra de acogida, a la que amaba profundamente. Por eso vivió con pena estos últimos meses: ver a Rusia y Ucrania enfrentadas le causó un enorme dolor. Ya habita Manuel Arce en el paraíso de los niños perdidos y reencontrados, ese lugar al que sólo van los puros de alma y de corazón.