Del cartón al póker en el móvil

A.G.
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La Asociación de Rehabilitación del Juego Patológico atiende a más de un centenar de personas. El 60% están enganchadas a las apuestas más tradicionales (bingo y tragaperras) pero las atrapadas por los casinos on line aumentan a pasos agigantados

Aunque desde que comenzó la pandemia las terapias contra la ludopatía de Abaj, la Asociación Burgalesa de Rehabilitación del Juego Patológico, se están haciendo por vídeollamadas, en los próximos días se trasladarán a la sede que ha encontrado la entidad para ocuparla de forma temporal. El espacio que Cruz Roja les ha prestado desde que se pusiera en marcha, hace ya más de 25 años, no puede ser utilizado por las restricciones implantadas como consecuencia del coronavirus y desde la próxima semana se reunirán en un local ubicado en Avenida del Vena, 13, entreplanta. Allí, respetando las medidas higiénicas pertinentes se seguirá prestando ayuda a las más de cien personas que están en terapia para superar su adicción al juego.

David Burgos, psicólogo de la asociación, reconoce que el grueso de los pacientes son los que están enganchados a un juego más tradicional -mayoritariamente tragaperras y bingo- pero advierte que los jóvenes adictos a internet van ganando presencia a pasos agigantados: "Ahora estaríamos en un 60-40 pero esto varía muy rápidamente porque es impresionante el número de chavales de veintipocos años con comportamientos adictivos hacia el juego".

Alerta de que estos adictos veinteañeros tienen menos conciencia aún de su problema que los más mayores y convencionales: "No se consideran jugadores sino inversores. La empresa del juego tienen 4 socios: El dueño del local o del dominio de internet y el operador de juego (casa de apuestas), que se llevan un 50% cada uno; un tercer socio es la Administración, que recauda de los dos primeros, y el cuarto es el enfermo de juego, el que se cree que sabe y que invierte pero es el gran perdedor que hace ganar a los otros tres".

Hay pistas que dan los jóvenes adictos y que el psicólogo recuerda para las familias que temen que el juego pueda haber entrado en sus casas: "Están más callados, pasan mucho tiempo en su habitación, los estudios o el trabajo se empiezan a resentir, mienten mucho y cambian, parecen otra persona. Si hay madres o padres que ven algo así en sus hijos, por favor, que no duden en llamarnos".

TESTIMONIOS: 

Alfredo, 27 años: "En unas horas gané 3.000 euros y me creí el rey del mundo. Diez años después no era una persona, era un zombi"

Alfredo acaba de cumplir 27 años y solo hace uno que no se juega hasta el último euro que tiene en el bolsillo. Es un chaval moreno, bien plantado, guapo, parece inteligente y nunca ha dejado de acudir un solo día a su trabajo, pero a lo largo de toda una década, desde que cumplió los 17, se ha gastado mucho más de lo que tenía en apuestas on line. Calcula que en todo este tiempo ha perdido alrededor de 75.000 euros que aún sigue pagando en préstamos en los que se empeñó hasta las cejas por su adicción. Ahora reconoce que es un jugador patológico en proceso de recuperación, va tachando con orgullo los meses que pasan sin hacer una sola apuesta y asegura que después de tantos años mintiendo y llevando una vida paralela estaba deseando que su familia descubriera su adicción: "Fue como que me quitaran de la espalda una mochila que pesaba muchísimo, un verdadero alivio".

Probablemente tendría otros condicionantes que le hicieron precipitarse a la adicción -reconoce, por ejemplo, que le gustaba jugar a las cartas aunque lo hacía sin dinero y solo por diversión- pero la chispa saltó aquella mala tarde en la que entró en un casino de internet de nombre Poker Star y los 100 euros que apostó se convirtieron en 3.000 en apenas unas horas: "Entré solo por probar pero después de aquello me dije ‘soy el rey del mundo, para qué voy a trabajar si en tan poco tiempo gano más que lo que una persona trabajando dos meses’. En ese tiempo estaba pensando en comprarme un coche que me gustaba y con ese dinero podía hacerlo. ¿Pero cómo le iba a decir a mis padres que tenía 3.000 euros y de dónde les había sacado? Así que me callé, ellos me ayudaron económicamente y yo se lo iba devolviendo. Fue mi primera mentira". Y la primera trampa. Porque si rápido ganó esa cantidad tan redonda no fue a menor velocidad a la que se quedó desplumado: En ocho meses se gastó esos 3.000 más otros 3.000 que salían de la nómina que cobraba ya que a pesar del primer subidón, por suerte nunca dejó de trabajar: "Me gastaba en el juego el 75% del sueldo, vivía con mis padres y solo tenía que hacerme cargo de los gastos de mi coche".

Alfredo jugaba en casa, en una habitación del último piso y tenía abiertas varias pantallas para poder ocultar la del póker rápidamente en el caso de que su madre o su padre entraran de improviso. "Era consciente de que lo que hacía no estaba bien pero hasta cuatro o cinco años después de empezar no me di cuenta de que realmente tenía un gran problema y aún así me seguía justificando y diciéndome a mí mismo que era mi dinero y que me lo gastaba en lo que yo quería, a pesar de que ya había pedido préstamos tanto al banco como a esas firmas de créditos rápidos, hasta cuatro a la vez llegué a tener".

Como tantas personas que han pasado por lo mismo, Alfredo cuenta que su vida se convirtió en un infierno ya que las 24 horas del día las pasaba pensando en cómo iba a tapar todos los agujeros que tenía y pidiendo préstamos para pagar otros préstamos. Por suerte, nunca le pidió nada a amigos o familiares porque hubiera saltado la alarma rápidamente. De todas formas, y al final, saltó. El joven se fue a vivir con su novia y pagaba su parte del alquiler poniendo una cantidad en una cuenta común. Cuando llegó el momento de pensar en comprar una vivienda y para no descubrir que no tenía ni un euro ahorrado, que todo se lo jugaba, empezó a dar largas y a decir que no le gustaba ninguna de las casas que veían. Finalmente encontraron una a la que ya no pudo ponerle pegas y cuando la chica, que ya empezaba a sospechar algo, entró en su cuenta, descubrió los gastos del casino on line: "No le puse pegas para que entrara en mi cuenta porque necesitaba que me pillaran para que terminara todo de una vez, porque el último año y medio vivía como un zombi, por y para el juego".

Toda la familia ha estado detrás de él apoyándole pero han sido una tía suya "muy estricta" y su novia las encargadas de acompañarle a las terapias y vigilar más de cerca que todo se cumpla tal y como en Abaj se le indica. Alfredo sigue yendo a la Asociación Burgalesa para la Rehabilitación del Juego Patológico porque cree que aún le queda camino por recorrer y porque quiere compartir su historia tanto con otros chavales de su edad a los que ve llegar muertos de miedo y de vergüenza para decirles que pueden salir de la espiral diabólica del juego, como con los que aún no se han acercado y siguen perdiendo el dinero y la salud: "Que vengan, nadie les va a juzgar aquí. No digo que sea fácil. No lo es, pero merece la pena".

Maribel, 72 años: "Ir al bingo me producía grandes sentimientos de vergüenza y de culpa"

Uno de los golpes más duros que puede recibir una persona le dio a Maribel de lleno en toda el alma. En el bingo, adonde había ido muchas veces acompañando a su madre (que también era jugadora y se gastaba, recuerda, más dinero del que podía) o con amigas para pasar el rato, encontró no alivio a tanto dolor pero sí un pequeño periodo de olvido que poco a poco se fue incrementando hasta convertirse en todas las tardes de todos los días mientras sus hijos pequeños estaban en casa a cargo de los mayores. Igual que ella, muchas mujeres están enganchadas a este juego y aunque siguen pareciendo invisibles y acuden mucho menos que los hombres a los programas de rehabilitación, cualquier tarde de cualquier día se puede ver a muchas de ellas tachando números de los cartones en un bucle infinito mientras llega la hora de volver a casa.

"Las cosas en la familia no iban bien y luego un hijo enfermó y necesitaba olvidarme de todo. Cuando sufrimos problemas, las mujeres de mi generación no tenemos la capacidad que tienen los hombres de salir a un bar con los amigos a tomar unas cervezas y olvidarse de todo, nosotras tenemos que desahogarnos de otra manera, esto es lo que hacíamos las mujeres de antes y por eso, mientras estaba allí no pensaba en mis problemas".

Dice que nunca contrajo deudas y que ‘solo’ llevaba cincuenta euros en el bolsillo. Pero cincuenta euros por siete días a la semana, por cuatro semanas al mes y por 12 meses al año dan como resultado una cantidad bastante importante que Maribel dejó de dedicar a otras cosas que le interesaban y de las que era responsable: "Yo misma me di cuenta de que estaba yendo demasiado y sentía mucha vergüenza de ello y empecé a negar en casa que pasaba las tardes en el bingo, a poner excusas y a decir mentiras como que estaba con una amiga en el cine o como que había ido a ver una exposición en un museo".

Le hacía sentir muy culpable estar gastando un dinero "que aunque yo lo ganaba no era mío sino que pertenecía a la familia", pero mucho más dejar a sus hijos solos "porque salía de trabajar a las siete y media y me iba allí hasta la hora de la cena, dos horas que les quitaba a mis hijas pequeñas, que se quedaban a cargo de los mayores; también dejé de cocinar para que tuvieran rosquillas o flan para merendar y a veces la nevera estaba vacía, desatendí muchas cosas". Años después, una de esas niñas fue la que acompañó a Maribel a las terapias y la que se convirtió en su guía para salir del juego, con éxito. Porque hace cinco años que no pisa una sala de bingo a pesar de lo cual no ha abandonado la asociación ya que cree que su experiencia puede servirle a otras "porque las que llegan nuevas no saben adónde agarrarse y les viene bien escuchar un testimonio parecido al suyo".

"Fue mi familia -añade- la que me convenció para ir a terapia, pero yo no pensaba que fuera ludópata porque no tenía deudas, consideraba que era una jugadora social a pesar del sentimiento de culpa, y tardé varios meses hasta que me di cuenta. Ahora estoy estupendamente y he recuperado mi vida: paso las tardes con mis nietas y he vuelto a ir al cine y a escuchar música".