El futuro es un armario

ANGÉLICA GONZÁLEZ
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Los realojados. Teresa Montoya, Luis Hernández, su hija Sarai, de 12 años, y su hijo Manuel, de 7, llevan un poco más de dos meses en su piso de fuera del 'barrio'. Todos están muy contentos pero los ojos de Teresa brillan más.

Teresa, junto al armario que tanta ilusión le hizo ver cuando llegó a la casa. - Foto: Luis López Araico

De su casa al Mercadona hay siete minutos. Al centro de salud, cinco. Al instituto de la niña, doce, y al colegio del niño, nueve. Teresa Montoya Hernández apenas lleva dos meses en su nueva casa fuera de El Encuentro y ya tiene cronometradas todas las distancias que ha de recorrer andando para llegar a los servicios básicos. El resto de su vida está igual de ordenado. «A mí me gusta contar el tiempo que me lleva llegar a los sitios, así me organizo mejor», afirma esta mujer pequeña y morena, que no puede estar más emocionada al enseñar su nuevo domicilio a la trabajadora social María José Lastra que, para ella, es como una amiga. 

«¡Qué bonito lo tienes todo, Teresa, qué ordenado y qué limpio!», exclama Lastra ante la vista de un hogar diminuto en el que cada cosa está en su sitio. De la cocina sale un apetitoso olor porque ya son casi las dos de la tarde y está todo preparado para comer. En el salón, Manuel, de 7 años, mira la tele, mientras la abuela, que pasa unos días con la familia, reposa en una cama de uno de los dormitorios, porque está delicada de salud. «¿Te gusta, de verdad te gusta?», le pregunta Teresa, que no tiene empacho alguno en abrir cada uno de los rincones para demostrar una diligencia de la que Lastra no tenía ninguna duda. 

Teresa Montoya, su marido Luis Hernández, la hija de ambos, Sarai, y su hijo pequeño, Manuel, componen una de las primeras familias del poblado chabolista que han sido realojadas en la última tanda, que se inició hace bien poco. Todos están muy contentos pero los ojos de Teresa brillan de una manera especial: «En el barrio, por más que limpiaras no acababas nunca de dejarlo bien y en cambio aquí, está todo estupendo, es un poco pequeño pero estamos muy contentos. Nada más entrar me enamoró, menuda diferencia con aquello, aquí tenemos limpieza, tranquilidad y calor y yo lo he intentado poner bonito a base de comprar los muebles en Wallapop, porque no tenía casi nada», añade, abriendo uno de los armarios de la casa: «¡Mira qué bien, estoy encantada con tener un armario, me cabe todo aquí, esto allí era imposible!», exclama ante la vista de una serie de camisas perfectamente alineadas.

Como en casi todas las familias gitanas, y a pesar del machismo que las impregna, es la mujer la que tira para adelante y la que hace avanzar al resto. Lastra y el trabajador social del Ayuntamiento Juan Carlos Poza no tienen ninguna duda al afirmar que las condiciones de El Encuentro no son peores de lo que son precisamente por el trabajo de ellas, dentro de la casa y muchas veces, fuera; por su tesón a la hora de que los niños vayan regularmente a la escuela y por su mayor sensibilidad a la hora de cuidar de la alimentación y de la salud en general de todo el grupo.  

Así, Teresa no ha dejado que ninguno de sus dos hijos que aún están en edad escolar se pierda ni una sola clase. Lo cuenta buscando otra vez con la mirada a María José Lastra, que confirma este extremo: «Para mí es muy importante que vayan al colegio», dice, probablemente porque tenía 12 años cuando se casó, la misma edad con la que ahora su hija sueña con llegar a la universidad. «Me gustaría estudiar para ser enfermera o médica», afirma Sarai, una preadolescente con la cabeza muy bien amueblada, que se troncha de risa cuando se le pregunta si estaría dispuesta a casarse con la edad que tiene ahora, como lo hizo su madre. «Me gusta bastante estudiar y lo que mejor se me da es el francés», comenta ante el gesto con un punto de orgullo de su padre, Luis, de 48 años, que parece un hombre muy poco hablador.

Él, quizás, era uno de los miembros de la familia más reticentes a la hora del traslado. Cuenta que los lugares cerrados le provocan «angustia» y que en ellos se siente «ahogado» pero que la casa a la que han sido trasladados, al ser un bajo, no le crea esta sensación y se encuentra más cómodo. Puede parecer una exageración sentir agorafobia en un piso corriente con ventanas al exterior pero María José Lastra confirma que este es un trastorno no infrecuente entre personas como las que habitan El Encuentro, acostumbradas a vivir a ras de calle y a pasar en el interior de casa el menor tiempo posible.

Como la familia de Teresa es muy  consciente del rosario de prejuicios y quejas que siguen a un realojo -muchas de las veces, muy infundadas- afirma que intentan ser lo más silenciosos posible y que, de momento, la relación con el vecindario es absolutamente normal: «Nosotros hacemos nuestra vida y respetamos completamente a los demás y hasta ahora todo va bien», dice ella, cuya única pena es que sus tres hijos mayores aún están en El Encuentro: «Tengo muchas ganas de que salgan de allí». 

El programa de realojo de El Encuentro empezó en 1998 y al año siguiente se produjo el primero. En estos veinticuatro años las salidas  han sido irregulares, siempre en función de los vaivenes económicos y, por tanto, de las aportaciones que para este particular hacían tanto la Junta como el Ayuntamiento, por lo que a partir del 2008, cuando se inició la crisis económica, cayeron en picado. 

En total han salido del barrio 70 familias aunque algunas de ellas volvieron, bien porque no se adaptaron o porque no pudieron pagar el alquiler -porque todas deben hacerlo, además de sus gastos de suministros, algo que Lastra quiere dejar claro porque sabe que corre un rumor desde hace años que afirma que les regalan las casas- o porque lo echaban de menos por los lazos familiares. Ahora saben que esta vez es la definitiva y sobre esta idea trabajan los profesionales de los servicios sociales.

Para eso se ha intensificado la formación que reciben en habilidades domésticas y sociales aunque afirma María José Lastra, que la inmensa mayoría de las mujeres están más que preparadas -y deseando- vivir en una vivienda normalizada. Se trabaja también con ellas la cocina (y, por tanto, la nutrición), las medidas de higiene y todas aquellas disciplinas que les puedan ser útiles. Además de la formación, del asesoramiento y de las ayudas de todo tipo que reciben las familias por parte de Promoción Gitana, la Fundación Lesmes, que gestiona el Programa Dual del Ayuntamiento,  se ocupa de preparar bien la salida del barrio. Lo hace  adscribiendo a cada familia un educador o educadora que les va a asesora en cuantas dudas les plantee el proceso de cambiar de vivienda y de vida.

*Con la destrucción, el pasado 6 de julio, de tres de las 25 casas que forman este gueto de familias gitanas ha comenzado su desaparición. Recordamos aquí cómo se formó y quiénes lo habitan.