Puñales en el Partido

ROBERTO PERAL
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«La serie Carvalho es a la vez literatura negra de la mejor estirpe y una aguda crónica de la transformación de la España que salía del franquismo»

El histórico dirigente del PCE Santiago Carrillo, durante una intervención en el pleno del Congreso de los Diputados en 1977.

Si he de honrar a la verdad, diré que no recuerdo gran cosa de las graves materias que debería haber asimilado en el tercer curso de mi lejano periplo universitario. Y, sin embargo, aquellos meses permanecen aferrados a mi memoria porque, entre otros asuntos que me resultaría embarazoso detallar aquí, fue entonces cuando descubrí las absorbentes novelas del detective privado Pepe Carvalho, debidas al escritor y periodista Manuel Vázquez Montalbán, uno de los intelectuales más influyentes de la Transición. La soledad del mánager, Los mares del Sur, Los pájaros de Bangkok..., me movieron a hacer a un lado apuntes y libros de texto y sumergirme con fervor en una serie que era a la vez literatura negra de la mejor estirpe y una aguda crónica de la transformación política, económica, social y cultural de la España que salía del franquismo. Y también hicieron que me enamorase para siempre de un personaje formidable, un huelebraguetas catalán solitario y sarcástico, duro y desencantado, hijo de emigrantes gallegos, antiguo agente de la CIA, ex comunista, avezado gastrónomo e inclemente destructor de libros, que emplea una y otra vez como combustible para encender su chimenea doméstica.

Las aventuras de Carvalho han creado todo un subgénero, la novela negra mediterránea (en la que andan alistados escritores como Andrea Camilleri y Petros Márkaris), siguen contando con la admiración de un ejército de lectores y su prestigio no para de crecer con el tiempo. Para muestra, un ilustre botón: en su reciente Diccionario apasionado de la novela negra (Salamandra, 2022), el francés Pierre Lemaitre sostiene que Pepe Carvalho «ha entrado definitivamente en el panteón internacional de los héroes de la novela policíaca junto a Marlowe, Wallander, Maigret y unos pocos más». Ahí es nada.

Viene todo esto al caso porque cumple medio siglo de existencia Yo maté a Kennedy (1972), la novela que vio nacer a Carvalho como personaje literario, y el miércoles pasado llegó a las librerías una edición conmemorativa con la que la editorial Planeta ha querido conmemorar la efeméride. Lo cierto es que Yo maté a Kennedy no puede considerarse en sentido estricto la primera entrega de la serie, que para muchos de sus lectores arrancó con Tatuaje (1974), pero el cumpleaños da pie a que los fanáticos del Vázquez Montalbán más negro lo pasemos de lo lindo señalando el que para cada cual acaso sea el mejor título del ciclo. La elección es ardua, pero uno, después de meditarlo mucho, se queda con Asesinato en el Comité Central (1981), la más política de las novelas de Carvalho y una rara avis dentro de la serie: por una vez, el detective se aleja de su querida Barcelona, a cuya transformación antes de los Juegos Olímpicos asiste con desconsuelo, para trasladarse a Madrid, una ciudad que observa con recelo, «llena de rascacielos y funcionarios del ex régimen». Atrás quedan Charo, la prostituta con la que mantiene una relación, Biscúter, su ayudante y cocinero, y Bromuro, limpiabotas confidente de la Policía que lo provee de información de la buena.

Asesinato en el Comité Central es un «misterio de cuarto cerrado» ambientado en la efervescencia política del tercer gobierno de Adolfo Suárez. La novela da inicio con la muerte del secretario general del Partido Comunista de España, Fernando Garrido, que recibe una puñalada en el pecho durante un momentáneo apagón en una reunión del máximo órgano del partido; los principales sospechosos serán desde el principio los candidatos a sucederlo. El caso queda oficialmente en manos del comisario Fonseca, que procede de la Policía franquista, pero el PCE encarga a Carvalho, antiguo militante, una investigación paralela. La trama no podía resultar más provocadora en el año en que se publicó la novela: el Partido Comunista, legalizado en 1977, se desangraba en un enfrentamiento entre los veteranos prosoviéticos llegados del exilio y los jóvenes aperturistas que ansiaban jubilar a la vieja guardia. A Santiago Carrillo, secretario general por aquel entonces, no le hizo ni pizca de gracia la ficticia incursión de Carvalho en los entresijos de la organización: «Sentí la novela como una auténtica puñalada. La que recibió Fernando Garrido iba políticamente dirigida contra mí», escribió.

El detective se ve envuelto en una maraña de circunstancias que implican a políticos, viejos torturadores de la dictadura, agentes de la CIA y sicarios soviéticos que no dudan en molerlo a palos para conseguir información fresca sobre sus pesquisas. Magullado y todo, Carvalho, como no podía ser menos, no renuncia a los placeres de la buena mesa, y antes de resolver el crimen visita restaurantes como La Gran Tasca, uno de los templos del cocido capitalino, y el aristocrático Lhardy, donde toma caviar iraní y callos a la madrileña.

El elegante estilo literario de Vázquez Montalbán, transido de humor y poesía, y el valor de la novela como documento histórico que arroja una mirada crítica a la Transición como mito fundador de nuestra democracia, hace que Asesinato en el Comité Central sea mucho más que un mero entretenimiento, y su relectura nos hace añorar con vehemencia a un personaje complejo y deslumbrante que apadrinó la moderna literatura negra española.