Balada de un gánster burgalés

R. PÉREZ BARREDO
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Cumple 25 años uno de los temas bandera de la banda de rock La Frontera, 'La balada de Tony Martin', inspirada en la vida de un burgalés de Fresnillo de las Dueñas que trabajó para los hermanos Capone y se convirtió en un jefazo del crimen organizado

Tony 'Diablo' Martín siempre se tocaba con sombrero. - Foto: Archivo familiar

No hay ningún epitafio sobre la lápida de granito gris de la tumba, que se antoja discreta, acorde a los últimos años de su morador, que pretendió agotar su existencia de forma desapercibida, casi invisible, tras una vida intensa, increíble, violenta, oscura. Tan de película que ni siquiera el nombre que puede leerse en el relieve de la sepultura es del todo real. El hombre enterrado en ese anodino túmulo del cementerio de Aranda no se llamaba Tony, sino Sebastián. Sí que es verdadero el primer apellido, Martín, aun cuando él no lo escribiera con tilde, pero falta información por omisión: el tipo que desde el 10 de marzo de 1983 yace bajo esa lápida de granito gris fue conocido con el apodo de ‘Diablo’, y el eco de su fama se hizo leyenda en las calles de Brooklyn, Harlem y el Bronx en la Nueva York de la ‘Ley Seca’, cuando las calles de la nueva Babilonia eran el imperio sin horizontes del crimen organizado.

Diversos acontecimientos ponen estos días el foco en uno de los personajes más fascinantes y extraños que ha dado esta tierra. Por un lado, se cumplen cien años de la proclamación en Estados Unidos de la prohibición de fabricar, transportar y vender alcohol, época en la que reinó nuestro protagonista; por otro, se celebran los 25 años de la publicación de una de las canciones más icónicas del grupo de rock La Frontera, La balada de Tony Martin, inspirada en la vida de este singular burgalés. Y en tercer lugar, el exitoso Trivial creado por la Asociación para el Desarrollo Integral de la Ribera del Duero lo ha rescatado de las catacumbas del olvido con una pregunta y una respuesta que suele dejar a los participantes boquiabiertos y ojipláticos: Tony Martin, ‘Diablo Martin’ o ‘El Español’, originario de Fresnillo de las Dueñas, ¿a qué famosa banda de mafiosos de la ‘Ley Seca’ perteneció? A la de Al Capone...

Para que naciera el gánster conocido como Toni ‘Diablo’ Martin tuvo que morir Sebastián Martín, que había llegado al mundo en Fresnillo de las Dueñas, corazón de la Ribera del Duero, en 1905. Al primogénito del molinero del pueblo no le gustó nunca la vida de mera supervivencia de su familia, primero en el pueblo burgalés y más tarde en la localidad vizcaína de Erandio, adonde se trasladaron en busca de mejor fortuna. En la margen derecha de la ría de Bilbao dio rienda suelta a su instinto de buscavidas al margen de la ley: robaba de noche lo que vendía de día. Quiso el padre de familia meterle en vereda y le embarcó, casi imberbe aún, en un paquebote que cubría la ruta Bilbao-Buenos Aires. El largo viaje no hizo mella alguna en su carácter díscolo: nada más poner el pie en la cuna del tango se marcó un baile de humo para seguir haciendo de las suyas, hasta que le trincaron y pagó por ello con unos cuantos meses a la sombra. Criatura. Tras cumplir condena, se conjuró para salir del país de la plata. Volvió a embarcarse -esta vez como polizonte- en otro barco. Pero esta vez con destino a Nueva York. Era el año 1925.

En la nueva Babilonia. Su bautismo en la emergente capital del mundo, cuyo skyline ya desafiaba toda altura jamás antes imaginada, fue literal: entrando en la bahía del Hudson, cuando ya se atisbaban los muelles de la desembocadura del East River, fue descubierto en su escondrijo, y para evitar empezar con mal pie se echó al agua. Alcanzó la orilla a nado y pasó los primeros meses ramaleando por los suburbios de aquella ciudad imposible, mendigando y distrayendo cuanto fuera de bolsillos y comercios. No se achicó en aquel lumpen: trabó relación con otros que, como él, tenían claro que hay renglones torcidos pero atajos para asomar la cabeza, aunque sean peligrosos, ilegales y pueda irte la vida en ellos. Aunque procedía de la tierra del mus, destacó por su pericia con el póker en timbas clandestinas de suburbio, violencia y alcohol, prohibido desde 1920. Imperaba la ‘Ley Seca’, esto es, el alcohol era el negocio del siglo. En una de aquellas partidas alguien le presentó a dos fulanos trajeados que parecían infundir un respeto reverencial, rayano en el temor. Eran de origen italiano, fumaban gruesos puros habanos y se tocaban con borsalino, elegante sombrero de fieltro y cinta anudada a la izquierda. Se llamaban Alfhonse y Luis. Y se apellidaban Capone.

Algo tuvieron que ver aquel par de espaguetis en el burgalés, porque no mucho tiempo después fue llamado por el jefe de aquella banda que controlaba casi toda la ciudad con un encargo asaz especial: disfrazarse de policía para ahuyentar al sereno que merodeaba una lujosa peletería para que los secuaces de Capone dieron un palo de campanillas. Fue uno de sus primeros sueldos: 100 dólares del ala. Aquel fue el comienzo de una colaboración que se prolongaría durante años. Hombre fuerte de los Capone. Solían decirle ‘El Español’. Cuando Luis Capone fue nombrado por su hermano Al -que ya reinaba en Chicago- jefe de los muelles de Brooklyn, Tony pidió permiso a la ‘familia’ para montárselo por libre. Tuvo dos bandas: para una acuñó el nombre de ‘Bocachica’, acaso sabedor de que en ese mundo el silencio tenía un valor enorme; para la otra, el de ‘Diablos Rojos’. Ahí es donde se ganó el apodo con el que fue más reconocido. Durante años, sus negocios se centraron en la marihuana y la prostitución. Y se convirtió en uno de los capos más respetados y respetables. Tanto, que llegó a ser nombrado jefe del sindicato del acero, dejando la primera línea de crimen organizado. Porque aquello era jugar en una liga mayor.

Entre tanto, el capo burgalés conoció el amor: se llamaba Ada, una hermosa mujer de origen mexicano con la que tuvo un hijo y una hija. Sin embargo, aunque su negocio era floreciente y era uno de los hombres fuertes de Nueva York, le surgieron muchos enemigos. Su poder fue debilitándose y la muerte le rondó cerca muchas veces. Hasta que le tocó de lleno. Como confirma a este periódico Tony Marmota, sobrino nieto de nuestro protagonista y batería de La Frontera, grupo que le dedicó la famosa balada que ahora cumple un cuarto de siglo, el poder de Diablo Martin tuvo un precio muy alto. A su hijo le tiraron por la ventana de un rascacielos. Y su hija murió en más que extrañas circunstancias cuando estaba a punto de hacerle abuelo. Fueron golpes terribles. Avisos en toda regla: sabía que había balas reservadas para él.

Así, a una edad más que longeva para un equilibrista del peligro, en 1968 abandonó la jefatura del acero y se largó de vuelta a España sin perder de vista la espalda. Pasó varios meses en Bilbao viviendo de pensiones oficiales y rentas subrepticias . Y al poco tiempo se afincó en la tierra que lo vio nacer. Concretamente en Aranda. Algunos de sus amigos de aquellos últimos años de retiro le contaron al periodista Álvaro Melcón para un reportaje en este mismo periódico publicado en 2005 que Tony Diablo Martin era simpático y económicamente desahogado, y que nunca, nunca, cuando se sentaban a echar una partida de naipes, lo hacía de espaldas a la puerta del local de turno y con una moneda en la oreja, superstición aprehendida en largas timbas nocturnas en los bajos fondos del Nueva York más deslumbrante y turbio. Sí: aunque Tony ‘Diablo’ Martin no lo admitiera nunca, aquellos últimos años los pasó temeroso de que algún espectro del pasado cambiara la ribera del East River por la del Duero y ajustara cuentas con él. Nunca abandonó la costumbre de fumar puros habanos y de tocarse con un sombrero del mismo estilo a aquel que vio por primera vez sobre la cabeza de Al Capone. Ada le acompañó en su viaje de regreso a la tierra natal. Falleció en diciembre de 1982. Él apenas sobrevivió a su gran amor unos pocos meses. No fue por un disparo en la nuca, ni por una balacera desde un coche negro como la muerte. Un cáncer de garganta le envió a donde sea que se van los tipos como él. Sebastián Martín había muerto hacía muchos años. Tony Martin lo hizo en marzo de 1983. De su huella queda el nombre escrito en su tumba del cementerio de Aranda, la leyenda y la balada eterna del único gánster burgalés de la historia.