El japonés que dibujó un nuevo Burgos

G. ARCE
-

El 28 de diciembre falleció Arata Isozaki, el prestigioso arquitecto distinguido con el Premio Pritzker, que diseñó un Complejo de la Evolución Humana rompedor y atractivo, en dura pugna con Juan Navarro Baldeweg

Imagen histórica de Isozaki tomando notas en el paseo de la Sierra de Atapuerca. - Foto: Jesús J. Matías

Hay quien todavía recuerda a aquel elegante japonés, ataviado con su gorra y abrigo negros, su jersey gris de cuello alto y una larga bufanda blanca, paseando armoniosamente entre los coches por el atestado aparcamiento de Caballería junto al entonces alcalde Ángel Olivares, contemplando el Cid Campeador desde un ventanal del Salón Rojo de Teatro Principal o intentando comprender el fenómeno Atapuerca en plena Trinchera del Ferrocarril con las voluntariosas explicaciones de Juan Luis Arsuaga.

Fue el 13 de febrero del año 2000, el día en el que Arata Isozaki apuntó y dibujó en su cuaderno con un rotulador negro una ciudad nueva en torno a un ambicioso proyecto que habíamos llamado el Complejo de la Evolución Humana. El que sería Premio Pritzker años después (en 2019) y ya era entonces uno de los arquitectos más prestigiosos del mundo, fue uno de los cinco participantes en el concurso internacional convocado por el Ayuntamiento para remodelar el solar de Caballería y, a la postre, para renovar urbanística y vitalmente el corazón de Burgos de cara al siglo XXI.

El proyecto de Isozaki compitió con los presentados por el neoyorquino Steven Holl, los sevillanos Antonio Cruz y Antonio Ortiz, el francés Jean Nouvel y el cántabro  Juan Navarro Baldeweg. Fue este último arquitecto el que finalmente diseñó brillantemente a orillas del Arlanzón lo que hoy conocemos, aunque el nombre de 'Isozaki' también quedó vinculado a este proyecto por justicia y reconocimiento, pues el nipón -como también lo hizo su compañero cántabro- tuvo la maestría de captar en las pocas horas que pasó en Burgos lo que todos los burgaleses deseábamos para nuestra ciudad: una imagen moderna, rompedora y digna de convivir con su gran icono, la Catedral.

Maqueta del proyecto que presentó a concurso, que constaba de cinco edificios.Maqueta del proyecto que presentó a concurso, que constaba de cinco edificios. - Foto: Jesús J. Matías

El jurado resolvió por unanimidad (y tras tres días de deliberaciones) en favor de la propuesta de Juan Navarro Baldeweg, defensor de una idea más purista y funcional del proyecto. Del arquitecto ganador destacaron su planteamiento de un conjunto único en el que las distintas partes (el Cenieh, el MEHy el Fórum) quedaban claramente identificadas. Entusiasmo (y con razón) el gran mirador que se creaba con la plataforma elevada a la entrada del edificio y la vinculación de este al río Arlanzón, estableciendo una relación con la geografía de los yacimientos y las trincheras.

Isozaki despertó pasiones entre la ciudadanía (todavía algunos defienden hoy que su proyecto fue el mejor), pero el jurado no lo tuvo tan claro. El japonés fragmentó su intervención en cinco inmuebles independientes (uno de ellos un hotel) que afectaban a parte de la margen izquierda del río, el área próxima a las Carmelitas Descalzas y la medianera de la calle San Pablo. 

Planteó un gran edificio flexible (de fachadas onduladas) y atractivo desde el punto de vista estético, lo que concitó numerosas simpatías populares y aun así el jurado advirtió que no valoraba «suficientemente la importancia del paseo arbolado junto al río, así como el impacto que tendría el tráfico rodado de lo que hoy es el Paseo de la Sierra de Atapuerca. La edificación adosada a las tapias del Convento de las Carmelitas resulta también problemática», dijeron.

Visitando el aparcamiento de Caballería con Ángel Olivares.Visitando el aparcamiento de Caballería con Ángel Olivares. - Foto: Jesús J. Matías

Isozaki convenció, pero no venció. Incluso los impulsores políticos del Complejo vieron dificultades administrativas y costes añadidos de gestión al repartir la idea entre edificios independientes. 

Por contra, mucha gente intuyó un Guggenheim en potencia en las ideas del japonés y se hizo la ilusión de que era el camino más rápido para un salto a la modernidad como lo estaba haciendo Bilbao con la fantástica arquitectura de Frank Gehry. 

Eran los tiempos de las grandes realizaciones, de los megaproyectos, muchos de ellos desproporcionados al tamaño y la capacidad económica de las ciudades promotoras. La crisis de la construcción de 2007 pondría a todos en su sitio, aunque el de Burgos quedó donde estaba. La ciudad acertó, creció y se embelleció con Navarro Baldeweg. 

Obra. La brillante trayectoria vital y profesional de Arata Isozaki, fallecido el 28 de diciembre por causas naturales a los 91 años, dignifica aún más la categoría del concurso internacional y el proyecto del Complejo de la Evolución Humana en el que participó. No triunfó en Burgos, pero sí lo hizo en muchos otros rincones del mundo y también de España.

El Palacio Sant Jordi de Barcelona supondría el primero de muchas obras ejecutadas en nuestro país. Le seguirían la Domus de A Coruña, el pabellón polideportivo de Palafolls, el parque universitario de Santiago de Compostela, el complejo Isozaki Atea en Bilbao, la Ciudad del Motor en Teruel o las Bodegas La Horra en la Ribera del Duero burgalesa.

Este último proyecto, impulsado en 2009 por Bodegas Roda tras la adquisición de la explotación de La Horra, nunca se hizo realidad, aunque el japonés sí lo realizó sobre el papel.

Entre sus obras se encuentran también el Museo de Arte de Gunma, el Museo de Arte Contemporáneo de Los Ángeles, el Centro de Convenciones de Catar o la Torre Allianz en Milán).

Nacido en 1931 en la ciudad de Oita, en la isla de Kyushu, el arquitecto creció muy marcado por los bombardeos atómicos de las cercanas ciudades de Hiroshima y Nagasaki y la posguerra en su país.

Licenciado en arquitectura e ingeniería por la prestigiosa Universidad de Tokio, comenzó a trabajar en el estudio del internacionalmente reconocido Kenzo Tange, una de las figuras de la llamada arquitectura metabolista.

En 1963 estableció su propio estudio, y sus primeros trabajos, como la Biblioteca Prefectural de Oita, supusieron un cruce precisamente entre el metabolismo nipón y el nuevo brutalismo europeo.