La nueva vida de Pocogenio

R. PÉREZ BARREDO /La Cabañuela
-

El último toro indultado de Antonio Bañuelos recibe el alta tras recuperarse de sus heridas e inicia una plácida vida como semental

Pocogenio, en el centro, rodeado de su ‘harén’. - Foto: Patricia

Conserva la misma mirada que dicen que exhibía en la plaza el día de su indulto: fija, desafiante, con destellos de fiereza, de bravura. Y la cabeza bien alta. No se mueve inquieto en el corral: se diría que se siente dominante, seguro, como un  macho alfa. Pocogenio ha sido mimado desde el día en que regresó a La Cabañuela después de haber protagonizado una tarde inolvidable en Roa, tras haber bailado con Morenito de Aranda una danza hipnótica, dibujando figuras de una plasticidad tan hermosa y tan perfecta que esa coreografía de aire y arena no se borrará nunca de la memoria de los asistentes. «El que es bueno, lo es bueno en todo», afirma Alejandro Fisac, veterinario de la ganadería de Antonio Bañuelos, que nada más verlo -antes de hacerle la última cura- sabe que el astado está recuperado de sus heridas; que su paciente va a recibir el alta. Que, en adelante, la vida de este castaño toro del frío será plácida: descansar, pastar mansamente y cubrir vacas.

Francisco y Lucía, mayorales de La Cabañuela, guían con enorme habilidad al morlaco por las corraletas que lo llevarán al cajón de curas, una plataforma en la que se encaja a la bestia para que pueda ser atentida con toda la seguridad tanto para el animal como para el veterinario. Explica Fisac que Pocogenio llegó con cuatro heridas, dos de ellas importantes, las provocadas por los puyazos del picador, más las de las banderillas, sendos picotazos que también tenían su aquel. «Sangraba mucho», evoca el veterinario mientras dispone con mimo todos los productos que empleará para tratar al toro; cuenta el doctor con ayudante, veterinario en ciernes, también llamado Alejandro y también apellidado Fisac. Es su hijo.

Pocogenio fue operado horas después de la lidia; hasta esta semana, ha sido sometido a curas diarias. «Las heridas están infectadas desde el primer momento. No se pueden suturar como si fueran heridas limpias, porque tienen desgarros en diferentes direcciones, con distintas trayectorias. La evolución de las lesiones han sido buenas. Está perfecto», apunta Fisac, quien acaricia con suavidad el lomo castaño del toro, adormecido previamente con un sedante diluido en suero para que la intervención se desarrolle por los mejores cauces. Se dispone el veterinario a retirar los drenajes. «Ha evolucionado fenomenal, y eso que la época del año es problemática: por la temperatura, por los insectos...

Durante la primera semana, el astado recibió un tratamiento antibiótico; después ha recibido curas casi diarias. Con el animal inmovilizado y tranquilo, Fisac retira con cuidado los drenajes para, luego, aplicarle una solución de yodo, un tratamiento antiparasitario y un spray repelente de insectos que trata de evitar que las últimas y muy pesadas moscas del verano depositen larvas en sus heridas. Esta última intervención, que el veterinario realiza con eficacia, dura apenas unos pocos minutos. Al cabo, ya está de nuevo Pocogenio en chiqueros, y volverá al corral antes de volver a pisar el campo. Destinado a semental, ha llegado un poco tarde, pero aún tendrá tiempo de 'repasar', esto es, de poder cubrir a alguna vaca aún en celo antes de que, ya el año que viene, hacia el mes de junio, le asignen en torno a cuarenta vacas. Convivirá Pocogenio hasta entonces en un cerco con encinas junto con otros sementales. «Una vida plácida: comer, dormir y contemplar la climatología del páramo de masa», señala Fisac, que ha tratado ya a varios indultados de Bañuelos, desde aquel Gamarro mítico que indultó Enrique Ponce hasta Pocogenio pasando por Zurcido (hijo de Gamarro), Derrotado, Desafiador oRetadero.

«Siempre sobresalía». El ganadero Antonio Bañuelos, que aún paladea el regusto dulce del momento de éxtasis vivido en el coso de Roa, habla con emoción e íntimo orgullo de Pocogenio. «Siempre sobresalía en la camada; cuando entrábamos a un cercado llamaba la atención. La mirada se iba a él: por sus hechuras, por su cuello largo, por sus pitones, por sus manos bajas... Tenía antecedentes genealógicos que nos hacían pensar que sería un gran toro». Evoca el ganadero la tarde mágica, cuando, nada más pisar el albero, Pocogenio demostró lo que se intuía de él, exhibiendo bravura. En el capote se desplazó muy largo: entraba humillando, lo que permitió al diestro componer figuras que llegaron al público al instante. Había calidad en la embestida.

Cuando el torero le llevó a los medios para que le llamara el picador con los pechos del caballo por delante, Pocogenio acudió galopando, otra señal inequívoca del torazo que estaba en la plaza. Aquello levantó la ovación del respetable. «Ahí se vio que, además de la clase, era un toro muy bravo». En la muleta regaló series muy largas, por los dos pitones, volando hasta el final del trapo, transmitiendo tanto que los pañuelos pidiendo el indulto no tardaron en aparecen en los tendidos. «Se percibió que era un toro excepcional». Hubo unanimidad: el presidente, el torero y el ganadero también tuvieron claro que ese magnífico ejemplar merecía seguir viviendo y para convertirse en un semental de bravo. La explosión de júbilo, de felicidad, de éxtasis fue total. «Toda la plaza de pie, gente emocionada, llorando.

Llevamos ocho toros indultados. Se indulta a uno por 3.000 que se lidian. Es algo muy especial. Fue un momento realmente emocionante. Así que el torero siguió y siguió. Fue una faena larguísima, como tres faenas en una», señala Bañuelos, quien admite que hechos como ese, que se dan tan pocas veces, hacen que la ingrata cría de ganado bravo «en la que uno pone todos los medios pero luego la genética se encarga de variarlos» acabe mereciendo la pena. 

Señala el ganadero que de una misma madre puede salir un toro extraordinario y otro malo. «Uno sale con genio, otro con bravura, otro templado, otro manso...». Con todo, apostilla, no siempre depende del toro que se pueda llegar al indulto, sino del diestro de turno. «Tiene que tener la habilidad de entender al toro. A veces sucede, otras no. Hemos lidiado toros que se podían haber indultado perfectamente si el torero hubiese tenido esa habilidad. Llevamos un buen año, con algún bache, pero en general está siendo un buen año». Pocogenio, que tiene ahora cuatro años y medio, estará cubriendo vacas hasta los doce. «Dependerá de su salud. Los productos que dé ahora y que se verán en cuatro años aunque a los dos se prueben en novilladas, permitirán afirmar que ha 'padreado' bien; pero puede suceder también que, siendo más mayor (cuando le corresponda 'abuelear', en el argot taurino) no sea tan bueno el resultado. Ahí tendremos que ir graduándole el número de vacas, vigilándole muy de cerca».