A dios rogando y al programa dando

A.S.R.
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En los desvelos de estas tres personas de la Iglesia están la ausencia de oportunidades para los jóvenes, la pobreza galopante, la falta de contacto de los políticos con la gente o los cada vez menos cauces de participación

Javier García Cadiñanos (i.), Víctor López y Rosa Arroyo, en la parroquia de San Juan de Ortega. - Foto: Alberto Rodrigo

Ni alzacuellos ni hábitos. Nadie situaría a Rosa Arroyo, Javier García Cadiñanos y Víctor López como hombres y mujer de Iglesia si se los cruza por la calle. La cosa cambiaría si se pararan a hablar con ellos unos minutos. Se elevan para hablar del reino de Jesús, pero se arremangan para coger pico y pala y mancharse en la construcción de una sociedad más justa.

Francisco Javier García Cadiñanos es un párroco de barrio. Y se nota. Lleva diez años en San Juan de Ortega (carretera de Poza, 34) y antes pasó por el G-9, La Ventilla, Castañares, Capiscol y San Cristóbal. Lo suyo no son las medias tintas. Clava el dedo en el ojo sin piedad y se pregunta por la participación y por la vocación.

«Mi sueño es que la democracia lo sea porque no lo es. En nuestro país hay cada vez más gente que no vota. En las últimas elecciones subió el índice de participación, pero aun así hay un 30-40% de personas que no vota nunca y nadie se pregunta qué pasa con esa gente», advierte sobre la primera antes de echar mano de una carta «muy bonita» del arzobispo, Fidel Herráez, sobre cómo dignificar el servicio público para meter mano a la segunda. «A la política está llegando gente sin vocación clara de servicio a los demás y eso es muy peligroso. Necesitamos convocar a gente que descubra que a través de la política hay algo que puede llenarle de felicidad, a él y al resto, y no hacerlo por intereses personales o de partido o egolatrías», se explaya.

El sacerdote entona el mea culpa y cree que los partidos, como la Iglesia, deben asumir el momento de cambio de la sociedad y «ser mecanismos para generar participación, crear sensibilidad y descubrir juntos el bien común».

«Esto es previo a todo programa, que no puede ser un brindis al sol, sino algo serio, hecho con el mayor número de gente posible y para responder verdaderamente a las necesidades de las personas, sobre todo, a las más vulnerables», introduce.

Y después de estas consideraciones previas se mete en harina. Apuesta por aumentar la participación de las personas, por remunicipalizar los servicios públicos, por recuperar el Consejo de la Juventud, por poner en marcha una alternativa real de ocio a los jóvenes, por replantearse la distribución de la ciudad por distritos, por trabajar por la convivencia intercultural en los barrios, por fomentar el alquiler social, por desarrollar programas para erradicar la pobreza infantil...

Por partes. Participación: «Se está perdiendo el sentido de lo público. La gente rompe una farola y nadie dice nada, por si me pegan una torta. Tenemos que ver cómo podemos hacer para que en cada barrio se creen foros y ateneos donde la gente se encuentre, dialogue y ponga negro sobre blanco qué le preocupa y donde los políticos vayan a encontrarse con sus representados. Hay mucha gente de vuelta, enfadada y esto genera malestar y extremismos, que pueden dinamitar la sociedad», destaca García Cadiñanos al tiempo que aboga por replantearse la reestructuración de la ciudad por distritos, «que están tapando la identidad de los barrios y dificultando la participación», y por hacer proyectos y presupuestos participativos a través de las asociaciones.

Ahí engarza con el peligro de la externalización de los servicios. «Hay que regenerar el tejido asociativo de Burgos, que está cayendo a marchas forzadas. Ahora todo se lo damos a las empresas, que nos organicen fiestas, que nos diviertan otros. ¿Y si no lo podemos pagar? ¿Los pobres no se divierten?», se pregunta y apuesta por que los servicios públicos lo sean «y no ponerlos en manos de empresas que luego te sablan».

Sigue el baile: los jóvenes salen a la pista. El sacerdote considera fundamental volver a poner en marcha el Consejo de la Juventud, «que sea representativo de todas las identidades juveniles, que sea efectivo y que no sea poseído por los partidos políticos», y plantear proyectos de ocio juvenil. «Todo el mundo nos llevamos las manos a la cabeza, nadie da un duro por ellos, pero luego tampoco nadie los ofrece una hora de su tiempo. ¿Qué alternativas estamos dando?», se interroga de nuevo. A él, a los políticos y al resto de la sociedad.

Muestra su preocupación igualmente por el elevado índice de pobreza infantil, «que pasa porque no conciliamos la posibilidad de trabajo y cuidado de la familia, sin ayudas para guarderías», y por la situación de las familias más vulnerables. Propone ahí controlar el tema de los alquileres, «que están empezando a ser abusivos, inalcanzables para personas con escasos ingresos», y por coordinar las ayudas de manera que dejen de estar vinculadas a las deudas.

Y a modo de coda deja caer una perla, «un poco de carnaza». «La Iglesia oficial debería replantearse en serio la presencia de las Fuerzas de Seguridad en los actos religiosos. Hay que acabar con cosas como que el ejército lleve al Cristo en determinadas festividades. Los políticos pueden tener justificación por eso de que nos representan a todos, ¿pero las fuerzas de seguridad?», arremete con el continuo asentimiento de Rosa Arroyo.

Esta religiosa del Niño Jesús, que se jubiló al acabar el curso pasado después de una vida dedicada a la Educación, exige a los políticos que se preocupen por la vida de la gente. Casi nada. «Programan sin contar con ella ni ver sus necesidades», lamenta.

Está de acuerdo con García Cadiñanos en la necesaria atención a los jóvenes, para los que urge propuestas alternativas al trabajo tradicional para su incorporación al mundo laboral y apoyo en su revolución ecológica, y también en su mirada a las familias más necesitadas, para las que considera fundamental proporcionar una vivienda digna.

La educación es otro de los temas en el punto de mira de Rosa Arroyo. No podía ser de otra manera. «Es necesario trabajar tremendamente porque este vaivén que tenemos dependiendo del partido en el gobierno es un desastre y la educación es esencial para una sociedad más progresiva, más justa y más sensible», ondea para continuar recriminando a los políticos su falta de diálogo -«los obligaría a trabajar en la búsqueda de consensos»- y el abandono al que tienen sometido a los pueblos.

En la juventud se centra la tercera pata de esta terna, que además la representa. Víctor López tiene 22 años y es uno de los cada vez menos jóvenes que entran en el seminario. Él cuenta que fue a raíz de la llegada de un nuevo cura a la parroquia cuando empezó a participar en ella hasta que un día resolvió que esa entrega a Dios era la que le hacía feliz. Ahora hace 5º de Teología y está dispuesto a seguir esos caminos inescrutables del Señor y, en la medida de sus posibilidades, guiar a los políticos por ellos a través de unas propuestas ambiciosas.

«Me gustaría ver un programa con una línea profunda, que caminara hacia un desarrollo integral de la ciudad y de las personas, que no mire solo lo que ahora está de moda o tiene más fuerza mediática o social, sino que se atienda a los que no tienen voz o no hacen ruido pero están ahí», prologa.

¿En qué medidas concretas se puede materializar?

Contesta que echa de menos, «y me da mucha lástima», que se haya convertido en un privilegio que una persona pueda trabajar en lo que le gusta. Lanza su dedo acusador a la falta de mediadores o consejeros en los centros escolares que acompañen a los jóvenes en esas decisiones.

No abandona ese colectivo joven al que pertenece y desea en voz alta que los políticos recojan su sensibilidad en cuanto a ecologismo, feminismo, igualdad o voluntariado. «Deberían aprovechar esa implicación y, a través de algún medio, hacerles partícipes y responsables del progreso de esa ciudad», determina este joven a quien le gustaría que todos los burgaleses de su generación se sintieran igual de afortunados que él. Y que García Cadiñanos y Arroyo.